||TREINTA Y CINCO||

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|35|Confesión

Podía sentir su mirada juzgadora sobre él. Alma no dejo de mirarlo durante todo el desayuno. ¿La razón? Simple, desde que Mirabel llego en la madrugada fue directamente a descansar a su habitación. Tuvo que quedarse en la clínica bajo observación por su caída del día anterior, tenían que asegurarse que el feto se encontrara bien, como la magia era inestable desde hace años; la comida de la mujer del oeste ya no curaba con tanta facilidad. Era obvio que Julieta prefería ser precavida con un profesional, aun así ella junto con su yerno prepararon un pequeño festín para la doncella embarazada cosa que no le agrado a la abuela. Al notar la ausencia de la joven y como consentían tanto ambos, pero no dijo nada al respeto solamente miro desconfiada a su nieto.

Camilo suspiro, cerrando sus ojos antes de levantarse de su asiento con su plato ya vacío en manos, le agradeció a su suegra por ayudarlo a cocinar y ella simplemente le sonrió con dulzura; no era ningún secreto que le gustaba cocinar con él. Dejo los objetos en el lavadero, hoy le tocaba a Toño lavar y él ya no quería perder el tiempo para ir a consentir a la madre de su hijo. Se despidió de Julieta con beso en su mejilla y revolvió el cabello de Catalina; quien rio con alegría. Pero al momento que iba a salir del comedor la puerta se cerró bruscamente en su cara golpeando su nariz. Molesto giro su vista hacia los demás –quienes estaban igual de sorprendidos–, miro a su abuela y ella seguía mirándolo con seriedad. No necesito preguntar cuando sabía que ella fue la causante. Sobo su golpeada nariz y arqueo la ceja en espera que ella hable.

–Espero que sea la última vez que le lleven el desayuno, hay un comedor –hablo firme y molesta–. Y no te distraigas de tus obligaciones Camilo, ayer se acumuló todos los documentos.

–¡¿Hablas enserio?! –Recalco furioso– ¡Isabella te dijo que tuvimos que salir porque Mirabel tuvo un accidente!

Ella no bajo la guardia, todos los demás estaban callado nadie se atrevía a cuestionar a la abuela. Incluso Camilo tenía que aguantarse varias cosas, pero regañarlo porque su novia se desmayo era el colmo. Para la abuela la doncella era una distracción para su nieto.

–Accidente o no, tienes que mantenerte firme a tus obligaciones.

–Y mi obligación principal es proteger a la mujer que amo –alego de manera seria para después dar la vuelta–. Casita abre la puerta, por favor.

La construcción obedeció, Camilo comenzaba a tener más control sobre Casita. Obviamente este obedecería mucho más a Mirabel y a Alma. Suspiro irritado, ahora entendía como debió sentirse Isabella cuando la abuela controlaba todo de ella. Le dolía la cabeza de tanto coraje.

Subió las escaleras lentamente, no mentiría con decir que no durmió nada porque su mente lo llenaba de dudas sobre el embarazo. ¿Cómo al final de todo, la abuela si termino controlando su vida hasta obtener lo que quería?

Su relación con Mirabel, el accidente de los hilos, su asenso para ser el líder y ahora...su hijo. Respiro hondo. Si se descuidaba la abuela podía mover otra ficha y casar a Mirabel con Daniel para que ella no fuera la sucesora. Ella no podía enterarse del embarazo de Mirabel. Tomo la perilla y la giro para adentrarse a la guardería, al contrario de ayer se encontró con una imagen logro sonrojarlo al mismo tiempo hacer su corazón latir con fuerza. Recostada en la cama Mirabel mantenía una expresión calmada en su rostro, acariciaba su aun plano vientre mientras murmuraba cosas lindas.

Mi pequeña luciérnaga, llegaste para iluminar nuestras noches –susurro con anhelo y cariño–...no sabes cuánto te aman mamá y papá.

–¿Luciérnaga? –pregunto en un tono burlón mientras se acercaba a la cama. Sentía una paz en ese momento.

Ella esbozo una sonrisa al verlo sentarse en la orilla de la cama. Noto lo nervioso y ansioso que estaba, miraba su vientre como si quisiera tocarlo, pero no se animaba. Así que Mirabel tomo su mano y la metió debajo del camisón para que tocara su piel. Un leve sonrojo volvió a pintar las mejillas pecosas de su amado y poco a poco comenzó a acariciar la zona con delicadeza. Aun no se creía que su bebé este allí y que ya no sea una simple visión. En verdad estaba allí, en el vientre de su amada. Saco su mano para alzar la tela del camisón y ver su piel canela. La admiro por unos segundos, se agacho quedando su rostro a centímetros de su vientre y sin pensarlo repartió múltiples besos sobre la piel de su amada, haciéndola reír al igual que sonrojar. Los besos poco a poco fueron subiendo por su estómago entre más subía, alzaba la tela del camisón hasta quitárselo y tirarlo al suelo.

Mirabel sonrió divertida, ese camisón casi nunca duraba cuando estaban juntos. Camilo se quitó los zapatos y gateo hasta colocarse encima de ella. Miraron los ojos de contrario, sin una intención más allá de cariño y afecto. Poco a poco se fue acercándose a su rostro para besarla con dulzura, ella acepto gustosa envolviendo sus brazos en el cuello de su novio. Al separarse, Camilo junto sus frentes y junto a ella rieron levemente, que se podría decir estaban felices. Se acomodó a su lado. Ella giro para quedar cara a cara. Obviamente él no desaprovecho la oportunidad de masajear y juguetear con uno de sus pechos, tenía que aprovechar que ahora le pertenecen, después estos le pertenecerían a su hijo. Ella rodeo la mirada al ver como él miraba sus senos como si los extrañaría. Se dejó tocar sin problemas, estaba muy tranquila después de saber que su bebé está bien.

–¿Por qué luciérnaga? –pregunto calmado, cerrando lentamente su mirada y bajando lentamente su mano desde su pecho hasta su vientre.

Ella sonrió tranquila dejándose consentir por las caricias que le daba.

–No lo sé –respondió con sinceridad en un susurro–, me gusto llamarle así mientras no sepamos que es.

Él sonrió aun con los ojos cerrados, acariciando su piel. Al verlo tan calmado la hizo sentir mal de cierto modo, sentía que algo estaba mal, así que suspiro y lo miro con tristeza.

–En verdad, ¿Quieres esto? –pregunto decaída.

Los ojos castaños de Camilo se abrieron con sorpresa al escucharla, se asustó al ver sus ojos llorosos, dejo de tocar su vientre para tomarla de la mejilla obligándola a verlo.

–¿Por qué dices eso? –Interrogo acariciando su mejillas con su pulgares– Claro que quiero esto –exclamo mirándola con seriedad.

Ella termino rompiendo en llanto y lo abrazo con fuerza.

–Porque estoy asustada –confeso enterrando su rostro en su pecho–, al principio quería quedar embarazada para que no te casaras con otra y cuando me dijeron que lo estaba, me asuste. Creí que no lo querrías porque íbamos muy rápido, y luego el problemas de los exs, las peleas, el trabajo y...y –tartamudeo, su cuerpo comenzó a temblar–. Me asuste porque fui egoísta en pensar que tener un bebé podría asegurar que te quedaras conmigo.

Camilo se quedó sin palabras. Ahora el egoísta era él por ocultarle toda la verdad, aun sabiendo que eso la destruiría y podría alejar de él. No respondió, solo la separo un poco y la tomo de su mentón para volverla a besar; ahora con un poco más intensidad. Al separarse, cerro su mirada, no se atrevía a verla después de tal confesión. Se ocultó en su cuello y susurro cerca de su oreja:

Yo te quiero a ti y nuestra pequeña luciérnaga.

No se atrevía a confesarle la verdad, no quería perderla, prefirió callarse como un cobarde solo para tenerla un poco más entre sus brazos.

El pecado de las luciérnagas || CamimiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora