||TREINTA Y SEIS||

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|36|La guerra no termina

Cansado rasco su nuca mientras estiraba sus brazos, libero un enorme bostezo de sus labios, estaba a punto de rendirse y caer en los brazos de Morfeo sobre su escritorio. Mirabel ya no lo podía ayudar tanto como era en un inicio. No la culpaba prefería mil veces desvelarse trabajando que poner en riesgo la salud de su amada y su bebé. Dos meses habían transcurrido demasiado rápido para su gusto, el primer trimestre del embazo finalizo, el vientre ya era más notorio, Mirabel tenía que arreglar todo su vestuario para que la abuela no se enterara. Las náuseas y vómitos fueron poco a poco siendo remplazadas por hambre, demasiada, si de por si él era un fan de la comida quedo opacado por ella. Teniendo gustos cada vez más extraños –y algunos asquerosos para su gusto– y sin hablar de los antojos de las tres de la madrugada cuando lo levanta para que le haga un postre en específico o ir hasta el otro lado del pueblo por una simple fruta. Obviamente nunca le dijo que no o se reusó, sus cambios de humor eran como una bomba que prefería no arriesgarse a que explotara de llanto o de enojo.

Estaba a punto de seguir con sus deberes, cada vez disminuían y le agarraba el ritmo, Luisa y Dolores ya arreglaron la mayoría de los problemas principales lo que ocasionaría que los documentos ya no serán como estos últimos meses, pero el simple hecho de que la abuela le explico que pronto se anunciaría su retiro esto ocasionaría otra ola de pesados documentos.

Levanto su mirada –deseando que no fuera Bruno con más papeleo–, una sonrisa se formó en su rostro al ver a su novia entrando al despacho usando una bata para cubrirse. Ella le sonrió con dulzura.

–¿Cómo está mi cumpleañero? –pregunto casi en un susurro, pero sin llegar a borrar aquel gesto de su rostro.

Camilo parpadeo al escucharla, giro su cabeza al pequeño reloj que posaba en uno de los estantes sorprendiéndose que era más de la una de la madrugada y que efectivamente hoy era su cumpleaños.

–Me siento viejo –intento bromear, aunque su voz salió más soñolienta que divertida.

Ella esbozo una pequeña risa, se acercó a él para sentarse en sus piernas como siempre. Camilo no admitiría que ella pesaba más ahora, perdería las piernas, pero valdría la pena. Mirabel recostó su cabeza en su pecho y él enredo algunos de sus mechones entre sus dedos mientras que la otra mano se escabullía debajo de la bata para poder acariciar su vientre, pero rápidamente la saco al sentir su piel y no el maldito camisón. La doncella se separó, le sonrió lascivamente antes de tomar sus mejillas y besarlo con cariño. El beso no tardó en ser correspondido con la misma intensidad, tomándola de la cintura y apegándola más a su cuerpo. Al separarse ella dejo un beso de pico en sus labios para después tomar los listones de su bata, jugueteo un poco con ellos sonriendo al tener la mirada atenta de su pareja sobre cada uno de sus movimientos. Lo estaba tentando. Y antes que abriera la bata...la puerta se abrió haciendo que ambos dieran un brinco desde sus lugares. Mirabel se cubrió y Camilo intentaba que su erección no se viera al ver como su hermana mayor se asomaba por el marco de la puerta.

–Les quiero recordar que no están solos en la casa –dijo indiferente con su característico tono susurrante.

Y como llego se fue, cerrando de nuevo la puerta. Toda la familia estaba en Casita, con la excusa de celebrar sus veintidós años. Aunque era claro que solo vinieron a ver el embarazo de la doncella, porque cuando llegaron todos corrieron hacia su amada, dejándolo de lado. Ni siquiera su madre le presto atención solo fue con su nuera diciéndole toda la ropa que habían comprado ella y su padre para su nieta. Porque los del este estaban seguros de que sería niña mientras que los del oeste aseguraban que sería un niño. Ya ni siquiera lo dejaban un momento a solas con ella y eso que él es el padre. Claro, toda esa atención era a escondidas de la abuela, Bruno se encargaría de que ella no se enterase hasta que sea el momento indicado donde no pueda interferir con el embarazo.

Ambos estaban avergonzados por lo que paso; Mirabel perdió toda la confianza que tenía, cubriendo su cuerpo con la bata. Desde que su vientre era más grande, su auto estima empeoro. Él siempre estaba allí para recordarle lo bella que era y lo adorable que se ve con su barriguita. Tallo con fuerza su rostro con las palmas de sus manos, se levantó de su asiento y comenzó a guardar en silencio las cosas. Ella bajo su mirada en verdad quería consentirlo como él siempre lo hace. Con tanta gente en la casa era imposible estar a solas un momento, incluso tuvieron que separarse a la hora de dormir para dejarle más espacio a las demás familias. Camilo le había tocado dormir en la cocina donde Casita siempre lo molestaba.

–Gracias, por intentarlo, amor –dijo con una sonrisa sincera para después acercarse y dejar un pequeño beso sobre su cabellera.

Ella intento sonreírle, pero no pudo. Mordiéndose el labio inferior lo detuvo antes de que cada quien se fuera a dormir. Tomo uno de los cuadernos de apuntes que tenían en el escritorio y escribió:

"Por favor déjame darte mi obsequio"

Él arqueo la ceja y la miro no muy seguro. Solo basto que ella abriera la bata para mostrar sus pechos al aire al igual que su vientre abultado, se quedó sin palabras. Cerró los ojos y le quito la libreta de las manos y respondió:

"¿Me estas chantajeando con tus pechos?"

Mirabel arqueo su ceja y lo miro con una sonrisa. Tomo su mano y la coloco sobre uno de sus pechos. Rio en bajo cuando él se resistía en apretarlo o agarrar al otro. Camilo suspiro rendido con todas sus fuerzas de voluntad quito su mano y escribió:

"Ahora no, pero lo quiero esta noche. En un lugar más privado, solo los tres"

A lado de la palabra tres había un gran manchón al corregir la palabra dos. Ella hizo un puchero y él se acercó para dejar un gentil beso en sus labios antes de abrazarla.

–Estoy cansado, no quiero dormirme como la otra vez y dejarte con las ganas –susurro en su oreja haciéndola sonrojar fuertemente. No le importo que Dolores lo pudiera escuchar. Él realmente quiere hacerlo, pero también quería que ella disfrutara el momento.

Se alejó y la espero en la puerta para irse juntos a dormir en la cocina. Ella sonrió dulcemente, tapando de nuevo su cuerpo con la bata y antes de que salieran Camilo la detuvo colocando su mano en su pecho. Ella confundida solo vio como él abría su bata descubriendo su cuerpo y se hinco para besar su vientre.

–Ya tengo un gran regalo –dijo mirándola desde abajo.

Mirabel sintió su corazón latir con fuerzas y sonrió en grande. Sin duda Camilo podría ser un idiota a veces, pero era un gran padre y amante.

[...]

Las tres hermanas junto con Dolores y Antonio recorrían el pueblo en búsqueda de los preparativos para la celebración de Camilo. La abuela y Bruno junto con sus hermanas acordaron hacerle una gran fiesta al próximo sucesor, era una forma de disculparse por ignorarlo todo ese tiempo que llegaron. Querían que fuera especial. Mirabel se encontraba ansiosa de poder ayudar lo más que pudiera, pero era detenida por todos, sobre todo Dolores y Luisa. Ambas no mostraron molestia o envidia de que ella estuviera embarazada mientras que ellas llevan años queriendo un hijo. La trataban con mucho amor y cuidado. Si tan solo Mirabel supiera que en cierto punto solo lo hacían para que el milagro rompiera su maldición de infertilidad. Eso lo sabía Isabella; quien se mantenía callada sin decir nada.

Antonio y Luisa aprovecharon para ir algún lugar para comprarle un obsequio al cambia formas mientras que ellas irían por los ingredientes para el bufet. Isabella le contaba a su hermana todo lo que investigo para cuidar a su bebé. Por otro lado Dolores se detuvo bruscamente con la mirada abierta al reconocer una voz que jamás quiso volver a escuchar. Sabía bien de quien se trataba:

Maldita... –murmuro entre dientes, al saber que Ana Laura estaba muy cerca de volver arruinarlo todo.

El pecado de las luciérnagas || CamimiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora