||TRES||

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|03|Los reyes de Encanto

Camilo terminaba de ordenar la cama que alguna vez fue suya. Estar allí le traía tantos recuerdos de su infancia.

Con solo puesto un pantalón holgado blanco como pijama, estaba a punto de lanzarse bocabajo al viejo colchón, pero se detuvo al escuchar la puerta de la habitación abrirse. Ambos se miraron mutuamente, la joven admiro el torso desnudo de él, ya no estaba tan flaco como cuando eran jóvenes y tenía un camino de vello bajo su ombligo que la guiaba a un camino peligroso, pero al mismo tiempo tentador. En cambio Camilo observo las curvas de ella envueltas en la delgada tela blanca de su camisón; dejando mucho a la imaginación. Tragaron saliva y avergonzados desviaron la mirada de forma tranquila. Mirabel cerró la puerta aun sosteniendo la lámpara de aceita que tenía. La apago y la dejo a un lado de su mesa de noche para después tomar asiento en el borde de su cama. Hace años que no estaba allí. No había cambiado casi nada, todo estaba tal como lo dejo antes de mudarse.

–No creo poder dormir con la emoción de lo que sucederá mañana –murmuro ella con una sonrisa liviana y con su vista puesta en el cristal de la ventana.

Él esbozo una sonrisa, tomo asiento en su propia cama para mirarla.

–Sigo creyendo que es un error que yo dirija contigo, tú mereces el puesto más que yo.

–No digas eso, estamos juntos, como un equipo –le sonríe dulcemente antes de cerrar sus ojos y relajarse–. Tal vez la abuela tenga razón; Encanto ya no es lo que fue antes para que solo una persona dirija todo –explico calmada–. Según Luisa con solo dirigir el oeste es cansado para una persona.

–El este no se queda atrás, todo el tiempo esta nublado por el constante estrés de mi mamá –añadió soltando una risa– y más cuando no hay un heredero por parte de Dolores.

Mirabel mordió ligeramente su labio, entendía esa tensión familiar. Luisa tampoco ha traído un heredero con dos años de matrimonio y respetaron la decisión de Isabella al no querer formar su propia familia. Estaba claro que la familia no tenía problemas con adoptar a un infante y darle un don, pero solo gobernaran los descendientes de sangre. Ellos no eran una familia común, ellos eran como una especie de reyes en el lugar que tenían que hacer sacrificios por el bien de su gente. Levanto la vista al escuchar un suspiro por parte de él, Camilo se levantó de la cama y la miro con una sonrisa. Estiro su mano frente a ella, invitándola a levantarse, extrañada acepto.

–Vamos por algo de tequila, nosotros también tenemos que celebrar y prepararnos para el estrés.

Ella asintió algo más relajada. Pueda que no sean muy unidos, pero de cierta forma tenían una buena relación como para pasarla juntos.

[...]

Isabella observo en silencio como su hermana y su primo salían de su habitación platicando de forma casual, dejando salir una que otra risa. Suspiro, se sentía mal por no poder advertirles de los planes reales de su propia familia. Todo era una farsa bien estructurada, los dos si tomarían el puesto de la abuela, pero lo harían al momento de contraigan matrimonio. El plan era sencillo y era no meterse demasiado con ellos, dejar que todo surja. Su destino estaba escrito en la placa de jade. Observo las puertas parpadeantes –cada vez sus luces se veían más apagadas–, enfocándose especialmente en la puerta de Catalina. Quería ir a rogarle que le dijera sobre el verdadero amor de su hermanita para impedir esta farsa, pero habría consecuencias.

El don de los hilos rojos estaba prohibido, solo se utilizó una vez y trajo demasiados problemas, para la familia y especial para la pequeña. Volvió a suspirar, miro las palmas de sus manos, seguía en contra de todo, prefería perder sus poderes si eso significaba la felicidad de Mirabel.

[...]

Soltó una risa cuando el caballito de alcohol fue puesto frente a ella. No era fan del alcohol, pero un trago no haría daño. Camilo tomo asiento del otro lado de la mesa y sin dudarlo dio un trago a su bebida para luego mirarla con una sonrisa relajada.

–Sigues dudando de que seremos los reyes del lugar –bromeo con una sonrisa bufonesca.

–No digas eso –expreso, bebiendo de su trago–. No somos una realeza. Solo tengo mis inquietudes.

–¿Cómo cuáles?

–¿Que pasara si no concordamos en algunas decisiones?

–Los discutiremos en las noches con una botella de tequila –respondió con sencillez.

Ella rodeo la mirada con una sonrisa.

–Aparte, Isabella será nuestra consejera, no estaremos del todo desorientados –añadió haciendo un ademan con su cabellito–. Ella está agarrando experiencia con el tío Bruno.

–Ooook –exclamo un poco más relajada–, hablemos de nuestra habitación.

–¿Qué pasa con ella? –pregunto extrañado.

–Ya no somos niños, Camilo –dijo como si fuera lo más obvio–, que tal si un día quieres llevar a una chica o "pensar solo" –enfatizo las últimas palabras hacinado comillas con sus dedos y con una expresión seria; como si le diera igual hablar de esos temas, y más con lo que acababa de pasar.

Camilo soltó una carcajada, de alguna manera no le avergonzaba la idea que ella hablara de sexo o masturbarse en la misma habitación que comparten. Tenía razón, ya no son niños y él tenía sus necesidades, pero tampoco era un degenerado exhibicionista. De por sí, no lograba satisfacerse en su propia casa en el este teniendo a alguien como Dolores siempre asechando.

–Tranquila, dudo mucho en traer una chica –respondió en lo que servía otra ronda de alcohol.

Sonrió al ver que ella arrimaba su caballito para que le sirviera y eso hizo.

–¿Por qué dudas que no llevaras a una? Yo que recuerde eras el hombre más solicitado desde que Mariano se casó con Dolores.

La pregunta le pareció afectarle, bajo un momento su mirada al líquido de sus manos y suspiro.

–Desde que supe que Ana Laura me engaño por años con los que creía que eran mis amigos –alzo sus hombros y miro a cualquier lado que no sea su compañera–. No sé, simplemente no puedo confiar ya en nadie. La mayoría de mujeres solo se fijan en mi apellido y apariencia que en mí.

Mirabel sonrió con tristeza, sabía muy poco de lo que paso con su ex prometida. Fue un escándalo en todo el pueblo cuando se anunció la cancelación de la tan esperada boda de uno de los Madrigal. Que hablaron del tema por meses y solo llego a ser olvidado el día que Catalina recibió su don.

–Al menos, te enteraste antes de que te casaras –le sonrió compresiva–. Ahora serás el rey y ella se arrepentirá de lo que te hizo.

Camilo esbozo una risa y negó moviendo su cabeza ante lo dicho.

–Somos los nuevos reyes –exclamo levantando su caballito frente a ella y ella sonrió–. Tú y yo, reyes de encanto.

Mirabel brindo golpeando su caballito con el de él, brindando por su triunfo. No era tan malo tener a un acompañante en el poder.

El pecado de las luciérnagas || CamimiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora