||CINCO||

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|05|Hilo blanco

Miércoles, jueves y viernes fueron pesados al igual que lentos para los sucesores del milagro. Al llegar el sagrado sábado. A solo un día de lo que seria el gran día para las dos doncellas del este y oeste. Luisa y Dolores se quedaron en Casita, compartiendo cuarto con Isabella para mantener todo listo para la celebración. Con ellas allí era imposible para ellos hablar con libertad sobre sus inquietudes e inseguridades durante el día. No querían preocuparla o estresarla a pocos días del evento.

Aprovecharon que eran las cuatro de la madrugada para hablar entre susurros, recostados juntos en la cama de Mirabel. Ella jugaba con la mano de él mientras miraba al techo de la habitación.

–Así que te enteraste que se casó con otra por su primo –susurro Camilo.

Ella suspiro y asintió adolorida ante el recuerdo de su amor fallido. Su confianza iba creciendo al pasar de los días. Ya no era tan extraño tratar de liberarse de sus problemas. Ambos no se juzgarían, ahora eran un equipo.

–Yo le di todo –murmuro con un nudo en la garganta–. Casi me convencía para irme con él, pero no lo hice.

Camilo observo como ella mordía ligeramente su labio inferior. Sin pensarlo la acerco a su pecho desnudo y la abrazo con cariño. Ella se aferró a él oliendo el embriagante aroma de su colonia. Las lágrimas recorrieron por sus mejillas logrando empapar al otro. Él solo acariciaba su ya largo cabello, no decía nada solo la consolaba. Como si fuera una necesidad tenerla entre sus brazos.

Mientras tanto en el comedor, también lloraba Dolores al escucharlos. Sentada en medio de sus primas les narraba de todo lo que hablaban el par. Ambas hermanas querían llorar, no sabían que Mirabel pasó por eso. Nunca llegaron a ser tan unidas como para hablar de amores, siempre se encontraban ocupadas haciendo sus tareas diarias. Luisa limpio sus lágrimas sintiéndose fatal. Maribel le con a Camilo los que ellas jamás se enteraron. Isabella mordió con algo de fuerza su labio inferior, siempre estaba al tanto de los avances que tenían los prometidos. Ambos jóvenes poco a poco comenzaban a acercarse más. No diría que siente atracción o comenzaron a florecer sus sentimientos más allá de la fraternidad, pero ya no se trataban como primos o amigos. Ni siquiera pareciera que él la mirara como una hermana. Suspiro y abrazo su taza de café con ambas manos antes de beber un largo trago de esta, logrando sentir el cálido liquido recorrer su garganta.

Estaba frustrada, su plan de utilizar a Catalina era complicado. La niña siempre estaba a lado de su padre y cuando no, Alma se la llevaba para no dejarla sola. Era obvio que cuidaba a su nieta de cualquiera que se aprovechara de su don; como querían hacerlo ellas.

–Ellos parecieran...–peino hacia atrás su cabellera con clara frustración– no sé.

–Como destinados –completo una voz masculina.

Las mujeres se tensaron al escuchar la voz de su tío Bruno detrás de ellas. Temerosas voltearon a verlo, él suspiro; golpeo tres veces la madera de su costado antes de entrar. Algunas cosas no habían cambiado, pueda que el hombre tenga ahora un gran puesto en la jerarquía de la familia, pero sus viejas costumbres no se irían jamás. De un pequeño saquito que tenía en su pantalón aventó un poco de sal y azúcar por su hombro para poder tomar asiento en frente de las jóvenes, llevaba consigo un morral; cual dejo sobre la mesa.

Las chicas no sabían que decir al ser atrapadas por el hombre, por lo mientras que Casita le servía una taza de café caliente cual fue llevada por medio de los azulejos. Bruno le agradeció, bebió de su bebida antes de poder enfrentar a las doncellas. Estaba molesto con ellas, cosa que las avergonzó, pero aun así se mantuvo firme. Estos días son demasiados pesados como para perder más la paciencia.

–Las escuche días atrás, sobre que querían usar el don de mi hija con ellos –comento serio, mirándolas a todas.

–Lo siento, tío Bruno –se disculparon las tres.

Él suspiro.

–El problema no es que quieran usarlo; saben el lio que meterán a toda la familia en problemas graves si llegaban a enterarse que Camilo y Mirabel se casaran aun teniendo un destinado aquí –las regaño como si fueran unas niñas de nuevo–. Entiendo que estén preocupadas, yo también lo estoy. Estuve buscando por años una solución para no llegar a esto.

Del morral saco cinco placas con las mismas imágenes de Maribel y Camilo besándose esparciéndolas por toda la mesa. Las tres miraron sorprendidas las placas de jade. Algunas se veían mas desgastadas que otras.

–No importa lo que hagamos el futuro está escrito, ambos pasaran por esto, aunque lo interrumpamos. Ellos no traerán el milagro junto con una bendición.

Isabella intento decir algo, pero nada salía de sus labios. Rendida bajo la mirada, ellos estarán juntos.

–No me molesta que ellos se casen –expreso en un murmullo no muy orgulloso–. Ellos dos no tienen destinado que los espere.

–¿Qué? –expresaron las tres en un susurro.

Miraron al hombre y él volvió a suspirar.

–No permitiría casar a mis sobrinos –rasco su nuca de forma incomoda–, cuando tienen la oportunidad de amar.

–Usaste el don de Catalina –murmuro Isabella mirando a su tío sorprendida.

No hubo respuesta, solo desvió la mirada.

–¿Cómo que no tienen un destinado? –pregunto preocupada Dolores.

–Lo único que tienen en sus dedos es un hilo blanco roto. Catalina me lo dijo días atrás.

–Significa que sus destinados murieron antes que los conocieran –comento perdida Isabella.

Bruno asintió en silencio.

–Ambos al no tener un destino, se refugian entre ellos. Quieran o no; terminaran uniéndose.

Las doncellas se quedaron calladas observaron en silencio las imágenes de lo que pasara, Isabella se quedó perdida en la imagen del bebé iluminado por la vela mágica. Era su sobrino, el resultado del fruto del pecado.

Devuelta en la guardería, Camilo peinaba entre sus dedos el cabello de la joven dormida en su pecho. Su respiración era calmada, con sus labios ligeramente abiertos y con una expresión digno de una reina. La reina de Encanto. Ya no eran niños, repitió en su mente. Mirabel se convirtió en una mujer hermosa y valiente. No entendía como alguien llego a dejarla con el corazón roto, con una delicada caricia deshizo de aquellos cabellos que cubrían su frente y poder depositar un pequeño beso como el que ella le dio al autorizar el matrimonio de su ex prometida.

El pecado de las luciérnagas || CamimiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora