||CINCUENTA Y UNO||

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|51|El pecado de las luciérnagas: no te dejare (parte 3)

El atardecer llego inundando toda la residencia de colores cálidos, había solo tensión en los que vivían ahí; Bruno intentaba consolar a su hija, quien lloraba a mares. La niña podía ver como el hilo blanco de Camilo y Mirabel se volvía débil, ella sabía que su prima estaba mal y no quería que Camilo sufriera la perdida. El vidente miro a la doncella perfecta, ella también lloraba y más al notar como las puertas de la casa comenzaban a parpadear con intensidad. Sus piernas temblaban al sentir la energía de la magia se acumulaba en su cuerpo, no le gustaba para nada esa sensación. Antonio no quedaba atrás tapaba sus orejas al escuchar a sus animales decirle que su prima no podría sobrevivir. Por primera vez en su vida no quería escucharlos, sentía tanta ansiedad que en cualquier momento gritaría que se callasen que Mirabel no morirá. Julieta lloraba desconsoladamente al tener un poder que no podría salvar a su propia hija. Camilo aunque se encontraba calmado en frente de la habitación que compartía con su esposa era el más destrozado de todos...él sabía que algo así pasaría, ellos lo sabían, pero no quería aceptarlo no quería perder a la mujer que ama. No cuando la hija de ambos los necesitaba.

Pepa se acercó a él y le entrego a su bebé con una sonrisa triste.

–Sera mejor que estén los dos con ella –murmuro con la voz entre cortada y las ganas de derrumbarse en ese momento, no tenía a Félix para calmarla, pero requería estar firme por su hijo.

Camilo asintió tomando con sumo cuidado a la pequeña Dalia en sus brazos, la bebé abrió por primera vez sus ojitos era castaños oscuros parecidos a los de su esposa. Ella lo miraba con curiosidad enchinando sus ojitos al tratar de acostumbrarse a la luz. Sonrió con dolor y giro su vista hacia su madre; quien no dudo en tomarlo de la mejilla y ponerse de puntillas para besar su frente. Ella le sonrió sintiendo su corazón partirse al ver de nuevo las lágrimas del cambia formas.

–Eres padre ahora, mi vida, tienes que ser fuerte –musito acariciando su barba apenas crecida–, pero está bien ser débil por las personas que amamos.

–No quiero perderla, mamá –lloro mirándola con desespero–, no quiero.

Unas nubes de tormenta se formaron sobre ellos, la pelirroja ya no aguantaba y sabía que terminaría mojándolos si no se detenía. Pero todo se fue al carajo cuando Camilo la abrazo con cuidado de no dejar caer a Dalia. Él protegía el cuerpo de su bebé para que no se mojara y Pepa termino llorando en su hombro deseando hacer más por él. Al separarse ella sonrió entre gimoteos y Camilo se acercó a ella para besarla en su frente como forma de agradecerle todo.

–Eres la mejor –susurro–. No que hubiera hecho sin ti.

La pelirroja se mordió con fuerza su labio inferior y sin decirle nada se fue a con sus hermanos para no molestarlo más, llevándose con ella las nubes que los mojaban. Camilo suspiro dio una última mirada a su tío Bruno; quien era el único que se mantenía fuerte por todos. El vidente desvió la mirada, no quería usar su don y ver el temor de todos. Él lo entendía, prefería que las cosas pasaran a estar preocupados por lo que pasara. Tomo el valor necesario y destapo a su bebé quien seguía mirando todo con curiosidad mientras babeaba su puño. Observo serio la puerta de la guardería y respiro hondo antes de abrir. Los trillizos miraron como las puertas comenzaban a brillar como años atrás, Isabella volteo hacia la sala donde la vela de la boda comenzaba a intensificar su llama. No le dio buena espina.

El rechinido de la puerta fue lo único que se escuchó en todo el lugar, incluso Casita estaba en una tensión horrible que no favorecía en nada la situación. La habitación se encontraba casi oscura, habían tapado la ventana con una delgada sabana blanca. Su corazón se rompió al instante al dar el primer paso y detenerse al ver varias toallas blancas cubiertas de sangre esparcidas por en el suelo. Cerró sus ojos intentando calmarse, pero los abrió asustado al escuchar a su hija llorar. La miro aterrado al mirar como la bebé sentía toda tensión del lugar. No fue al escuchar un hilo de voz débil casi moribunda, que termino matándolo por dentro:

–¿Camilo? –Mirabel susurro su nombre, apenas logro escucharlo.

Con su piel pálida y aun con la bebé llorando en sus brazos. Miro hacia la cama y sus ojos rojos –de tanto llorar– brillaron al verla, ahí estaba con su maldita sonrisa, no podía moverse tenía su camisón manchado de sangre en la parte de su vientre ya inexistente, se vía tan pálida como una hoja de papel y exhausta, su respiración era tan débil como si en cualquier momento pararía. Camilo limpio sus lágrimas en su hombro y le sonrió con la sonrisa más rota de su vida.

–Hola, amor –la saludo nervioso, soltando una risa que le dolía en la garganta. Sentía que en cualquier momento caería al suelo.

–¿Es ella? –pregunto mirando el bulto de sus brazos.

Él asintió acercándola a ella. Dalia gimoteaba aun queriendo volver a llorar, pero al dejarla con delicadeza en el borde de la cama, dejo de sentirse inquieta al momento que tomo el dedo su mamá, calmándose lentamente. Mirabel la miraba con cariño y dolor, no podía moverse en lo absoluto, apenas lograba mantenerse despierta. Quería estar lo mas que pueda con ambos. Camilo limpio la lagrima que resbalaba en su mejilla, hincado al otro lado de la bebé miro a las mujeres de su vida.

–Es hermosa –musito él acariciando la mejilla de Dalia–. Sin duda saco la belleza de ambos –intento bromear aunque sus palabras sonaban entre cortadas.

Mirabel solo sonrió. Camilo miro a su lado notando como había un pan sencillo y un poco jugo en la mesa de lado.

–¿Por qué no has comido la receta de tu madre? –pregunto intranquilo.

–No tengo muchas energías, ni para masticar –hablo ella destrozada–. En verdad no puedo, me duele todo.

Él lo comprendió tomo el pan y lo partió en muy pequeños cachos frente a ella. Quiso alimentarla, pero ella parecía dudarlo.

–Come un poco, por favor –suplico.

–¿Y que hay magia? ¿De la gente que necesita nuestro dones? Camilo, entiende amor, no puedo ser egoísta.

–¡Al carajo la magia y la gente! –Recalco furioso sintiendo como ya no le quedaba más lágrimas que derramar–. Solo te quiero a ti, te quiero a mi lado, Mirabel –exclamo desesperado al igual que aterrado; al verla asustada por su tono de voz dejo caer cabeza y sin verla susurro con deprimido–. No me dejes, te lo suplico, no nos dejes.

Mirabel mordió su labio inferior, miro a su hija a su lado. Ella en verdad era hermosa, no mentía que no podía comer, apenas lograba mantener una conversación con él. No sabría si valía la pena todo un pueblo a cambio de pasar más tiempo con su bebé y esposo. Lagrimas salieron de sus ojos, no quería dejarlos por mas egoístas fueran sus deseos. Camilo y Dalia no lo merecían. Su esposo tomo su mano y la miro rogándole que por favor no la dejara. No sabrían que pasaría si aceptara, ambos estaban aterrados y rotos. ¿En verdad están poniendo en sus manos la vida de tanta gente? Ellos eran jóvenes, eran padres de una hermosa niña y con un gran camino que recorrer al lado del otro.

Cometerían un enorme pecado, por ser tan egoístas, más de los que ya tenían acumulados. Su relación nunca debió surgir en un inicio, pero allí estaban con una hija que nunca debió surgir al ser primos y a cargo de un pueblo que depende de ellos. ¿Qué tan egoístas deberían ser? Por un poco de felicidad para ellos.

Ella cerró lentamente sus ojos dando un fuerte respiro y al abrirlos se encontró con la mirada rota de su esposo.

Ayúdame a comer...–murmuro.

El pecado de las luciérnagas || CamimiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora