||CINCUENTA||

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|50|El pecado de las luciérnagas: la tormenta ya esta aquí (parte 2)

Isabella se acercó a él en silencio con una taza de té humeante. Camilo seguía hincado rezándole a Dios que cuide a su esposa. Su cuerpo temblaba y las lágrimas cesaron por el momento. Todo paso tan rápido que la última imagen de su amada; era ella sufriendo. Lo atormentaba, creía que estaba preparado, creía que podría ser fuerte por su hija. Ella abrió sus ojos con sorpresa al ver la vela de del compromiso a lado de la imagen del santo al quien le estaba rezando. Dolida dejo la taza sobre uno de los muebles para hincarse a su lado y rezar juntos.

Las complicaciones aparecieron, la bebé no podía nacer, Mirabel no llegaba a estar lo suficientemente dilatada. Al ver que no había otra alternativa que abrir el vientre para sacarla. Pepa y Julieta sacaron con pesar a Camilo de la habitación, él no quería dejar sola, no quería perderla, solo lograron sacarlo al escuchar a Mirabel diciéndole con una voz quebrada: "Estaré bien". Ella mentía, pero aun así le sonreía. Y ahora se encontraba rezando por ella desde hace unas horas. Prefería un millón de veces perder su magia que al amor de su vida. Él suspiro, bajo su mirada a sus manos donde descansaba su anillo de bodas, se sentía inquieto por no hacer absolutamente nada, más que esperar. Isabella lo miro de reojo e intento sonreírle, pero no pudo. Camilo llego a callar sus palabras y demostrar que en verdad amaba a su hermana.

–Ella estará bien –susurro ella mientras tomaba asiento en el suelo de la sala.

Él no quiso responder para no darse falsas esperanzas. La consejera se mordió en labio inferior, no tenía idea que decirle, mas allá de que sea fuerte, pero ahí estaba el problema; Camilo se cansó de ser fuerte. Quería romperse a llorar, quería correr para asegurarse que su esposa este bien al igual que su hija. Levanto la mirada al escuchar a la doncella suspirar y antes que dijera algo: Isabella ya lo tenía entre sus brazos. Avergonzada de andar consolando al idiota de su cuñado, simplemente lo abrazo. Por suerte el no dijo nada, solo se quedó quieto derramando pequeñas lágrimas de derrota.

Isabella jugaba con los risos de su cuñado, dándole el apoyo que más necesitaba. Podía sentir como temblaba levemente mientras su mirada estaba perdida en cualquier punto muerto de la sala.

–Camilo.

Ambos levantaron la mirada al escuchar la voz rota y susurrante de Pepa. Los ojos de Camilo se agrandaron al ver que su madre cargaba un bulto envuelto en una sábana lila. Era Dalia, esa cosita tan pequeña era su hija. Podían escucharla balbucear. Isabella esbozo una sonrisa rota y termino derramando algunas lágrimas al notar que su sobrina estaba bien.

–Hay una pequeña luciérnaga que te quiere conocer –su madre le sonrió, conteniendo sus sentimientos para no mojar o llenar de nieve a su pequeña nieta.

Camilo nervioso al igual que asustado miro a su consejera y ella con su mirada le dijo fuera a cargar a su hija. Y eso hizo; de manera algo torpe se levantó del suelo, a pasos lentos se acercó a su madre. Ella le extendió a su hija para que la cargara, él primero la miro con sumo cuidado movió un poco la sabana para descubrir su rostro. Sintió como su corazón se oprimió al verla, tan pequeña y frágil; con su color de piel y pecas casi invisibles adornaban sus mejillas regordeta y enrojecidas. Tenía una pequeña capa de cabello oscuro como el de Mirabel. Con lo poco que veía de ella, sabía que su pequeña Dalia era perfecta ante sus ojos. Mejor de lo que había soñado.

La bebé mantenía sus ojitos cerrados y se movía un poco inquieta, pero sin llegar a llorar. Levanto su mirada al rostro de su madre, estaba asustado de cargarla y ella simplemente le sonrió con ternura antes de susurrarle:

–Ella quiere estar con su papá.

La volvió a mirar y respiro hondo para poder cargarla con sumo cuidado entre sus brazos. Pepa lo ayudo a acomodar su cabecita y le dio indicaciones de cómo hacerlo sin tener miedo. A pesar de que Camilo tenía un gran historial cuidando bebés y niños, cargar a su propia hija lo hacía sentir tan vulnerable. Como si solo verla ya sentía que la rompía. Dalia bostezo, llevando su manita su boquita mientras se hacía bolita entre las sabanas como si supiera quien la cargaba era su padre. Camilo sonrió con tristeza y la alzo un poco para besar por fin su pequeño rostro.

–Mi pequeña Dalia...–susurro limpiándose sus lágrimas en su hombro.

Su madre sonrió ante el bello nombre escogieron para su pequeña luciérnaga. Camilo admiraba cada detalle de ella, quería saber que más saco de Mirabel que de él. Hasta que cayó en cuenta y asustado miro a su madre.

–¿Cómo esta ella? –titubeo por miedo a la respuesta y comenzó a inquietarse al ver como la sonrisa de ella se borraba lentamente.

–Cariño...–su voz estaba rota de nuevo–. Ella no...–desvió la mirada y trato de ayuntar las nubes sobre ella, respiro hondo– ...perdió mucha sangre.

Isabella tapo su boca al escucharla mientras que Camilo intentaba estar de pie para no dejar caer a su hija.

–Ella...

–Esta inconsciente, pero con todo lo que perdió...–suspiro en lo que limpiaba sus lágrimas–...no sobrevivirá.

No quería ver el rostro afectado de su hijo. Mirabel hizo su mayor esfuerzo en el parto, pero al desmayarse por la falta de sangre no podía comer los remedios de Julieta. Solo era cuestión de tiempo, la pobre doncella estaba en un delgado hilo entre la vida y la muerte. Isabella guio a Camilo a sentarse en uno de los sillones, el pobre hombre trataba de no romperse, le prometió a su esposa algo llegara a pasar seria fuerte por su hija. Pero ¿Quién sería fuerte para él?

Comenzó a respirar profundo en un intento de calmarse, bajo la mirada a su bebé; se había quedado dormida en su pecho. Miro a su madre y le extendió a su nieta para que la cargara devuelta. Pepa obedeció y mirándolo preocupada.

–Iré a verla –murmuro serio.

Se levantó del sillón dispuesto a ir a su habitación.

–Camilo –intento detenerlo Isabella tomándolo del brazo–. No es buena idea, te destruirás.

–¡Es mi esposa, no puedo quedarme aquí de brazos cruzados mientras ella muere! –le grito furioso, quitando su brazo de manera brusca– ella me necesita.

–Su hilo está muriendo.

Camilo volteo al escuchar la voz triste de Catalina, preocupado corrió hacia ella. La niña estaba en medio del patio a lado de Antonio; quien trataba de calmarla. Ella sostenía algo en el aire que nadie más podía ver y miro a su primo con lágrimas en los ojos.

–¡Ella está muriendo! –exclamo llorando con fuerzas al tener el hilo de sus primos tan débil.  


El pecado de las luciérnagas || CamimiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora