||VEINTISEIS||

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|26|Luciérnagas

Las risas de la menor de las doncellas relucía entre todo el desolado jardín lleno de palmeras y plantas exóticas que llegaban a traer varios de los inmigrantes a la zona. El este era un lugar exótico y digno para pertenecer a un pueblo como lo era Encanto. Las tonalidades cálidas y vivas brillaban en la noche con las luces de los faroles. Ella caminaba por los bordes de las largas jardineras tomada de la mano de su pareja. Varias luciérnagas salían de los matorrales envolviendo a ambos amantes. Camilo disfrutaba ver su sonrisa de reojo. Desde haces unos días quería llevarla a esos lugares que tanto extrañaba, su madre había hecho un trabajo increíble para mantener un clima perfecto para la vegetación que en ningún lugar de Colombia podía comparar. Esos lugares eran únicos, un regalo de Pepa para Félix.

Mirabel levanto la vista al escuchar música alegre al final de los jardines, sorprendida de que hagan eso a tales horas de la madrugada giro su vista hacia Camilo y él esbozo una risa divertida, alzando sus hombros como si fuera lo más normal.

–La mayoría de inmigrantes que vienen de México y Brasil se la pasan todos los días festejando por cualquier cosa; bautizo, nacimiento o incluso por la muerte festejan –explico de lo más calmado.

Ella parecía asombrada, era algo que no se podía apreciar en los demás sectores. Camilo comenzó a caminar hacia el ruido –tenían suerte que pudieron hallar la forma que ellos pudieran festejar sin llegar a ser molesto para la jefa del sector–.

–Ven, te va encantar.

Sin recibir respuesta, solo observo como Mirabel bajo de un salto de las jardineras para luego abrazarse del brazo de su novio. Él sonrió y tranquilamente se dirigieron a un pequeño escenario de piedra en medio de las jardineras. Arriba una banda de músicos alegres que tocaban sus melodías al ritmo del cantante, un hombre delgado de piel morena que le cantaba a su amada –cual cargaba en brazos a una niña ya dormida– desde arriba mientras varias parejas bailaban a su alrededor y otros simplemente bebían o disfrutaban del show.

El cantante al verlos abrió los ojos sorprendido y Camilo sonrió alzando sus hombros con una sonrisa ladeada.

–¡PAREN, PAREN TODO EL CHORO! –exclamo el hombre de acento raro moviendo sus manos para que los músicos dejaran de tocar.

Los músicos pararon y la gente confundida miro al cantante quien mantenía una sonrisa burlona formada en su rostro.

–Miren lo que el viento nos trajo –hablo burlón y contento el hombre bajando del escenario–, nuestro chamaco y al fin trajo a una muchachita bien chula.

Mirabel se sonrojo al recibir la mirada de varios sobre ellos. Camilo esbozo una risa, acerco a la doncella hacia ellos. El hombre los esperaba mientras serbia otro trago de mezcal. Relajado y sonriente.

–Mirabel te presento a Héctor el músico favorito del todo este –lo presento con una gran sonrisa–. Héctor, ella es mi bella novia, Mirabel.

Héctor escupió la bebida y comenzó a toser con fuerza, ella se preocupó mientras él ponía los ojos en blanco ante el dramatismo del mexicano.

–No pudiste conseguir algo mejor –exclamo tratando de aliviar su garganta.

Ella bajo la mirada algo incomoda y cuando Camilo estaba a punto de reclamarle. Héctor simplemente hice un ademan con su mano y dijo desinteresado:

–Mira, muchachita –dejo su caballito sobre el escenario y abrazo a la doncella por los hombros–, este chico en un pendejo de primera, estás muy bella para andar con alguien como él. Estas a tiempo de huir.

Un gruñido salió de sus labios al ver como su amada escondía su risa detrás de su mano mientras que el hombre la guiaba a presentarla con la gente; quien no dudaron en recibirla con cariño. Todo su enojo se fue al ver como una de las mujeres le enseñaba a bailar jarabe tapatío. Mirabel seguía los pasos agarrando rápidamente el ritmo de los movimientos entre risas. Héctor volvió a subir al escenario para animarla más a bailar.

–Ella es una chica muy preciosa, mi Camilito –escucho la voz calmada de una mujer.

Él sonrió tontamente, mirando a la esposa de Héctor avergonzado. Acaricio la regordeta mejilla de la pequeña niña que dormía en sus brazos con una sonrisa. La familia Rivera siempre fue muy amable con él. En especial Imelda, aunque todos dicen que ella daba miedo por su carácter ella siempre fue gentil con él y su familia.

–Me alegro que el vestido y las zapatillas le quedaran perfectos –le dijo regalándole una sonrisa al joven.

–Todo gracias a usted, no sé cómo pagárselo. ¿Segura que no quiere el dinero?

Ella negó con una sonrisa, acaricio su mejilla con cuidado de que su hija no cayera de sus brazos.

–Mientras seas feliz con alguien que en verdad te quiera, es el mejor pago –le dio un pequeño beso en la mejilla antes de poder retirarse a su hogar–. Es mejor que vaya a dejar a Coco en su cama, al parecer Héctor se desvelara de nuevo.

Camilo asintió, despidiéndose de la mujer con un ligero movimiento de mano. Se acercó a la gente tomando uno de los caballitos con mezcal y recargado en una de los arboles admiro a su novia divirtiéndose con las mujeres danzarinas. Ella se veía tan hermosa con su sonrisa y las luciérnagas del jardín a su alrededor.

[...]

Ambos iban devuelta a casa después de horas bailando o festejando; que festejaban, ya ni lo recordaba. No faltaba mucho para que el sol hiciera de su presencia aun lado del lago, los colores templados hacían de su presencia mezclando sus colores con los aun prendidos faroles de las calles. Era una mezcla perfecta entre el frio y el calor.

Abrazaba por los hombros a Mirabel quien caía del sueño, envuelta en el poncho de su novio. Él sonrió feliz de que aun la tenía y no planeaba dejarla.

–¿Quieres que te cargué? –pregunto en un susurro.

Ella movió su cabeza con pereza.

–No, quiero estar aún más despierta –murmullo entre balbuceos–, no quiero que esto se acabe.

–¿Te gusto el lugar?

Ella sonrió al ver que intentaba darle una conversación para ayudarla a mantenerse despierta.

–Son gente muy alegre, con demasiada energía que es imposible seguirle el ritmo sin caer dormido.

Camilo rio en bajo, ella solo ha experimentado muy poco de lo que tenía que ofrecer el este. Había demasiado que experimentar en el sector tan mágico. Paro sus pasos, desconcertando a la doncella. Ella levanto su mirada hacia el dejando salir un enorme bostezo que casi contagiaba al mayor. Él la tomo de las mejilla y sin pensarlo de dio un beso apasionado con sabor a alcohol. Mirabel apenas podía seguirle el ritmo ante la falta del sueño. Abrió ligeramente sus labios dándole permiso que su lengua se adentrara en búsqueda de la suya. Sus labios se sincronizaban en un baile lento y suave sin ninguna prisa o intenciones de ir más allá. Bueno solo por parte de Mirabel porque si no fuera por el sueño que cargaba Camilo no dudaría en llevarla a un lugar más privado. Al separarse, Camilo la miro jadeante ante la falta de aire. El brillo de los ojos de Mirabel no tenía comparación. Sonriente dejo un beso rápido en sus labios para después cargarla en su espalda para descansar. Ella ya no se resistió, solo abrazo a su amado antes que al fin cayera en los brazos de Morfeo.

El pecado de las luciérnagas || CamimiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora