||CUARENTA Y DOS||

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|42|Comprometidos

Sentados en su cama se dedicaban a doblar toda la ropa de bebé que tenían, separándola la de niño y la de niña. Mirabel quería relajarse y pasar tiempo con su novio después de dejarlo solo por todo un mes. Arturo y Mariano aprovecharon que ella al fin despertó para acomodar la cuna donde estaba la otra cama y dejar unos muebles para que pudieran colocar la ropa y cositas de su pequeña luciérnaga. Camilo estaba nervioso, no quería decirle todo apenas ella se estaba recuperando de su coma, tampoco quería esperar cuando su bebé naciera. No se atrevía hacerlo, no podía soportar la idea de romper aquella sonrisa relajada de su prometida quien acariciaba con ternura la delicada tela de las ropas.

–¿Tu qué crees que sea? –pregunto calmada mientras apreciaba algunos de los gorritos que le hizo Julieta.

–Me gustaría más, una niña, si soy sincero –respondió con una pequeña sonrisa y la miro con cariño–. Solo imagínate una princesita hermosa parecida a su padre.

Ella esbozo una hermosa sonrisa, no negaría que también deseaba a una niña con el cabello rizado y pecas como él. Coloco su mano en su vientre, no importaba que sea; ya ansiaba tener a su pequeña luciérnaga en sus brazos. Por otro lado, Camilo no podía seguirle ocultando la verdad, ella merecía saberlo todo antes que se casaran, aun así si eso significaba que lo odiara a él ya a todos.

–Mirabel, ¿Podemos hablar?

Extrañada por el tono calmado y serio en que le hablo, dejo lo que hacía y con dificultad se acomodó en su la cama que compartían; dándole a entender que tenía toda su atención. Él suspiro, gateo entre toda la ropa para sentarse a su lado y tomar su mano, entrelazando sus dedos para tener más confianza.

–No sé cómo decir-...

No logro terminar su frase ya que Bruno abrió la puerta suavemente, asomando medio cuerpo a un costado del marco. Ambos lo miraron confundidos, su tío nunca entraba a las habitaciones sin tocar antes.

–Perdón por interrumpirlos chicos, pero –se disculpó casi al instante por creer que rompió una escena romántica–, Camilo, quieren hablar contigo algunos agricultores del este. Dicen que es urgente.

El joven mordió su labio queriendo negarse, pero rápidamente levanto su mirada hacia su amada al sentir como ella dio un ligero apretón al agarre que tenían. Ella le sonrió.

–Podemos hablarlo cuando termines –le susurro besando su mejilla, provocando que él se sonrojara.

No que le quedó de otra que suspirar, se despidió con un casto beso en los labios de su prometida y otro a la panza de ella antes de levantarse y salir junto con su tío, dejando la puerta abierta para que Isabella entrara con un cuenco lleno de fruta picada y un vaso de zumo de naranja recién hecho. Mirabel sonrió levemente al verla cerrar la puerta con su zapato.

–No podemos hablar con una copa de vino, pero esto calmara a la pequeña bestia hambrienta.

Ella rio ante el apodo que le puso a su bebé. Se hizo a un lado para que su hermana se sentara. La doncella mayor le coloco el cuenco en sus piernas, dejando el vaso sobre la mesa, se sentó a su lado y la abrazo con cariño. Todos estaban preocupados porque ella no despertaba.

–No puedo creer que el idiota en verdad se esfuerce en ser el líder de Encanto.

Mirabel dejo el pedazo de papaya a medio camino a su boca, la miro extrañada.

–¿Líder?

–¿Aun no te lo ha contado? –expreso sorprendida.

–¿Qué cosa?

–Ya parezco Dolores por los chismes –suspiro peinando su cabellera hacia atrás–, pero escucha, has notado que la abuela ya no está.

Asintió dejando de lado su merienda para prestarle atención a la consejera.

El pecado de las luciérnagas || CamimiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora