||UNO||

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|01|Los Madrigal del Este y Oeste

Callada Isabella se dedicaba a observar los torpes movimientos de su tío Bruno para arreglar la falda verde de Catalina, su hija adoptiva. Ella es una pequeña niña de tan solo siete años de edad, con un hermoso y ondulado cabello castaño claro que hacia resaltar su piel de porcelana y sus grandes ojos negros. Fue la última de los Madrigal en recibir un don, uno que era peligroso y causaba problemas fuertes; que la familia llego a prohibirlo para protegerla.

Al terminar de arreglarla el hombre de la tercera edad suspiro, la niña lo miro pensativa. Ella jamás ha hablado o al menos no directamente; solo se comunicaba por medio de susurros con su padre. Él y Dolores son los únicos que la han escuchado. Catalina acaricio su mejilla y él sonrió de manera rota, beso su frente y se incorporó para esperar a que la familia llegara.

–Han pasado un año y medio que no nos reuníamos de forma seria –murmuro Isabella observando la enorme entrada–. Me vas a decir que está pasando, tío.

Bruno cerró sus ojos y suspiro.

–Necesito que estén presentes mis hermanas al igual que Dolores y Luisa –abrió los ojos pesadamente–. Esto va más allá de lo que creíamos.

Bajo la mirada al sentir como la niña estiraba su poncho exigiéndole que la cargara. Él sonrió levemente, sintiéndose más calmado, se agacho para tomarla en sus brazos. Catalina se acorruco en su pecho y al igual que su prima miro la entrada.

–Ellas ya están a punto de tomar el puesto de sus madres. Esta decisión que se discutirá tiene que ser dialogado con calma.

Isabella mordió su labio inferior. Los años habían pasado, ellos eran los protectores de Encanto. Como una realeza. Luisa y Dolores al ser las únicas ya casadas oficialmente tomaran el puesto de Julieta y Pepa dentro de poco, mientras que ella estará en el centro para convertirse en la nueva consejera, tomando el lugar Bruno en el futuro. Los tres levantaron la vista al cielo al escuchar un trueno, de repente el soleado cielo quedo opacado por las nubes grises. Los Madrigal del este ya estaban aquí. Bruno abrazo con fuerza a su hija al ver un rayo caer cerca de la casa.

–Iré a preparar algo de té para mi tía.

Asintió temeroso mientras acariciaba los ondulados cabellos de su niña. No falto mucho para que el sonido de una carrosa se escuchara a lo lejos, tomo una bocanada de aire y se acercó a la entrada. Manteniendo una sonrisa temerosa como asustada al ver como se acercaba una carrosa de tonos cálidos siendo movida por caballos de pelaje brillantes. Volvió a suspirar para tener el valor para recibir a la malhumorada de su hermana. Protegiendo a su hija de la lluvia que creo la trilliza del medio, se acercó a la carroza una vez que esta paro en frente de Casita. La niña se mostraba neutra ante los constantes ruidos molestos de su tía quien salía furiosa del transporte.

Ahogando sus gritos y quejas por respeto a su hija de sensibilidad auditiva salió a regañadientes a caminar en medio de su propia tormenta. Truenos y centellas adornaron junto a una tormenta invadieron la casa y campos de los alrededores.

–Te juro, Camilo, que si llegamos tarde por tu culpa, estas en graves problemas –amenazo la mujer observando con enojo a su hijo.

Camilo chasqueo la lengua desviando la mirada con aburrimiento; lo cual hizo que recibiera un golpe por parte de su hermana. La familia del este comenzó a desalojar el transporte, Bruno se acercó a pasos cuidados a su hermana. Ella al verlos sonrió de inmediato al ver a su sobrina. Las nubes poco a poco se dispersaron dejando que el sol volviera iluminarlos.

–Ay, mi cielo, no quería mojarte –expreso con dulzura acercándose a la niña.

Catalina se aferró a Bruno, no le gustaba que la tocaran cuando no quería. Pepa entendió la indirecta, pero aun así le sonrió con amor y acaricio sus largos cabellos para después mirar preocupada a su hermano.

El pecado de las luciérnagas || CamimiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora