CAPÍTULO 25: RECORDANDO

70 23 1
                                    

Relata Cris

Llegué a Marsella cerca de las ocho de la mañana. El vuelo fue tranquilo.

Regresar al aeropuerto trajo algunos recuerdos a mi mente. La última vez que estuvimos allí, hacía más de dos años, era mi primer trabajo importante como promotor. Estaba a cargo de otros tres chicos. Llegamos un día después de un ataque terrorista en la estación central, donde un hombre islámico atentó contra dos mujeres y luego se quitó la vida gritando: "Alá es el más grande". La noticia fue mundial, ya que se sumó a otros tres ataques extremistas en diferentes lugares de Francia.

Por esta razón los aeropuertos y estaciones de colectivos tenían estrictos controles de seguridad.

Said era libanés. Llegó al barco a principios del 2017. Un muchacho moreno de gran carisma y simpatía, pero con todos los rasgos físicos genéticamente heredados de su pueblo.

Ni bien pusimos un pie en el aeropuerto, nos detuvieron a los cuatro. Él era el principal sospechoso, pero como equipo y compañeros, terminamos todos en una sala de revisión, donde abrieron todos nuestros equipajes, nos revisaron de arriba abajo y también nos hicieron numerosos interrogatorios.

Allí conocí a Rietrich. En ese momento era responsable de aduana. Todos nos habían tratado bastante mal, hasta que él llegó.

Cuando le hablamos del Logos y su ministerio, mandó a averiguar y verificar si eran ciertas todas nuestras declaraciones.

En resumen permanecimos casi dieciséis horas detenidos, sin comer ni tomar nada.

Cuando Rietrich regresó se disculpó con nosotros y nos llevó hasta nuestro hotel personalmente.

En el viaje, mientras permanecíamos en silencio. Alfred nos contó que su madre era cristiana. Su padre ateo nunca le permitió que instruyera a sus hijos en los caminos de la fe, pero recordaba verla de rodillas cada mañana orando, y leyendo la Biblia a escondidas de su padre.

—Ella nunca nos habló de Dios. No nos leyó la Biblia jamás, pero siempre anhelé tener esa paz que ella tenía en su mirada, esa sonrisa sincera y cálida... Me alegra que vinieran, quiero escuchar sobre su Dios y lo que ustedes creen—nos confesó dejándonos sin palabras—, mañana quiero que vengan a almorzar a mi casa con mi familia.

Ese fue el comienzo de la amistad con Alfred y sus hijos. En aquel almuerzo respondimos cada una de sus preguntas, sobre todo yo, que hablaba muy bien el francés.

Dóminic y Frederich, sus hijos, se mostraron tan interesados en conocer de Jesús que al día siguiente regresamos a cenar y seguir respondiendo preguntas.

Los dos recibieron a Cristo.

Alfred en cambio seguía analizando todo lo que le decíamos. Permanecía pensativo y reflexivo la mayor parte del tiempo.

Con el equipo de promotores orábamos para que sus ojos fueran abiertos, y sus dudas se saciaran en la palabra de verdad del evangelio.

Alfred nos ayudó con los permisos y contactos en todo Marsella, obteniendo muchísimas puertas abiertas para actividades durante la estadía del barco en el puerto.

Fue allí donde conocí a Nadine.

Ella era parte del grupo juvenil de una de las iglesias a las que asistimos.

Nos cruzamos un par de veces y siempre se mostró amable conmigo.

Cuando el Logos se ubicó en el puerto, Nadine nos visitó en varias oportunidades.

Siempre me buscaba para conversar y su interés parecía ser en el ministerio que realizábamos.

Se inscribió como voluntaria local, y participó durante quinces días la tarea de guía en el barco.

Yo disfrutaba de la amistad que teníamos, pero no tenía ningún otro interés.

Mientras el taxi me llevaba del aeropuerto al hotel donde me hospedaré en esta oportunidad, pasamos por la costanera, desde donde se puede ver el Fuerte Saint-Jean (una fortaleza enorme de la época de la revolución francesa).

Mi mente vuela a aquella tarde, cuando dos años atrás Nadine me invitó a recorrer algunos lugares turísticos y terminamos caminando en el Fort Saint-Jean.

Ese día, noté actitudes en ella que no me agradaron. Continuamente me abrazaba, tomaba mi mano, se acercaba insinuante... como si nosotros fuéramos algo más que amigos.

No quería hacerla sentir mal, pero trate de marcar la mayor distancia posible.

Mi madre nos había enseñado a respetar a las chicas y ser cuidadosos en nuestro trato con ellas. Vivir en el barco rodeado de chicas jóvenes podía confundirnos o hacer que nos aprovecháramos de eso.

Después de ese día no quise volver a salir con ella.

El resto de su tiempo de voluntariado intenté cruzarla lo menos posible.

«Solo serán quince días»... eso pensaba yo.

Llegué al hotel y me ubiqué en mi habitación, el resto del grupo, llegará esta noche.

Mi mente vuela al Logos, pienso en Marilina, la chica ayudante de Lance, comenzaba a conocerla y hasta a despertarse un interés por ella.

Le escribo contándole sobre el vuelo y mi llegada, le pregunto por el estreno de la obra... pero no responde. Quizás estaba enojada conmigo por mi repentina marcha del barco.

Pienso en Mariel, su cercanía con Alex, sé que va a lastimarla y por alguna extraña razón quiero proteger a esa chica.

Algo extraño también me sucede cuando estoy cerca de ella.

Nunca he tenido este tipo de pensamientos y sentimientos y menos por dos chicas a la vez...

EL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora