CAPÍTULO 69: SECRETOS

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Lance entró en la sub-cocina con unas cajas de mercadería.

Dejó las cosas sobre la mesada y al voltear se encontró con el muchacho sentado en una banqueta de la cocina.

—Cris... ¿qué haces por aquí?

—Solo pasaba a saludar.

El cocinero lo miró y pregunto nuevamente.

—¿Saludar? Nos vemos casi todos los días... parece que estuvieras huyendo de algo... o alguien.

Cris bajó la mirada.

—Quizás...—respondió.

—Esta tarde llegará el resto de la tripulación, y por la noche será la cena de despedida... ¿No estabas a cargo de organizarla?

—Lo harán unos amigos... yo no estaba de ánimo.

Lance arqueó una ceja en señal de preocupación, acercó una banqueta y se sentó junto al muchacho.

—¿Quieres contarme lo que te pasa? Este viejo puede no ser muy buen consejero, pero mis oídos están listos para escuchar... ¿esa cara tiene algo que ver con la partida de las argentinas?

Cris soltó un suspiro.

—Es más que eso... tiene que ver conmigo... con cosas que tengo que enfrentar.

—¿Cosas como qué?

—Siento que nunca he tenido una vida normal...

—¿Vida normal? No te entiendo.

Cris se peinó los cabellos hacia atrás mientras continuaba diciendo:

—Toda mi vida he estado en este barco. No lo digo como queja, yo amo vivir aquí, todo lo que aprendí en estos años, las personas que conocí... no cambiaría nada de eso... Tuve la mejor de las infancias en estos pasillos, cuartos de máquinas y camarotes...

—¿Entonces?

—Siento que llegó el momento de bajar... y no sé si estoy listo.

Lance permaneció en silencio, solo escuchando con atención.

—No he vivido en una casa estable, como lo hacen las personas normales, jamás tomé un colectivo para ir a la escuela, o hice fila para pagar impuestos en un banco... no he tenido que cocinarme, ni hacer mis propias compras en un supermercado... no me he congregado nunca en una iglesia estable... —agregó el muchacho encogiéndose de hombros—; siento que llegó el momento de establecerme en un lugar. Poder estudiar una carrera, tener un empleo... una dirección a donde poder recibir correspondencia, donde poder invitar amigos a comer... donde poder tener un jardín y plantas... ¿Es muy loco lo que digo?

—Claro que no, muchacho, es algo lógico lo que dices.

—Pero no sé cómo hacerlo... no tengo por dónde comenzar y siento que no voy a poder.

—Lo harás, Cris. Puedes hacer todas esas cosas y mucho más —respondió el hombre con la mirada puesta en suelo y mientras frotaba sus manos sobre las rodillas—. Me gustaría ayudarte...

—¿Ayudarme?

—Sí, tengo un amigo en Argentina, puedo llamarle para ver si puede darte trabajo, tiene varias empresas en diferentes lugares del país. Te recomendaría, eres un excelente mecánico y tu facilidad para los idiomas puede abrir muchas oportunidades de trabajo.

Una sonrisa se dibujó en el rostro del muchacho por primera vez en todo el día.

—¿Lo harías, por favor?

—Seguro. Prometo llamarlo y avisarte.

—Gracias, Lance.

—De nada, hijo. Me alegra poder darte una mano, lo mereces, Cris, mereces ser feliz y formar una familia. Dios quiera que tu vida en tierra sea tan útil y de bendición como lo eres aquí en el barco.

EL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora