CAPÍTULO 29: JEREMY

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Relata Jeremy

No fue sencilla la decisión de sumarme al Logos.

Renunciar a mi carrera y trabajo, dejar a mi madre, alejarme de mis amigos, de mi novia...

Fue un paso de fe.

Algo ardía en mi interior en aquellas conferencias cuando Tim se presentó en nuestra iglesia para presentarnos el proyecto de voluntariado en esta "Biblioteca flotante".

Luego llegó a mis manos el libro, y leer la historia de los comienzos del barco y la pasión de aquellos hombres que tuvieron tanta visión y fe... que no pude más que caer rendido en entrega y adoración.

«Mi vida es tuya», le dije al Señor de rodillas junto a mi cama, aquella noche hace un año atrás.

Si él me estaba pidiendo que dejara todo para servirle, yo estaba dispuesto a hacerlo.

Fanny no lo entendió así.

Llevábamos cinco meses saliendo. Es una buena chica, nos conocimos en la iglesia y nos caímos bien desde el principio, su alegría y simpatía me conquistaron y le pedí que fuera mi novia. Nos llevábamos bastante bien, pero había muchas cosas en las que no estábamos de acuerdo, una de ella este viaje.

Apenas le comenté sobre mi deseo de servir a Dios durante un año en el barco, cortó conmigo. No lo pensó demasiado, no lloró, ni me pidió que me quedara.

«No voy a quedarme de brazos cruzados esperando que regreses», me dijo sin dar vueltas,«sigue tu camino, yo seguiré el mío».

Terminar con nuestra relación, en vez de general tristeza en mi corazón, trajo una tranquilidad y paz que no podía explicar.

Mi madre fue otro problema.

Ella tenía razones más fuertes para oponerse.

«Termina tu carrera y luego te vas».

«¿Por qué no sirves a Dios aquí, acaso no hay a quien predicarle en nuestro estado?».

«¿Vas a dejar sola a tu pobre madre?».

«Tienes un buen trabajo, una bonita novia... ¿vas a dejar todo por un capricho?».

Sus preguntas y negativas constantes fueron el obstáculo más grande en esta decisión.

Sabía que, como hijo, debía obedecerla y honrarla. Dios tendría que encargarse de cambiar su forma de ver mi partida.

Ella no podía comprender que Dios me estaba llamando y no podía, ni quería negarme.

Dos meses faltaban para mi partida y aun mi madre estaba negada y en contra de este viaje.

Yo oraba con más fervor, para que Dios cambiara su corazón y me apoyara, de otra manera, no me iría.

La aprobación de mis visas y papeles llegó.

Tenía el pasaje aéreo hasta Santos ya sacado.

Aun así, ella no cambiaba de parecer.

Fue un proceso de prueba donde mi fe y dependencia de Dios creció en gran manera.

Sabía que si él había permitido que todas las puertas se abrieran, también se encargaría de mi mamá.

Y así fue.

Días antes de la fecha señalada, ella se quebró llorando y diciendo que Dios también le estaba mostrando que debía dejarme ir, pero ella no quería.

Tenía miedo que yo la abandonara como mi padre lo hizo y nunca más volviera a verla.

Lloramos juntos, nos abrazamos y por fin pudimos ponernos de acuerdo en muchas cosas.

La despedida fue sin lágrimas, fue alegre, confiando plenamente en el Señor y descansando en que él cuidaría de mi madre en este año, y también me cuidaría en toda la travesía del barco durante mi experiencia de voluntariado.

El día que Paloma se desvaneció en el ascensor, creí que moriría en mis brazos.

Nunca había pasado por una experiencia similar.

Esos eternos minutos en que no sabía qué hacer solo pensaba:

«Dios mío... ¿Para qué me trajiste al barco? ¿Para ver morir a esta chica en mis brazos?».

No había terminado de decir aquellas palabras cuando la luz regresó y la puerta del ascensor se abrió justo mostrando la palabraEnfermería en un cartel sobre la pared.

Comprendí en ese preciso segundo, que ese era el lugar en donde Dios me quería, que ese era el momento donde Paloma me necesitaba y donde podía salvar su vida.

Son pocos los momentos en esta vida donde uno siente que está en el lugar correcto, en el tiempo correcto y con la persona correcta.

Eso me sucedió allí.

Mientras esperaba en el pasillo que atendieran a Palo, solo podía dar gracias a Dios por elegir mi vida para ese momento. De golpe mi mente comenzó a razonar, a pensar en las explicaciones lógicas y reales del evento.

El ascensor estaba bajando al depósito cuando la luz se cortó, y de golpe la puerta se abrió en el tercer piso sin explicación.

Un milagro había ocurrido frente a mis ojos.

¿Qué planes tendría Dios para la vida de esa muchacha? No lo sabía, pero de algo estaba seguro, ese día un lazo especial me había unido a ella.

Quizás muchos pensaran que me sentí un héroe al salvarla, y que como en todo cuento de hadas, ella era mi princesa y yo su valiente caballero... pero fue algo diferente. Es difícil explicarlo...

Yo tenía que estar allí, yo tenía que estar a su lado... 

EL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora