CAPÍTULO 26: Esclavo del rencor

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Relata Alex

Me siento completamente enojado y frustrado.

Nuevamente Cris logró alejarme de la persona que me interesa. Primero con Nadine, ahora con Mariel.

De alguna manera, desde la muerte de mamá nuestra relación cambió por completo.

Recuerdo lo bien que nos llevábamos cuando niños.

Yo admiraba tanto a Cris. Era mi modelo a seguir.

Siempre quise parecerme a él, en la forma de vestir, en los peinados y cortes de cabello, en mis gestos. Pero todo eso cambió cuando crecimos.

Por momentos me gustaría volver a ser ese niño que corría por los pasillos del barco, que trepaba esas barandas de la escalera y jugaba a ser el capitán.

Volver el tiempo atrás, significaría también que mamá estaría viva, y que Cris y yo volveríamos a ser amigos.

¿Por qué hemos cambiado tanto? ¿Por qué parecemos enemigos en vez de hermanos? ¿Cuándo se formó este abismo entre los dos? ¿Fue con la muerte de mamá? ¿Fue con la llegada de Nadine al barco?

Sea como sea que llegamos a esto, pareciera no haber vuelta a atrás.

El rostro de papá de felicidad me hizo sentir completamente culpable. Decirle que las cosas con Cris estaban mejor, fue una mentira, y yo lo sabía. Fingir que perdonaba a Cris y que le daba una nueva oportunidad me ha deshecho por dentro, porque sé que está mal.

Muchas cosas están mal en mi vida.

Yo estoy mal.

En medio de este caos que es mi vida, de golpe, me encuentro con esa gringa de ojos claros, limpiando el cuarto de máquinas y algo nuevo, algo diferente comenzó a surgir en mi interior.

De alguna extraña manera, Mariel trasmite paz, esa paz que me falta desde hace tiempo.

Ella, además, tiene una mirada limpia y transparente que permite mirar hasta su misma alma, un alma pura y sincera, opuesta a mi tormento interior.

Sus palabras siempre sabias y justas, sin vueltas ni dobleces, siempre directas y sinceras, confrontando mi falsedad y mentiras.... mi necedad y terquedad.

Su madurez y seriedad, tan marcadas en ella, contrastando con mi fetiche y exceso de humor...

Tan opuesta a mí que me atrae y a la vez me asusta.

Me asusta porque ella me muestra lo mal que estoy, sin decirlo de manera directa o voluntaria, ella me recuerda que hay tanto por corregir y cambiar en mi vida, que me he desviado del camino y estoy tan lejos de lo que Dios quiere y espera de mí.

Y cuando comienzo a acercarme, a conocerla, a lograr que ella me abra la puerta de su vida para dejarme entrar... aparece Cris.

«Cris, Cris, Cris».«Siempre Cris».

Desde que el nombre de mi hermano fue mencionado por sus labios, algo de enojo y odio se encendió en mi interior.

Mariel no debía conocerlo.

Ella es tan perfecta que sé el efecto que causará en él. Es justo el tipo de chicas de la que mi hermano se enamoraría. Y él es perfecto para ella.

Cada una de las características de su persona completaba la lista del ideal de cualquier muchacho.

Pero... Mariel es para mí.

O lo era.

Porque ahora no quiere hablarme.

Hace una semana que Cris se fue.

Hace una semana que discutimos y no ha vuelto a dirigirme la palabra.

Misteriosamente, Andrew cambió su lugar de trabajo, y la trasladó a la zona de pasillos internos y camarotes. Del lado opuesto del barco.

Las veces que nos hemos cruzado, esquiva mi mirada, no responde mis preguntas, ignora mi presencia y se va.

Lo merezco.

Nunca debí ofenderla de esa manera.

Le he pedido perdón.

Lo hago cada vez que la veo.

Hay algo diferente en su mirada. Es como tristeza, como decepción... y sé que soy el causante de eso.

El tiempo sigue corriendo y en dos semanas Cris regresará y tendrá el camino libre para conquistarla... Eso me está torturando... consumiendo.

Ayer tuvimos una reunión de alabanza.

Durante varios meses he evitado asistir, no me siento cómodo...

Desde la muerte de mamá, mi relación con Dios fue en descenso.

Su pérdida me afectó en todas las áreas, espiritual, sentimental, aun físicamente, ya que me enfermé grave un par de veces.

Culpé a Dios por no obrar en sanar su cuerpo. Lo culpé por hacerla sufrir, por hacer sufrir a mi padre... Dejé de hablarle, dejé de leer la Biblia, me limité a vivir con una apariencia de cristiano, pero perdí hasta la fe.

Ayer quería verla. Necesitaba encontrarme con Mariel y sabía que ella no faltaría a la reunión.

Me senté varias filas más atrás.

Solo quería poder observarla. Extrañaba nuestros encuentros y charlas, extrañaba sus enojos y retos.

Por un extraña razón estar cerca de ella se había vuelto mi lugar preferido del barco.

Lo que sucediera en la reunión no parecía afectarme, yo solo estaba allí para ver a Mariel.

Pero mientras el tiempo transcurría y cantaban una y otra canción una opresión en el pecho no me dejaba respirar.

«¿Qué me está pasando?».

Miraba a mí alrededor y todos cantaban, sonreían, levantaban sus manos, cerraban sus ojos...

Y yo sentía como si alguien apretara mi pecho queriendo romper mis costillas y aplastar mis pulmones.

De golpe los acordes de una canción me golpearon sin piedad. La conocía muy bien... tantas veces yo la había cantado... LIBRE SOY... Caen las murallas caen, las cadenas Dios destruyó libre soy, Libre, Dios me hizo libre, el venció la muerte por mí, libre soy...

Yo no era libre.

Estaba tan preso del rencor y del odio, tan preso de los recuerdo del pasado, tan enojado con Cris, con Nadine, con mi papá, con Dios.

Salí corriendo.

Corrí, y corrí por el pasillo hasta encontrarme lejos de todos.

«Antes podía cantarla. Antes me sentía libre. ¿Por qué ahora me siento el esclavo más humillado de la prisión?».

EL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora