De a poco toda la tripulación recuperó el buen apetito. El grupo de la cocina debió reforzar el menú para el día siguiente, ya que la comida había sido poca y varios de los chicos se habían quedado con hambre en la cena. Cosa que había preocupado demasiado a Paloma.
—Buenas noches—dijo Lorey que había terminado de secar los últimos recipientes de la cocina—, ¿te espero?—preguntó a Paloma, que permanecía haciendo inventario en la cocina.
—No, ve tranquila, aún debo terminar las cuentas para el día de mañana. No quiero que vuelva a faltar comida.
—Okey, te ayudaría, pero mis pies no dan más y necesito acostarme.
—Está bien, Lorey, terminaré pronto. Ve tranquila.
Cuando el silencio inundó completamente la cocina, Paloma se dejó caer en un pequeño banquito que generalmente utilizaban como escalera para alcanzar los estantes más altos.
Allí con el inventario en mano y el recetario de cocina pensaba una variante para el almuerzo y cena de mañana.
Quería poder hacer algo que todos disfrutaran y que no solo fuera rico, sino abundante.
Frotó su frente una y otra vez.
Unos acordes de guitarra se escucharon a los lejos en medio de la soledad de la cocina.
«¿Quién está despierto a esta hora?»
La curiosidad la hizo ponerse de pie y caminar hasta donde provenía el sonido.
En uno de los depósitos había una luz encendida.
Abrió lentamente la puerta y el sonido salió con mayor fuerza. Al asomarse, la imagen de Jeremy sentado en un cajón de mercadería y su guitarra en mano, le dio ternura y gracia a la vez.
Una sonrisa se dibujó en sus labios.
Se asomó un poco más y de inmediato la música paró y su mirada se encontró con la del muchacho.
—Perdón, pensé que ya todos se habían ido a acostar—dijo sorprendido.
—Quise quedarme a revisar el menú de mañana... No sabía que tocabas la guitarra.
—Bueno... en realidad, solo sé lo básico, digamos que me defiendo.
—Sonaba bastante bien. Sigue tocando.
—No, creo que mejor debería dejar esto para los chicos del grupo de música y dedicarme a la cocina.
—¿Por qué? Creo que lo haces muy bien... Te confieso que yo también sé tocar, no la guitarra, el teclado... digamos que también me defiendo.
—Así que tocas el teclado.
—Un poco... pero me gusta la cocina... y también el arte... la pintura y el dibujo.
—Digamos que eres multifacética.
—Se podría decir... Y a ti... ¿qué otras cosas te gustan?
—Bueno... me gusta el básquet, soy fan de los Lakers de los Angeles, el mejor equipo del mundo—agregó divertido.
—¿Básquetbol?
—No para jugar en forma profesional... no me ayuda mucho la altura—dijo señalando su metro setenta de arriba a abajo—, pero me encanta ir a los partidos, o jugar en el barrio con mis amigos.
—¿Eres de los Angeles?
—Sí, viví allí casi toda mi vida, después cuando cumplí deiciocho nos mudamos con mi madre a California, pero siempre seré fiel a mi equipo—agregó señalando su remera con el escudo de los Lakers.
—¿Cuántos años tienes?
—Veinidos, ¿y tú?
—Diecinueve.
—Eres bastante madura para tu edad... Y tienes carácter... La primera vez que te vi en la cocina pensé que serías una niñita tímida y callada.
—Muchos me lo han dicho... Pero no dejes que mi tamaño te confunda—advirtió señalando al muchacho.
—Me alegra haberme equivocado. Me gusta cuando fluye tu carácter de líder y comienzas a dar órdenes.
—¡¡Haces que suene como una mandona autoritaria!!
—Digo la verdad... Además, alguien tiene que poner orden en esa cocina...
—¿Y la cocina? ¿Cuándo comenzó a interesarte?
—La cocina... es algo que también disfruto mucho. Mi madre siempre trabajó muchas horas, así que desde pequeño aprendí a defenderme en cosas simples y cotidianas.
—¿En qué trabaja tu mamá?
—Es cajera de un bancodesde hace muchos años, es trabajadora y luchadora, una mujer de Dios, un gran ejemplo para mí—mientras hablaba de su madre sus ojos café se iluminaron tanto que Paloma comprendió que era alguien muy importante para él.
—¿Y la música...?—cuestionó.
—Bueno, la música, es una larga historia...—soltó cambiando el tono de voz—. Mi padre era guitarrista, pero se apartó del Señor por una banda de rock. Dejó a mi madre cuando yo era muy pequeño y no he vuelto a verlo.
—Oh, lo siento—se lamentó Paloma.
—Sí, yo también, no me acuerdo de él, y ni siquiera sé si está vivo—agregó el muchacho mientras se encogía de hombros—, mi madre no habla de él. Nunca quiso que yo estudiara música o tocara algún instrumento, siempre culpó a la música de que mi padre se fuera, aunque en realidad el problema estaba en su corazón... pero bueno, hace poco un amigo me enseñó a tocar unos acordes, y fue algo que no puedo explicarte...
—Te gusta... y te sale natural.
—Sí, es como si lo trajera en la sangre, en mi ADN... pero no quiero herir ni desobedecer a mi madre... entiendo que ella lo hace por mi bien.
—¿Por eso siempre tocas a escondidas?
—Sí, aunque no tiene mucho sentido esconderme, porque ella no está en el barco.
—Jeremy... ¿porque viniste al Logos?
—Quiero hacer algo que valga la pena con mi vida... dejar una huella... hacer algo que impacte al mundo y que haga una diferencia. Mi madre desde pequeño me dijo que su oración era que yo fuera un hombre de Dios y le sirviera con mi vida. Nunca me alentó a lograr títulos o éxito en la vida, siempre me alentó a invertir mi tiempo y esfuerzo en la obra de Dios.
—Pero... servir en el Logos significa estar lejos de ella.
—Sí, será un largo año, y aunque al principio mi madre se opuso a este viaje, es feliz de que Dios utilice mi vida. He ahorrado durante un año para poder cubrir todos mis gastos...
—Me encantaría conocerla, parece ser genial tu mamá.
—Lo es... ¿Y la tuya?
—Mi madre también lo es. Trabaja en una fundación que ayuda a mujeres con cáncer; además es pintora, hace hermosos cuadros y con lo que recauda al venderlos ayuda a familias misioneras. Es un ejemplo e inspiración para mí.
—La verdad, hemos sido bendecidos con nuestras madres.
—Sí, ya lo creo... y entonces... ¿vas a tocar algo o no?
Jeremy sonrió y volvió a acomodar su guitarra en posición.
Los acordes perfectos y armónicos daban testimonio de que era real. El muchacho tenía un don sobrenatural para la música.
—Quizás algún día puedas acompañarme con el teclado...—sugirió mientras seguía tocando.
—Quizás.
ESTÁS LEYENDO
EL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDAS
MaceraCuatro amigas deciden dedicar un año de sus vidas a servir en el barco LOGOS HOPE. Emprenden esta aventura sin comprender el alcance que tendrá para sus propias vidas y amistades. Las tormentas en el mar, los conflictos en los puertos, la cárcel y e...