Fourty.

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Había un solo pensamiento en su cabeza.

La había cagado. Legendariamente. Y podía reconocerlo en voz alta, hasta gritarlo. Pero se encontraba allí, tirado en medio de su habitación, mirando fijamente la botella de Whisky que había en su mano.

No buscaba culpable alguno, todo fue por su causa. Él mismo fumó hasta drogarse, añadiéndole una dosis de café porque estaba muy cansado y aún tenía trabajo que hacer. Cigarros para calmar el estrés que le causaba estar entre juntas y juntas, y café para mantenerse de pie mientras su dulzura dormía plácidamente él hiciera todos los informes del trabajo y adelantar todo, para llegar hoy temprano, sacarlo de la asquerosa fiesta de su madre e ir a recorrer toda Brisbane en su motocicleta. Era el plan.

Pero no contaba que drogado dijera e hiciera tantas estupideces que lastimaron a la persona que más quería en este mundo. Su ricitos de oro.

Tenía demasiado estrés consigo. Y lo hizo llorar, por segunda vez.

Era un asco.

Destapó la botella de Whisky y la llevó a su boca, más no dio ningún trago, aunque su garganta tuviera un leve picor, incitándolo a beber. Tomó una profunda bocanada de aire olisqueando el aroma a alcohol que emanaba la botella. Viejos recuerdos llegando a él.

La puerta fue tocada varias veces con apuro, más no respondió. No quería ver a nadie justo ahora, sólo quería fundirse en su miseria. No corrió tras él porque aún seguía inestable, se sentía extraño y, de alguna forma, la sensación era conocida; y sabía que si iba tras él no sabría explicarle porqué estaba así, o sabría pedirle perdón, sólo cagaría aún más las cosas.

—¡Jake! ¡Abre la puerta! —gritó una voz masculina conocida, tocando la puerta apurado—. ¡Jake! ¡William me dijo que le pediste una botella! ¡Abre la puerta, maldición!

No respondió. No tenía ánimos. ¿Por qué no mejor lo dejaban en paz por unos segundos? Desde que llegó la responsabilidad cayó en sus hombros; toda la empresa, las juntas para que se diera a conocer, los eventos sociales para "hacerse respetar", las peleas con su mamá por su maltrato hacia Riki. Y él sólo quería resolver todo lo antes posible para regresar a Corea, y estancarse permanentemente en la sucursal de Seúl, tal como había luchado para que fuese así, para no ser separado de sus ricitos.

Y ahora él mismo la cagaba.

—¡Jake! ¡Maldición! —gritó nuevamente, tocando la puerta con insistencia.

Ni siquiera se inmutó, sentado en el suelo de su habitación de adolescente, recostando su espalda contra su espaciosa cama, queriendo de toda esta tortura se terminará. ¿Por qué no podía ser un chico normal así como el propio Louis que tan mal le caía?

La puerta se abrió de una patada, al parecer se dio cuenta de que estaba abierta, aunque había forcejeado la misma al darle una patada.

—¡Suelta la botella, ahora!

A su campo de visión llegó Heeseung, con su traje formal y su cabello rojo algo despeinado, el tinte fantasía cayéndose de a poco y haciéndolo ver más claro, casi rosado.

—¡Sim Jaeyun! ¡Dame esa botella! —ordenó el pelirosa nuevamente, haciendo un ademán con su mano para que le extendiera la botella.

En su casa nadie sabía que tenía problemas con el alcohol, eran reducidas personas que lo sabían, entre esas Heeseung y su papá, también su querido ricitos.

Oh, su dulzura. ¿Dónde estará a éstas alturas?

Heeseung le quitó la botella de un manotón, desechándola en el cesto de la basura que había a un lado de la cama. Luego, pasándose una mano por el cabello, abrumado.

The Bathroom.『Jakeki』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora