Capítulo 1: El dulce sabor de la nostalgia.

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Al volver a mi realidad deseada no amanecí en mi dormitorio, o en el salón... No, yo me encontraba sentada en el asiento copiloto de un caro coche negro. Supuse que era mi coche y mi suposición era cierta. Toda mi documentación y maletas estaban en el asiento trasero, cosa que me sorprendió.  Incluso unos papeles de denuncias que supuestamente yo había rellenado para denunciar a alguien, a un grupo de gente. Qué raro.

Es como si el universo me dijera: "Toma todo esto, estás de vuelta".

Mi querido Bristol, volvía a estar allí, lo había echado tanto de menos que ya ni su fragancia recordaba. La ciudad desprendía una esencia particular, para mí olía a humedad, césped recién cortado y algodón de azúcar, seguía oliendo así.

Es una mezcla de olores un tanto catastrófica, pero así es Bristol, puede ser la mejor o la peor catástrofe que pase en tu vida, porque me gusta creer que después de lo desastroso siempre queda algo bueno.

Esta vez mis ojos no se confundían seleccionando calles aleatorias para orientarme, reconocía cada una de ellas, había pasado tiempo, pero recordaba las cosas aunque hubiesen cambiado.

Mi instinto me pidió a gritos que me fijara en el edificio que tenía ante mis ojos, entonces me bajé del coche y cerré la puerta de un golpe rápido y seco. Mis zapatos se pegaban al asfalto cada vez que daba un paso, como si no me creyera que hubiese vuelto allí.

Ante mis ojos mi casa estaba ahí plantada, claro, no se había podido mover. Qué imbécil soy cuando quiero. Tapé mi boca ahogando pequeños gritos de emoción.

Paso tras paso, mis nervios se apoderaban de mí. Llegar hasta la puerta sería complicado, y tomar el pomo ya ni te digo porque yo estaba caminando tan lenta como un caracol. No me podía creer que todo estuviera igual, con algún que otro cambio, pero igual.

La casa era grande y de piedra, pero no una cualquiera, no... Era una piedra bonita, como las casas tan espectaculares de los ricos, porque en mi realidad deseada lo soy. La puerta era color café, con el pomo de color cobre, yo solía tapar siempre con mi mano la mirilla para que mi hermana se pusiera nerviosa y me hiciera caso.

Lo que me dejó rota fue encontrarme una foto mía en frente de la puerta de la casa, con montones de flores a su alrededor.

¿Me había muerto?, tragué saliva mientras pequeñas gotas de sudor se empezaron a formar en mi frente. Realmente estaba algo asustada.

—¿Disculpa? —oí la voz de una chica, adolescente.

Volteé con agilidad y la chica se quedó pálida.

—¿E-Eres Nessie Ayers? —preguntó, temblando.

—Sí, ¿por? —respondí.

—Llevas tres años desaparecida.

—¿Cómo?

—Sí, ¿es que no lo sabías?

—He estado mucho tiempo en un sitio horrible —le dije—. Ahora entiendo muchas cosas. —disimulé— ¿Quién eres tú?

—Soy Mini McGuinness, somos vecinas. —respondió.

—Gracias, Mini.

La chica se retiró, algo aturdida, mientras se peinaba su cabello rubio ondulado. Era una chica muy linda y alta. Con el tiempo me he ido convirtiendo en una persona más fría, supongo que esa adolescencia me hizo ver las cosas de otra forma.

—¿Desaparecida? —murmuré.

Di por sentado que el tiempo pasaría cuando yo me fuera y que mi yo de esa realidad podría hacer su vida tal y como ella quisiera. El error estaba en que yo no había apuntado ninguna de mis intenciones, simplemente creí que nada malo podría pasar, no tuve en cuenta las consecuencias de mis actos y el daño que podría hacerle a los demás.

Shifting Skins | El diario de Nessie AyersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora