Especial 3: Las flores del jardín.

60 8 2
                                    

Cuando Cook y yo teníamos que vivir bajo el mismo techo, nos sentábamos en el sofá en silencio la mayoría de las veces. A veces, nuestras manos se encontraban para luego separarse al momento, yo tenía a John y le quería por aquel entonces.

¿Pero a quién voy a engañar? Lo que tuve con Cook fue inolvidable.

Una tarde, cuando estábamos en silencio mientras él jugaba a videojuegos porque no tenía otra cosa que hacer, me fijé en las flores violetas que el vecino tenía en su jardín.

—Me encantaría que John me regalara una de esas flores. —dije, esperanzada.

—¿Acaso no te las compra? —preguntó Cook, sin apartar la vista del televisor.

—Sí, pero me gustaría que me las diera vivas, en una macetita para poder cuidarla con amor. —confesé.

—Qué tontita. —se burló.

—¡Oye! —me quejé, le tiré uno de mis zapatos.

—¡Eh, vigila, Ayers!

—Vale, James.

Ambos nos miramos de reojo, James y Ayers.


☆☆☆


Al día siguiente, vi a Cook hablar con John, el rubio tenía cara de pocos amigos y le amenazaba con su dedo índice. Lo hacía para que no viniera a decir tonterías, esto sucedió cuando aún no había tenido fuertes discusiones con mi exnovio. Aquella tarde, John se presentó en mi casa con una maceta que contenía una flor idéntica a la de mi vecino, quedé asombrada y pensé que había sido un milagro, que el universo me había escuchado o algo parecido.

—¿Cómo sabías que...?

—Intuición, cariño. —besó mi mejilla— Tengo que irme a una sesión de fotos, ¿nos vemos luego?

—Sí, claro.

Me dejó ahí plantada con la maceta entre mis manos, por lo menos, mi deseo se había cumplido. Pensé que había sido una idea suya al fin, que no tenía que haberlo implorado por una vez, pero todo se fue como lo hace una ráfaga de viento cuando vi a Cook en el jardín trasero al poner la flor en la cocina para regarla. Venía de casa del vecino, salía por los arbustos como si se hubiera colado. Su ropa estaba manchada por tierra y hierba de jardín, entró a hurtadillas por la puerta de la cocina y suspiró.

Aquel alivio no le duró mucho cuando me vio plantada frente a él en la cocina, quedé descolocada al completo.

—Anda, hola. —saludó, asombrado, no sabía dónde meterse.

—Hola.

—¿No estabas con John?

—Se... Se acaba de ir.

—Anda, veo que te ha regalado tu flor, ¿no? La querías mucho, así que te la he conse... —se cortó a sí mismo— Te la ha conseguido.

—¿Lo has hecho tú? —me crucé de brazos, mis mejillas ardían.

—¿Qué? No, claro que no.

—¿Y por qué tienes tierra en...?

—Me he colado en casa del vecino para ver a su hija, no me malinterpretes.

Salió de la cocina y subió las escaleras del piso de arriba escopeteado, oí como abría el grifo de la ducha. Más tarde, nos volvimos a cruzar en el pasillo de arriba y nos chocamos, no supimos si ir por un lado o por otro, lo típico de cuando te chocas con alguien por la calle. No me dirigió la palabra por el resto del día, excepto cuando tuvimos que lavarnos los dientes antes de ir a dormir, nos topamos en el baño juntos y él acabó antes que yo.

—Buenas noches. —dijo, antes de salir.

—Buenas noches. —respondí.

Le observé con nostalgia y creo que él hizo lo mismo hasta que por fin salió del baño.

Shifting Skins | El diario de Nessie AyersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora