- Eres Kanon, ¿cierto? - el humo formado por la frágil calada hizo que la mujer achicara los ojos, maquillados e inquisidores.- Y tú...- añadió, señalando a Rhadamanthys con los dos dedos que sujetaban el cigarrillo - tú debes ser el chaval inglés, pero no recuerdo tu nombre, cielo...
- Rhadamanthys Wyvern, señora.
Kanon le miró de reojo al notar como se posicionaba a su lado y se mostraba tan asquerosamente educado y amable como siempre. A él todavía no le surgían las palabras y el adjetivo de estúpido se quedaba corto para definir cómo se sentía en ese momento.
Úrsula les observaba de forma intermitente, manteniendo una mano en la puerta y la otra en el marco, hasta que una pizca de cordialidad surgió de sus labios rojos y se apartó para despejar el camino y permitirles entrar.
- Pasad si queréis. Atenas está a unas tres horas en coche, por lo que dudo que vuestra visita sea casual, ni mucho menos que responda a un acto de cortesía sin más.- Dicho ésto propinó otra corta calada a su cigarrillo, observando con fijeza a Kanon, quien permanecía inmóvil y con el ceño fruncido por lo disgustante que se palpaba la escena.
Sus miradas, afiladas y altivas, libraban un pulso de orgullo a través de un tenso silencio que se quebró gracias a una imperiosa necesidad vital que a Rhadamanthys le urgía satisfacer.- Disculpe mi atrevimiento, señora Walden...¿el baño? Lo siento pero es que no puedo aguantarme más.
- Claro, adelante. La última puerta del pasillo.- Rhadamanthys agradeció el gesto y se apresuró hacia las interioridades de esa casa que parecía protegerse tras un campo magnético que repelía al abogado.- Veo que con los años no se te ha suavizado el mal carácter...
Úrsula aspiró otra ligera calada, repasó a Kanon de arriba abajo y se alejó de la puerta, dejándola abierta. Un enorme y peludo gato apareció de la nada, con la cola en alto y maullando entre ronroenos hasta que su dueña se agachó para cogerlo en brazos. El fino cigarrillo fue apresado entre los labios mientras iba acariciando la cabecita del gato y se dirigía hacia la redonda mesa del salón, lugar donde liberó el felino y aplastó la colilla en un cenicero que ya albergaba un par más, marcadas con el rojizo sello de su pintalabios.
Desde su inmovilidad Kanon pudo observar cómo se alejaba hasta quedar como una figura oscura, recortada por la majestuosa luz natural que invadía el salón a través de lo que parecían unos enormes ventanales, y entonces se sintió traspasado por una extraña oleada de pena.
O compasión.
O ambas sensaciones a la vez.
Úrsula nunca le había caído bien. Ni de niño, ni de adolescente ni de muy joven. Jamás había entendido qué le podía encontrar su padre para mantenerla como amante hasta el día que falleció. Siempre la había percibido como una mujer engreída, descarada, egoísta, frívola, superficial y con ínfulas de grandeza sólo por acostarse con quien lo hacía, a pesar de trabajar bajo sus órdenes y servirle como un perrito fiel. Tan fiel que malgastó los preciosos años de su juventud ofreciendo un amor incondicional sin esperanzas de correspondencia. Otro gato, más esbelto y pequeño, apareció para rondarle las piernas y restregarse una y otra vez para conseguir su propóstio de ese momento. La figura de Úrsula desapareció del campo visual de Kanon, seguida con premura por los dos felinos y fue entonces cuando él se vio con suficientes fuerzas para sortear el irracional rechazo que siempre le había producido y accedió a esa vivienda que desprendía un triste aroma de soledad.
El salón que avistó desde la calle no era muy amplio, pero la pared formada por dos grandes ventanales que daban acceso a un cuidado jardín lo transformaban en un espacio diáfano. Kanon se quedó plantado ahí en medio, pivotando sobre su eje para poder apreciar simples detalles que le relataban mucho con muy poco. La voz de Úrsula se escuchaba en lo que supuso que sería la cocina, donde hablaba con los gatos y trasteaba entre maullidos hasta que éstos cesaron. En el salón no había ni rastro de fotografías que presumieran de sus seres queridos y las pocas que vio, ubicadas en una esquina de la pared, sólo la mostraban a ella en diferentes lugares del mundo o con algún animal de compañía en sus brazos. Una de ellas le atrajo la atención, y al acercarse para curiosearla mejor sus movimientos se vieron coartados por la voz de Úrsula hablándole a sus espaldas.