ADVERTENCIA: Sigue en vigor la misma que en los capítulos anteriores
Internado de Davleia, domingo 31 de enero
Una cama ancha con dosel. Un par de sillones tapizados. Restos de velas. Un mueble con vasos de vidrio cristalino. Una jarra con un culín de líquido olvidado en su interior. Sillas plegables amontonadas al lado izquierdo, como si estuvieran allí esperando ser dispuestas para presenciar algún espectáculo. Al fondo, en una esquina, una cortina de color bordeaux, de un tejido presumiblemente denso y pesado, ocultaba lo que parecía ser una zona de aseo. Al costado derecho, una puerta, y esparcidos por el suelo, cables que no conectaban con nada...
Afrodita dio un par de pasos, barriendo el espacio con la luz que proyectaba la linterna de su teléfono móvil, completamente mudo ante lo que, de buenas a primeras, se le antojó un escenario. Sin saber por qué se halló caminando hacia la zona donde había la pequeña colección de sillas de madera plegables y vio que, además, había unos tres paraguas fotográficos, cerrados y apoyados contra la pared.
─Me cago en la madre de todos los cristos...¿qué coño es todo esto?...
El sueco alargó la mano para estirar un trecho de esa tela que algún día había sido blanca, pero un fuerte estruendo descendiendo por la escalera le desbocó el corazón.
─¡Ay! ¡Por el amor de Dios! ¡Mi cadera!
─¡Dimitri! ¡¿Está bien?! ─Afrodita corrió hacia el cura, a quien vio sentado en uno de los peldaños inferiores, con una zapatilla puesta, la otra perdida y una bata de felpa, estampada con cuadros azules y negros, cubriéndole el esqueleto.
─Ay, hijo...la cadera...
─No me joda que se la ha roto... ─el viejo se agarró a la ayuda que le ofrecía el periodista y contuvo el aire cuando éste tiró de él para ponerlo en pie. Afrodita respiró con algo más de calma al comprobar que el cura se mantenía en pie sin problema y se apresuró a iluminar el suelo hasta dar con la zapatilla volada ─. Aguántese en mi hombro y alce el pie, que lo calzo ─indicó Afrodita, agachándose ante el viejo.
─¿Quién es Dimitri?
─Usted ─ver esas piernecitas repletas de protuberantes venas que dotaban la piel de un color azulado le hizo sentir un desconocido respeto al paso del tiempo ─. Le sienta bien este nombre. ¿No le gusta?
─Ah...bueno... Me bautizaron como Porfirio en realidad...
─Pues para mí es Dimitri desde ayer ─Afrodita se alzó y lo ofreció la mano para ayudarlo a terminar de descender─. ¿Y qué hace aquí? Creí que aún estaría durmiendo la mona...
─La cabeza está que me estalla, hijo...Y con los golpes que se ha dedicado a dar ¡¿cómo iba a poder dormir?! ─Dimitri acabó de bajar los dos peldaños que le quedaban de medio lado para poder apoyar la planta del pie entera, pero lo hizo como si fuese un bebé: de uno en uno y renqueando ─¿Qué has descubierto? ¿Alguna bodega secreta? ¿Un alijo de licores o algún lagar para hacer el vino de las misas?
─¿A usted qué le parece esto?
Afrodita volvió a enfocar la zona, deslizando el halo de luz de izquierda a derecha con pensada lentitud. Los ojos del viejo parecieron abrirse para escapar de sus cuencas, y la respiración se le cortó por unos instantes.
─Un dormitorio de lujo...
─Eso he imaginado yo también, pero...¿de quién? ─el viejo se encogió de hombros y se atrevió a dar unos pasos más mientras Afrodita se quedaba a los pies de la escalera, observando su figura encorvada y las piernecitas como palillos ─. Si se fija, a la derecha ─prosiguió, llevando la luz hacia el mentado punto─ hay otra puerta muy parecida a la de arriba. ¿La tiene ubicada por fuera? A mí me da que era un acceso secreto...