Dohko entró en la sala guardándose en el bolsillo de la toga lo que parecía un teléfono móvil. En la mesa humeaba una nueva tila y, al sentarse, se masajeó las sienes a conciencia. Lune no se había movido de sitio; no había dirigido ni una sola ojeada al estrado, aunque tampoco había buscado la complicidad de su familia. Su posición parecía estar congelada y su mirada, apagada y ojerosa, perdida en algún lugar muy lejos de allí. Hypnos trató de mantener la compostura; no dijo nada más, se mantuvo sentado en una posición erguida y desafiante pero su mirada sí que permanecía fija en la figura de su abogado. El fulgor que centelleaba en sus dorados irises se contagiaba en la furiosa respiración, la cual dilataba y contraía visiblemente sus fosas nasales cada vez que tomaba y expulsaba aire.
─Señor Samaras, puede continuar ─indicó Dohko después de inspirar hondo.
Saga no se levantó. Se permitió el lujo de observar largamente al acusado. De mantenerle la mirada. De comprobar cómo su respiración, ya un poco alterada, se agitaba todavía más.
─Año 1994...─dijo, con los codos clavados en la mesa y el mentón apoyado sobre el soporte de sus manos cruzadas─ aparece en su vida una bella mujer: Violet Heinstein ─Saga relajó su posición y se acomodó contra el respaldo de la silla.
─Ya lo he dicho. Este año la familia Heinstein me contrata como artista personal.
─Gracias por la reiteración de su declaración, señor Sifakis, pero aún no he formulado ninguna pregunta. Simplemente estoy dibujando el contexto que abraza esos años.
La ambarina mirada de Hypnos viajó hacia su abogado, como si reclamara algún tipo de ayuda, pero Lune persistió anclado en su preocupante silencio, aunque le devolvió la mirada, sí. Se la sostuvo y reafirmó su actitud cruzándose de brazos con descaro.
Saga observó el gesto y leyó en él la nula intención de intervenir. Viró de nuevo la atención hacia el artista y desbloqueó su posición para levantarse de la silla, adecentarse la americana con su innata elegancia y dirigirse al centro de la sala.
─Violet era una mujer bellísima, con un corazón enorme... o eso cuentan aquellas personas que la conocieron, porque, señores del jurado ─Saga se giró para encarar a los miembros del jurado popular─, en el incendio se destruyeron todas las fotografías e incluso los cuadros que el señor Hyppolitos Sifakis había pintado de ella. ¿Era Violet en efecto una mujer bella, señor Sifakis? ─preguntó, posicionándose de nuevo frente al acusado.
─Era una mujer como podía serlo cualquier otra. Responda lo que le responda lo usará en mi contra, ¿me equivoco, señor Samaras?
Saga estiró los labios en una media sonrisa que casi conseguía emular a la de su gemelo.
─Violet tuvo una hija, de la que sí tenemos imágenes...─el fiscal se acercó a la pantalla dispuesta para las proyecciones, tomó el pequeño control a distancia y pasó unas cuantas instantáneas donde se podía apreciar a Pandora. Dejó sobre el lienzo la última elegida, una en la que la joven asesinada aparecía sonriendo, con la mirada violeta llena de vida y la larga cabellera negra encuadrándole un hermoso rostro─. Contemplen la belleza que poseía esta muchacha, porque las próximas fotografías que vamos a mostrar de ella ya no son tan agradables de observar. Hypnos miró la pantalla durante unos segundos, pero no lo hizo arrancándose esa conmoción desmedida que le asaltaba cada vez que con anterioridad se había nombrado a Pandora. Esta vez se fijó en la foto con rabia. La misma con la que su mirada fulminó a Saga, quien aprovechó el momento para proseguir─. La familia Heinstein estaba en posesión de un gran patrimonio, ¿cierto?
─Nunca hablé con ellos del patrimonio que pudieran tener ─replicó Hypnos, abrupto.
─¿Cuáles eran sus honorarios?