Afrodita se cruzó de piernas mientras tomaba un azucarillo y lo sacudía con gracia.
Kanon estaba sentado en el taburete contiguo, con el tercer café del día esperando ser consumido, observando...
Observando al periodista y su expresión ceñuda. Su boquita de piñón. Sus gestos finos y elegantes. Su evasión calculada de mirada. Sus evidentes ganas de hacerse rogar.
Y mucho.
─Primero me encierras en un trastero, me coges de los huevos y me escupes en la cara y ahora me invitas a un café ─ la cucharilla acudió a remover el azúcar con intención de disolverlo por entero ─ Eres la contradicción pura, querido...
─Será el Géminis que llevo dentro ─dijo Kanon, tomando su taza para propinarle un trago ─. Hoy me apetece proponerte un juego ─ agregó, depositando el café sobre el platito. Mirándose al joven periodista con expresión pícara.
─Un juego... ─ repitió Afrodita, dispuesto a seguirle la corriente ─. Lo siento, pero no eres mi tipo. Me gusta más tu cuñado ─la tacita acudió a sus labios con una finura que a Kanon se le antojó impostada. Teatralizada. Exagerando el tiempo dejado entre frase y frase únicamente para exasperarle ─. Es bravo el tipo...Quién lo diría, ¿verdad? ─ prosiguió, enarcando las cejas al tiempo que devolvía la taza a su lugar ─. Me pregunto cómo será en la cama...él sí me da morbo y curiosidad. En cambio, querido, tú llevas escrito a la cara que eres un tío básico. De pillar y ensartar. Sin juegos. Y mira por dónde me propones justamente esto: un juego.
─Te quiero proponer algo que te va a poner mucho más cachondo que un polvo, créeme.
─No sé por qué debería hacerlo...Creerte...─ Afrodita se despejó los bucles de cabello que acudían a su frente con una grácil sacudida de rostro, decidiéndose al fin a mirar directamente los ojos de Kanon.
─Porque tengo algo para ti que te puede interesar mucho si me haces un favor. Y no, no es un favor sexual mío, no temas.
Afrodita alzó el mentón y se miró a Kanon con reflexiva altanería. Con el dedo índice se acarició el labio inferior repetidas veces, valorando todos los vértices de esa inesperada situación.
─¿Qué quieres Kanon? ─ preguntó finalmente, olvidándose de estúpidos rodeos que no les llevaban a ninguna parte.
─Que me ayudes.
─¿En qué? ¿Y por qué debería hacerlo?
Kanon inspiró. Se hinchó el pecho al tiempo que enderezaba la espalda y se frotaba ambos muslos con las manos. La clientela del bar iba entrando y saliendo ajena a su ubicación esquinada, pero aún así necesitaba dar con las palabras que consiguieran transmitir el mensaje de forma clara y concisa sin facilitar que oídos externos se fijaran en ello.
─Eres un tío capaz, ya te lo dije ─ comentó Kanon, suavizando el terreno ─ Y admito que, hasta el momento, no has sucumbido a la tentación de publicar esa clase de mierda que tanto te gusta en tu tablero de noticias al minuto. Captaste el mensaje que te di el otro día y lo estás ejecutando a la perfección.
─Soy práctico, nada más. Me gusta follar y no quiero quedarme sin ganas por tu culpa.
─Y eres listo.
─También.
─Por lo tanto, no puedes rechazar mi proposición.
─¿Que se trata de...?
─No te lo voy a decir si no aceptas primero.
─No aceptaré si no me dices de una jodida vez qué es lo que gano con ello. Y ahora ya estoy hablando en serio ─ Afrodita se acercó a Kanon al pronunciar esta última sentencia, con el ceño contraído y la paciencia a punto de extinción.