Davleia, sobre las 22h
Dimitri alzó la mano a modo de visera cuando el foco le iluminó de lleno. A su lado, Afrodita dejaba que lo atusaran tantas veces como el equipo encargado de la estética considerara necesario: que si un retoque de sus bucles por aquí, que si un poco de maquillaje para matizar los brillos del rostro por allá, el rociado del cabello con laca, la colocación milimétrica del cuello de la camisa... al reportero todo lo venía bien. Una asistente le colocó el micrófono en la solapa de la camisa satinada de color rosa y le sujetó la "petaca" en el cinto de sus ajustadísimos pantalones blancos. El operador de cámara centraba el enfoque sobre ellos dos y el técnico de luz acababa de pulir la intensidad de la iluminación.
—Padre, debería quitarse el gorro —sugirió el chaval—, absorbe demasiada luz y no se aprecia bien el mural del fondo.
—Ni hablar.
—Dimitri, colabore un poco —murmuró Afrodita entre dientes, con el mentón alzado para facilitar la tarea de la maquilladora y sus polvos mágicos.
—Que no, hijo. El gorro no me lo quito.
El técnico soltó un bufido y se concentró de nuevo en la iluminación de la escena hasta conseguir un ángulo más propicio.
El entrevistador se acercó a ellos; todavía llevaba puesto el papel alrededor de cuello, y su maquilladora personal no alcanzaba a perseguirle para poder ultimar su puesta a punto. En sus manos había el guion de la entrevista hecho con prisas y el nerviosismo de entrar en directo la hora de máxima audiencia se notaba en todas las correrías que había alrededor de los dos protagonistas.
«¡Todo el mundo a sus puestos!¡Dos minutos y entramos!»
Al escuchar ese último aviso, Dimitri se encogió unos centímetros más; a su lado, Afrodita sacudió sus bucles y se quedó con el mentón alzado, la boquita de piñón, las piernas cruzadas y el orgullo tan hinchado como su pecho de pavo.
***
Domicilio de Thane
—¿Tú lo sabías? —Kanon ni siquiera saludó; Thane dio un paso al costado y dejó la entrada despejada—. ¿Lo sabías o no? —insistió el gemelo, una vez dentro.
—No.
—Pero te lo podrías haber imaginado...
—¿Por qué? —Thane cerró la puerta y observó a Kanon, detenido en medio del oscuro salón.
—¡Joder, Thane! ¡Algo raro debiste notar!
—Ya lo detallé en el juicio, Kanon —Thane le pasó por el costado y anduvo hacia la cocina, donde tenía la cena a medio comer y la pequeña televisión encendida.
—Que tenía un trato elitista, dijiste. Que no compartía habitación con nadie. Que lo agasajaban con regalos para poder practicar la pintura. Sí, me acuerdo de todo, Thane, pero...
—¿Pero qué? —Thane se giró de golpe y Kanon tuvo que frenarse en seco para no echársele encima—. Hyppolitos no hablaba conmigo. Y yo suficiente tenía con sobreponerme a los continuos castigos que recibía por ser "un niño infecto de oscuridad". No podía saberlo. No podía —repitió, gesticulando con los hombros encogidos.
—Pero tú...
—Yo nada, Kanon. No soy mago. Ni adivino. Ni obro milagros. Las personas, igual que las almas, guardan secretos. Si Hyppolitos decidió no compartir este horror, sus razones tendría —Thane miró a Kanon con los ojos aguados—. Ahora, si me disculpas, voy a terminar de cenar.