Kanon había emprendido la marcha hacia Lamia alrededor de las 6 de la mañana. En el asiento del copiloto se había cambiado la compañía del Wyvern por la de las cartas que Saga le había entregado junto con las llaves del coche de Shaka. Por delante le esperaba un largo camino de más de tres horas en soledad, y el abogado agradecía que, a pesar de ser persona de dormir poco, esa noche la hubiese pasado yaciendo como un condenado lirón. La realidad era que la intensa sesión de sexo con la que le había asaltado Rhadamanthys había contribuido muy satisfactoriamente a la consecución de un alto nivel de relajación que venía días necesitando.
A medio camino hizo un alto para repostar gasolina, visitar los servicios, tomarse un café y fumarse un cigarrillo mientras estiraba las piernas apartado de los surtidores de combustible. Ahí donde había parado el viento se apreciaba mucho más frío que en la capital, y Kanon agradeció el hecho de haberse vestido con una sudadera gruesa y haber pensado en el anorak de invierno en vez de su inseparable chupa de cuero gastado.
En esta ocasión ya se había procurado coger un cd con canciones en mp3 de su gusto y disfrute, las cuales le fueron amenizando el trayecto hasta la llegada a Lamia, donde no le hizo falta tirar de mapa ni de gps para llegar el hospital psiquiátrico. Las indicaciones de dicho centro aparecían desde la primera delimitación de perímetro municipal, y gracias a una carretera secundaria bien asfaltada llegó a la explanada que daba la bienvenida al recinto. Ahí avistó varios puestos para estacionar los vehículos; a un lado se veían las plazas reservadas para los trabajadores y al otro, también bajo el resguardo de amplias marquesinas, los dispuestos para las visitas.
- Joder, qué frío hace aquí...- al salir del coche la tela de los vaqueros se le enfrió de golpe y el vaho que se formaba al exhalar confirmó de inmediato sus percepciones. La capucha de la sudadera le vino de perlas y después de cubrirse la cabeza con ella, se enfundó el anorak y se cerró la cremallera hasta la nariz.
Al comprobar la hora en el móvil vio que eran alrededor de las diez de la mañana y se sorprendió al ver tan poco movimiento, puestos que en la zona de aparcamientos de los visitantes solo había otro coche y el suyo. Con el cuerpo encogido rodeó el vehículo, cogió la mochila que había tirado en el asiento del acompañante y lo cerró de un rápido portazo para poder llevarse las manos a la boca e intentar calentarlas con su aliento antes de meterlas bien hondo en los bolsillos del abrigo y echar a andar con paso decidido hasta el acceso controlado del hospital.
- Buenos días – dijo el hombre al otro lado del grueso cristal, tan abrigado como iba él, con guantes tipo mitón cubriendo sus manos y un termo de café del que se iba sirviendo tacitas calientes para mantenerse vivo y móvil.- ¿A qué paciente visita?
- Hola...- dijo Kanon por cortesía - ¿Paciente? No, a ninguno...vengo a hacer algunas averiguaciones. ¿Podría hablar con el director? ¿O directora? ¿O como se llame quien esté al cargo de esto?
- No.- Dijo el hombre, sorprendiéndose ante la absurdez que le acababa de soltar Kanon.
- ¿Cómo que no?
- Pues eso, que no. Las cosas no funcionan así aquí. Además...¿quién es usted?
- Vengo de parte de la Fiscalía General de Atenas. Necesito averiguar unas cuestiones sobre la época en que se fugó el interno Thane Sifakis.
- De acuerdo...
- ¿Me deja entrar, entonces?
- No.
- Hay que joderse...- gruñó Kanon, irguiéndose lo poco que el frío le permitía para echar la vista hacia la fachada e intentar comprender esa actitud tan reacia.- ¿Cómo tengo que decírselo? – Insistió, volviendo a agacharse para acercarse todo lo que pudo a la cristalera de separación.- Vengo de parte del Fiscal General de Atenas. Soy su asistente en el caso que están televisando por todo el puto país. Además, soy su hermano también.