Recibir un whatsapp de Marin preguntándole si le apetecía quedar para charlar un rato fue lo mejor que le pudo haber pasado esa mañana. Llegó a las inmediaciones del Arco de Adriano, su punto de encuentro acordado, con tiempo suficiente para poder sentarse en un banco y ver pasar la gente como si fueran figurantes de una escena sin protagonistas. El sol aún estaba escalando hacia su punto álgido y el aire que corría era frío, idóneo para espolear los sentidos.
Kanon hundió la nariz en el cuello alzado de su chupa de cuero. Las manos estaban metidas en los bolsillos de la chaqueta y las piernas, relajadas y ligeramente separadas, brincaban con una mezcla de nervios y ansiedad. No llevaba el tabaco encima y ya comenzaba a echarlo en falta, pese a estar masticando una importante amalgama de chicles de menta; dejarlo en casa había sido una decisión premeditada, puesto que él mismo se estaba dando cuenta que el abuso de nicotina de esos útlimos días le estaba dejando la garganta rasposa y el pecho castigado.
El tráfico de esa hora de la manaña ya era terrorífico, y cuando el semáforo cercano a esa plazoleta dio paso a los peatones, Marin apareció entre la marabunta de gente que cruzaba. Desde que Thane quedara libre de cargos su camino profesional se vio extinguido y ambos se dedicaron a sus terrenos personales sin haberse hablado hasta que la abogada le mandó ese mensaje que Kanon respondió con una llamada.
Al pisar el terreno arenoso de la pequeña plaza sus pies se detuvieron, y con un rápido barrido visual de la zona pronto dio con la figura de Kanon repantigada en un banco. Él ya la había divisado desde que su avance la separó de la corriente de la muchedumbre, y cuando se vio descubierto se alzó del banco y andó un par de pasos que Marin alcanzó enseguida.
- ¡Hola! - Dijo al detenerse frente a él, dudando entre darle los dos besos acostumbrados de saludo u obviarlos.
- Hola, Marin.
Kanon no mostró ninguna intención de zanjar el saludo con las establecidas costumbres sociales, y Marin se las guardó antes de forzar algo que tampoco hacía falta.
- ¿Hace mucho que te esperas? - Se recolocó con gracia la cinta del bolso sobre su hombro, pero al darse cuenta que le volvía resbalar optó por cambiársela de lado y cruzársela.- Siento si he llegado un poco tarde, pero es que dejar a Regulus en el colegio siempre es una odisea.
- No te preocupes.- Kanon le sonrió, aunque sólo se pudo apreciar por la expresión de sus ojos, dado que llevar rato sentado en ese banco, en pleno carril de aire matutino, le había dejado los músculos entumecidos, el frío metido dentro y los labios ocultos tras el cuero .- He venido pronto porque no tenía ganas de estar en casa. Te veo muy bien a ti...
Marin se pasó una mano por el cabello con coquetería, desviando la mirada hacia el horizonte y sonriéndose para sí misma.- Sí, estoy bien...- Confirmó, ahora sí, alzando la mirada para conectarla con la de Kanon.
- Me alegro.- Fue la sincera respuesta del abogado, que sin quererlo abrió un paréntesis de silencio tan estúpido como incómodo.- ¿Y a qué se debe tu propuesta para vernos? ¿Quieres ir a un café a desayunar algo o prefieres que paseemos por aquí? - Propuso, girando su rostro para indicar la entrada a la zona de las ruinas del Templo de Zeus Olímpico.
- Un paseo me parece genial.- Aceptó Marin, sonriendo a la vez que también se guargaba las manos en los bolsillos de su abrigo.- Hace tiempo que no vengo por aquí.- Ambos emprendieron unos relajados pasos, caminando juntos y sintiéndose tan extraños y torpes como dos desconocidos estrenando una cita a ciegas. Kanon no decía nada, sólo andaba con desgana, el mentón hundido en el cuello alzado de la chaqueta y la mirada puesta en el suelo. Marin tenía que contarle algunas cosas pero no sabía cómo empezar, y después de descubrirle tan marchito y alicaído, aún menos.- ¿Y tú cómo estás? - Se aventuró a preguntar, tratando de romper ese inoportuno bloque de hielo aparecido entre los dos.