69. El arte del artista

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El ambiente en la sala se respiraba pesado, como si durante los dos días sin jornadas judiciales no se hubiese aireado la tensión acumulada. Los medios de comunicación se apresuraban a ultimar la puesta a punto de todos sus dispositivos audiovisuales, y el asiento destinado al periodista sueco fue ocupado por otro redactor que había radiografiado su ausencia con buen ojo avizor. Saga no recordaba haber visto nunca el tribunal tan atestado de público y medios informativos; tanta expectación le secaba la garganta, no podía negarlo, aunque sí disimularlo a través de una calmada limpieza de las lentes de sus gafas y algún que otro carraspeo. Kanon se había quedado atascado en la esquina opuesta, justo al costado de la entrada, aprovechando la espera para hablar con Defteros, o contagiarse un poco de su calma aprendida con los años o, simplemente, beneficiarse de su cercanía y protección. Úrsula se mantenía alejada de lo que fuese que compartieran tío y sobrino, ajena al saludable color que ofrecían sus mejillas rejuvenecidas.

Dohko apareció después de la anunciación de su cargo y nombre, luciendo un rostro un poco más descansado que el ofrecido cuando abandonó la sala el último día. La tila llegó de las manos del funcionario que había accedido a la sala siguiendo al juez. Dohko dejó el papeleo sobre la mesa, sorbió la infusión sin siquiera deshacerse del saquito sumergido en el interior y chasqueó la lengua tras la quemadura de rigor. A partir de ese momento todo el movimiento del tribunal se aceleró: los periodistas ocuparon sus asientos; los técnicos audiovisuales pusieron en marcha todos sus mecanismos de grabación y difusión; el público fue acomodándose en los asientos libres y la llegada del jurado popular se zanjó sin incidentes.

Casi sincronizados, Hyppolitos apareció por la puerta de los imputados cuando Lune de Balrog lo hacía por el acceso principal. El letrado cruzó el pasillo central con paso firme. Las cámaras fotográficas se apresuraron a inmortalizar la llegada del abogado defensor siguieron ametrallándole la espalda con los flashes hasta que alcanzó su destino.

Lune no se sentó. Ni siquiera rodeó el espacio para dejar el abrigo que colgaba de su brazo y el maletín que llevaba consigo. Simplemente pasó sus pertenencias por encima de la mesa y las depositó en la silla. Hypnos le observaba de refilón, callado, ofreciendo las manos para que el policía con el que había entrado le retirara las esposas. El artista se llevó las manos a las muñecas una vez estas estuvieron libres y se masajeó la zona para aliviar el dolor que aún sentía enraizado allí. Acto seguido, y con un gesto mecánico, se desabrochó los botones de la americana azul marino y pinzó la tela de los pantalones hacia arriba para poder tomar asiento sin ninguna tirantez de ropa.

Saga también observó a Lune. Y Kanon, cuando al fin decidió presentarse al lado de su gemelo. Y toda la audiencia parecía estar concentrada en el estancamiento de movimientos que gobernaba al abogado de la defensa.

─Señor Lune de Balrog, puede proceder cuando quiera ─proclamó Dohko al ver que iban pasando los minutos y lo único que se sucedía allí eran juegos de miradas, toses de impaciencia y flashes.

Balrog carraspeó. Tomó un sorbo de agua del vaso que un ujier acaba de llenarle y se pasó el dedo índice entre el cuello y la camisa, como si quisiera aflojar el nudo de la corbata antes de centrarlo y acomodarlo bien.

─Sí, su señoría.

Cuatro pasos lo posicionaron en el centro del tribunal. Su mirada brillaba ante la ausencia de foco físico donde dirigirla y la colección de pequeños músculos de la mandíbula se tensaban de forma intermitente. Un pequeño murmullo se esparció entre los periodistas cuando la puerta se abrió con cautela y dejó paso al inspector Camus y a DM, que se aproximaron a la posición esquinada elegida previamente por Shura, quien había acudido acompañado de Phansy. Dohko entretenía sus dedos con movimientos circulares y repetitivos que retaban a sus pulgares a repelerse como los polos opuestos de los imanes, y no pudo evitar soltar un resoplido cuando la puerta de acceso volvió a abrirse, esta vez por obra y gracia del rezagado Thane, que gentilmente también la sostuvo para facilitar la entrada a una mujer acompañada de dos jóvenes adolescentes.

Duelo Legal V: CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora