Ático de Saga y Shaka
Saga aún no le había visto.
A pesar de saber que hacía un par de días o tres de su llegada y que se alojaba en el pequeño apartamento de su hermano, el fiscal no había mostrado ninguna intención de verle. Las excusas que había fabricado en su mente rondaban todas la burda justificación del trabajo, aunque ambos sabían que la verdadera razón yacía tras la dificultad de conectar que Saga experimentaba con él.
Había hecho el intento de tener un acercamiento con su tío días atrás, cuando les sorprendió a todos un maldito primero de enero que destapó la caja de sus emociones más íntimas y amordazadas. Nadie de su entorno más privado podía negar que lo había tanteado, aunque la certeza era que no lo había hecho con toda la buena voluntad necesaria.
Algo poseía Defteros que le generaba un instintivo rechazo. Un rechazo que tal vez se hubiera podido matizar si la información que había guardado Úrsula durante años hubiese caído antes en sus manos.
Un rechazo que quizás nacía de la impotencia que le generaba verse reflejado en una mirada idolatraba que no encajaba en el rostro que la custodiaba.
Saga tuvo que ser consciente y asimilar demasiadas realidades en muy poco tiempo, y una de ellas fue que el triángulo del que formaban parte sus progenitores estuvo roto desde el principio. Ese triángulo sangró por sus tres vértices durante muchos años, y llegados a ese punto de aceptación sin la necesidad de emitir juicios de valor, Saga asumió que allí no existían verdugos y víctimas, sino que todos habían obrado según los dictados de su corazón y que habían aceptado las nefastas consecuencias de sus actos con una valentía tan necesaria como dolorosa. La vida de sus padres y su tío estaba plagada de errores, de condicionales que podrían haber abierto caminos más sencillos, de decisiones que los eliminaron de todo mapa y de motivos que fueron impuestos por un corazón tan podrido como lo era el alma que le insuflaba vida.
Si en algún momento había existido la posibilidad de recomponer una familia quebrada por todas sus esquinas, Hypnos se la arrebató. Tal y como hizo con la felicidad y libertad de su hermano gemelo.
Tal y como hizo con la vida de la joven Pandora.
En la mente de Saga continuaba revolviéndose demasiada información mal digerida, y su primer impulso fue rechazar la visita cuando Shaka le anunció que Defteros estaba en la puerta del edificio, preguntando si podía subir. Un impulso que supo domar al acto y que sustituyó con un resignado "dile que sí".
- Está bien. Yo iré bajando.- Shaka se enfundó la chaqueta y se colgó su inseparable mochila bandolera después de comprobar que llevaba consigo llaves y cartera.- Te espero en tu coche.
La elección del forense fueron las escaleras, y no pudo evitar sentir una punzada de compasión cuando en uno de los rellanos se cruzó con la subida del ascensor. Sabía que Saga no estaba en su mejor momento anímico, personal ni profesional, se mirase desde el ángulo que se mirase. Y tenía la certeza que cuando Saga se hallaba sin el control de todos los comandos de su vida podía ser la persona más desagradable pisando la faz de la tierra. Mucho más de lo que llegaba a ser Kanon en sus momentos álgidos de rebelión. Saga no poseía la transparencia de carácter de su hermano, y él sabía muy bien cuánto podía ser capaz de herir si se sentía desprovisto del dominio de cualquier situación.
Cuando Defteros llegó al rellano del octavo piso sintió su corazón encogerse a pesar de estar pisando un terreno que ya era conocido. Al emerger del ascensor avistó la puerta del piso entreabierta, indicándole que su visita era aceptada e inspirando hondo se acercó a ella, le dio un ligero empujón y se adentró un par de pasos más, deteniéndose en mitad del recibidor. Covirtiéndose en improvisado espectador de los últimos rituales de su sobrino mayor antes de salir de casa: la comprobación que toda la documentación necesaria estaba dentro de ese maletín de piel, el guardado de las gafas dentro de su estuche, la reacomodación sobre su cadera de los oscuros pantalones de exquisito corte y la elegancia heredada de Aspros incluso para hacer algo tan sencillo como enfundarse la americana.