92. Una nueva luz

67 5 78
                                    


Domingo por la mañana

Phansy hundió el mentón en el grueso buff de lana bermellón con el que se protegía la garganta. El cielo estaba despejado de nubes, pero el aire que barría la calle era frío y cortante. Las manos estaban bien reconfortadas dentro de los bolsillos de su cálido y largo abrigo negro y sus pasos calzaban unas botas de cuero altas hasta la rodilla. El pequeño bolso de asas cortas colgaba de su hombro y quedaba bien sujeto contra su cuerpo gracias a la protección del brazo, y unas llamativas gafas de sol escondían el dorado de unos ojos apenas maquillados.

Había transcurrido bastante tiempo desde que había salido del metro y había llegado hasta ahí, deteniéndose a una distancia prudencial de la dirección que le había facilitado Kanon a través de Saga. El barrio no era lujoso. Ni siquiera modesto. La mayoría de los bajos eran persianas sucias adornadas con grafitis carentes de talento, pertenecientes a negocios que habían perecido hacía tiempo. Varios gatos callejeros salían y entraban por agujeros que decretaban una perfecta frontera entre sus dominios y los de los humanos; algunos estaban magullados, otros delgados y sucios, los que menos aún lustrosos, pero todos recibían la solidaridad de ciertos vecinos que los proveían de alimento, a juzgar por los culos de garrafas de plástico llenos de pienso y agua, depositados cerca de sus agujeros de paso. El tráfico no era muy abundante y los peatones que pasaban por las aceras no le daban la mala espina que sí ofrecían las devastadas fachadas.

Phansy miró otra vez el portal y un estremecimiento le bajó por la espalda hasta desaparecer en sus piernas. Tres escalones a pie de acera ascendían hasta lo que era un rellano viejo. El revestimiento de esa fachada era de color gris, y alguna firma grafitera se podía ver debajo de una ventana protegida con barrotes. Había visto como minutos atrás se alzaba la persiana; incluso le había parecido percibir la cortina interior apartándose ligeramente en un extremo. Sabía que Thane estaba en casa. Y sabía que sólo debía cruzar, presionar el timbre y esperar, pero algo tan sencillo como eso le hacía sentir el corazón en la boca.

La única vez que había hablado con él había sido para hacerle un informe psicológico que falseó por petición de Hypnos. En aquella ocasión apenas le había mirado directamente a los ojos, quizás porque en el fondo sabía que nada de lo que acabaría redactando era verdad. Phansy dio otro pequeño paseo acera arriba, tratando de acopiar el valor que no sentía y, cuando se detuvo, un gato jovencito se restregó por sus botas, maullando con insistencia mientras alzaba el hocico y parecía mirársela con mimo. Phansy tuvo ganas de acariciarlo: el pelo del animal no parecía sucio y el minino se presentaba insistente en sus restregadas y maullidos.

—¿Qué pasa, pequeñín? —dijo, adecuando el tono de voz al mismo que usaría ante un bebé— ¿tienes hambre? La comida esta ahí. Va, sígueme —Phansy deshizo sus pasos avanzando medio girada hacia atrás, comprobando que el gato la seguía— Pssspssspsss, ven...

El gato se había quedado un poco atrás, pero al escuchar ese sonido tan genuinamente estimulante se entregó a un pequeño trote que lo condujo otra vez a revolotear alrededor de las botas de la psicóloga. Phansy se agachó un poco más. No sabía porqué sentía esa extraña necesidad de acariciarle el pelaje, pero cuando estuvo a punto de hacerlo, ese gato y bastantes otros, todos ellos aparecidos de la nada, corrieron hacia las manos que seguramente siempre los alimentaban.

—Puedes acariciarlos, pero no te aseguro que estén libres de pulgas —al menos quince gatos se reunieron alrededor de unas piernas vestidas con vaqueros, todos con la cola en alto y sumidos en una serenata de maullidos que no conseguía armonizarse de ninguna manera—. El que te sigue ha sido el último en llegar. Yo diría que hace pocos días que lo han abandonado, por eso se lo ve todavía tan lustroso.

Duelo Legal V: CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora