Una intensa inspiración general dejó a toda la sala sin aliento.
Dohko parpadeó un par de veces, atónito.
─Discúlpeme, señor Balrog...─ dijo, frotándose la barbilla con cierta preocupación─ pero no sé si le he entendido bien...
─Sí, su señoría, lo ha entendido perfectamente: renuncio a la defensa del señor Hyppolitos Sifakis.
Tecleos frenéticos. Tomas de notas a la desesperada. Flashes... El foco de atención diseccionado hacia tres direcciones sin punto de intersección posible: por un lado, Balrog, luciendo un rostro que parecía haber rejuvenecido diez años de golpe; frente a él, Hypnos, con la soberbia revitalizada y un intenso fulgor asentado en su achicada mirada; esquinado en la zona de la fiscalía, Saga y su asombro, casi equiparable al del juez.
─¿El señor Sifakis ha sido notificado previamente de dicha decisión?
─Sí, su señoría. Y es irrevocable. Los motivos que suscitan mi renuncia están en conocimiento del señor Hyppolitos Sifakis. Así mismo, le solicito permiso para poder entregarle al fiscal y a su asistente un par de sobres donde les expongo una breve explicación del porqué de esta decisión que tomo de forma totalmente unilateral.
Dohko se quedó mirándolo como si el tiempo se hubiese congelado sólo para él hasta que se dio cuenta de ello y regresó a la sala, rascándose el cogote para disimular la rotura de esquemas que le había caído encima.
─Adelante. Sin demorar, por favor ─dijo al fin, sacudiendo el aire con la misma mano que volvió a llevarse a la nuca.
Lune caminó hacia su mesa, la rodeó y levantó el maletín para dejarlo sobre la silla. Sin tener que rebuscar mucho sacó dos sobres en los que se podía intuir la escritura de un nombre en cada una de ellos. Sus labios dejaron pasar una larga exhalación mientras observaba por última vez esas dos misivas que había escrito de su puño y letra la noche anterior. Cerró los ojos por un momento que no midió y cuando se supo con la serenidad necesaria, se dio media vuelta y avanzó hacia la zona ocupada por Saga y Kanon.
─Fiscal Saga Samaras... Le agradecería que leyera esta carta cuando se encuentre a solas ─dijo, mirándole a los ojos ─. Créame si le digo que de veras lamento habernos conocido en estas circunstancias, Saga.
Saga tomó la carta. Vio su nombre escrito con lo que se le antojó una rápida caligrafía y notó por el grosor que ahí dentro algo más que cuatro palabras.
─Lo haré, señor Balrog. Gracias por el gesto.
Una traza de sonrisa cruzó por el rostro de Balrog, quien asintió con la mirada y recibió la misma consideración por parte del fiscal. Cuando Lune buscó la presencia de Kanon, sus facciones se relajaron todavía un poco más; el gemelo del fiscal le observaba con el ceño fruncido, los brazos cruzados y la espalda completamente pegada al respaldo de la silla. La desfachatez que le ofrecía debía ser la misma que lo había introducido en ese hospital psiquiátrico de alta seguridad, consiguiendo que, a partir de ese momento, todo el bosquejo vengativo que Lune se había ido armando a lo largo de unos oscuros veintiún años se derrumbara como un frágil castillo de naipes.
─Kanon Samaras... No son recuerdos que llegan desde Lamia, pero sí que Lamia está presente en la explicación que te debo a ti.─Balrog le tuteó y amplió su triste sonrisa cuando Kanon alargó el brazo y aceptó la entrega
─Puto Garby... ─susurró Kanon al leer el leve brillo que nacía en la mirada de Balrog.
─Señores... aunque cueste de creer, ha sido un placer ─susurró con una voz tan tenue que únicamente Saga y Kanon fueron partícipes de esa última frase.