63. Apaga la luz

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ADVERTENCIA: Capítulo con contenido delicado. Se recomienda discreción al leer, y si hay alguien que lo lea y se encuentre en la situación de Elsa, que busque ayuda, porque siempre hay quien quiere y puede prestarla, aunque a veces no lo parezca.

También me gustaría mencionar en qué artista me he inspirado para imaginar las últimas obras que realiza Elsa. Su nombre artístico es Agnes Cecile y su arte es brutal. 

https://www.instagram.com/agnes_cecile

***

Elsa tranqueó los cuadros que había derribado; uno de sus desnudos pies se tropezó con un lienzo y la botella de Aquavit que viajaba en su mano derramó un chorro por el suelo. Alguna maldición escapó de su boca y cuando llegó al baño, se despojó de esa ropa infantil que tanto detestaba. Con un preocupante temblor instalado en sus dedos deshizo las dos trenzas y se esponjó el cabello, dejándolo bastante desgreñado. Con la mirada ebria se posicionó delante del espejo y observó su cuerpo completamente desnudo; el cabello cayéndole por delante del rostro y los pechos; las caderas marcadas con los moratones dejados por el feroz agarre de Hypnos cuando, horas atrás, la había forzado por la espalda. Sin dejar de mirarse recuperó la botella y bebió varios tragos que ni muestra de quemazón dejaron en su expresión, vacía y apagada.

Por inercia abandonó el baño y se dirigió hacia la zona del dormitorio; su andar se detuvo delante de la toalla que Hypnos había dejado tirada por el suelo y su anestesiada mirada se paseó por la maleta del artista abierta sobre la cama de par en par, llegó al bote de perfume dejado sobre la mesita y desembocó en la decapitada promesa de vivir una velada inolvidable entre maestros de las bellas artes.

La rabia acudió de nuevo a sus ojos, pero esta vez no lloró. Cambió tristeza por determinación, y anduvo hacia su mesita de luz para abrir el cajón de las braguitas y rescatar su invitación, personal e intransferible.

─Tú vas a ir... pero yo también, Hyppolitos. Yo también...

Eligió un vestido de color aguamarina oscuro, de tela satinada. Los tirantes eran muy finos y el escote amplio. Los pezones se insinuaban con descaro bajo la ligereza de esa tejido tan delator y Elsa no hizo nada para evitarlo. Decidió prescindir de sujetador y se cubrió su sexo con un tanga mínimo del mismo color que el vestido. Los pies se calzaron en unos zapatos negros con tacón de vértigo y el cabello se lo volvió a peinar, esta vez decantándose por una sola trenza, floja y predispuesta a ir liberando hebras y mechones con el simple movimiento del cuerpo al andar. Cuando regresó al baño para apreciar la imagen que iba a ofrecer, reparó en su neceser de maquillaje. No era una práctica de la que gustase en exceso, pero algo tenía en la recámara de las ocasiones especiales. Y esa lo era.

Tal vez la más especial que nunca.

Asió un pintalabios aún por estrenar, color carmín intenso, y se coloreó la boca con fruición. Los ojos los delineó con trazos negros, toscos y discordantes con la finura del vestido que cubría su esbelto cuerpo, acrecentando aún más esa sensación de desajuste al difuminar las sombras, tanto en los párpados como en las pestañas inferiores. Cuello y cabello lo roció con el perfume que meses atrás le había regalado Hypnos y, antes de salir, apuró el contenido de la botella de Aquavit.

***

Hypnos estaba al fondo de la primera sala, conversando animadamente con personas que Elsa ni se fijó. A su derecha había una mesa larga repleta de dulces y canapés; un poco más al fondo se encontraba la zona de bebidas, aunque varios camareros iban deambulando con bandejas donde ofrecían un pequeño cóctel dulzón. Los cuadros que adornaban las paredes la transportaron directamente al día en que vio a Hyppolitos por primera vez, cuando era ella la que exponía uno de sus trabajos y él el que la elegía como la artista ganadora de su mecenazgo. A su alrededor descubrió jóvenes promesas acompañadas de familiares y amigos, orgullosas de poder exponer sus trabajos primerizos en una convención presidida por Hyppolitos Sifakis, y Elsa sintió envidia. Codició esa felicidad inocente, esas ganas de agradar, de captar la atención y, sobre todo, de tenerla. Los dedos que sujetaban el bolso tipo clutch, de color verde oscuro, se clavaron en la brillante piel con fuerza. Pasar saliva le costó y estiró los labios en una leve sonrisa cuando alguien la saludó. Otro par de conocidos se acercaron a darle la bienvenida a la fiesta y Elsa fingió gratitud, cortesía y discreción.

Duelo Legal V: CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora