El silencio se había asentado en el amplio salón. La temprana oscuridad invernal se filtraba por las cristaleras del balcón y dentro no había más luz que la del recibidor, la cual llegaba sesgada a la zona del sofá.
Sólo el descompensado ritmo de dos respiraciones cómplices se atrevía a distorsionar esa extraña quietud. Saga seguía tumbado en el sofá, con la cabeza apoyada sobre el regazo de Shaka. Al joven forense se le estaba adormeciendo la pierna que tenía doblada bajo el peso de su cuerpo, pero no quería moverse. Un brazo descansaba extendido sobre el borde del sofá; el otro rodeaba el rostro de Saga, permitiendo que su mano fuera absorviendo el compás de esa respiración en proceso de ir escapando de la sacudida emocional vivida durante la tarde. La muñeca estaba bien afianzada por la mano de Saga, que no se privaba de irle regalando repetidas caricias con su pulgar.
Los ojos del fiscal estaban hinchados y enrojecidos, aunque curiosamente esta circunstancia potenciaba ese color verde marino que tanto fascinaba a Shaka, por mucho que en ese momento se hallara lejos de él y de su paciente observación.
Ya había perdido la cuenta del tiempo que hacía que estaban ahí, compartiendo ese necesario silencio. Jamás se hubiera imaginado que al llegar a casa esa tarde se hallaría con Saga totalmente desecho entre los brazos de ese hombre que parecía estar más allá de toda racionalidad. Thane supo leer enseguida que su momento se acababa de extinguir, y se despidió de ambos sabiendo que les dejaba listo un escenario surgido para cobijarles en las necesarias confesiones que se pudieran dar.
Y ahora Saga seguía con la mirada perdida. Shaka mantenía la suya sobre el rostro de Saga, y forzó que su muñeca fuera soltada para llevar su mano a la frente de Saga y apartarle varios mechones de cabello con suaves caricias.
- ¿Por qué no me contaste nunca nada de todo lo que tuviste que vivir solo cuando falleció tu padre?
Shaka seguía usando sus dedos a modo de peine, que sólo se desviaron un instante para borrar el rastro de otra lágrima solitaria que comenzaba a escapar por el rabillo del ojo.
- ¿Y de qué habría servido? - La voz con la que respondió Saga se percibía cansada. La inclinación que llevó su cabeza un poco hacia atrás permitió que sus miradas se encontraran, y Shaka desplazó sus caricias hacia la quijada y el mentón, acabando con lentos masajes en la unión del cuello con la clavícula.
- Para sentirte más aliviado, para empezar...- la respuesta sonó a reproche, y así lo confirmó el sutil fruncimiento de cejas que achicó la mirada del forense.
- No te enfades conmigo, Shaka...- Saga seguía con la cabeza hacia atrás, hundida en el hueco que dejaban las piernas de Shaka, y aprovechando que la mano del joven aún estaba ahí, colada entre el punto grueso de su jersey acariciándole la piel, alzó su propia mano para volver a tomarla y presionarla con infinito afecto.
- No me enfado, Saga, pero me duele saber que no he sido el apoyo que te merecías...
- Tenías veinticuatro años cuando nos conocimos, Shaka, y a mí ya me pesaban mis treinta y dos...
- ¿Y qué quieres decir con ésto? Yo siempre me he considerado una persona con suficiente madurez mental. Podría haberte escuchado, ayudado a que todo ese dolor, toda esa soledad, fuera dejando de ahogarte tanto...
- Repito, tenías veinticuatro años...- Saga se esforzó por reincorporarse y tomar asiento enfrentando a Shaka.- Estabas acabando tus estudios al mismo tiempo que ya te estabas ganando un puesto indiscutible en el IMF.- Esta sencilla explicación parecía no convencer a Shaka, que seguía con su mirada puesta sobre el rostro del hombre que amaba, y al que en ese momento no podía dejar de reprocharle en silencio una falta de confianza que le hería.