─¡Elsa!¡Abre de una jodida vez!
─Lewis, quizá ni esté ─sugirió Ingrid al tratar de detener a su novio tomándole del brazo para evitar que siguiera aporreando la puerta─. ¿No había una convención de arte una noche de estas? Seguramente aún estará de fiesta...
─Mi hermana no está bien. Ha llamado de madrugada.
─¡No sabes quién ha llamado! ¡Si han colgado enseguida!
Lewis miró a Ingrid con la paciencia casi agotada y volvió a golpear la gran puerta de hierro. Ingrid se echó a un lado y negó con la cabeza, rindiéndose ante la cabezonería de Lewis, quien anduvo varios pasos atrás hasta dar con la puerta del ascensor. Ahí se detuvo, inspiró hondo y arrancó una carrera que acabó con una fuerte patada contra el cerrojo. Toda la pared se estremeció con el golpe, pero no fue suficiente para abrirse paso, por lo que Lewis se dispuso a repetir la acción.
Una vez más.
Dos...
A la tercera dio el embiste con todo su cuerpo y ahí sí. Ahí la puerta cedió.
La extraña mezcla de olores con la que les abofeteó el ambiente no resultaba nada agradable. Lewis abrió la puerta de par en par y cuando accionó el interruptor de la luz vio la inundación de agua rojiza que llegaba a rodear el sofá.
─Llama a una ambulancia, Ingrid ─le urgió.
─¿Por qué? ¿Qué pasa? ─preguntó ella, aún parada en el umbral y sin posibilidad de visión.
─¡Que llames a una puta ambulancia! ¡Ya!
Lewis corrió hacia el baño con el corazón a punto de salírsele por la boca, el estómago encogido y su intuición demasiado acertada. Vio a Elsa en la bañera, inconsciente; el brazo diestro estaba sumergido en una tina rebosante de sangre; el zurdo se apoyaba por encima del borde y seguía goteando sobre un suelo sembrado de cristales, agua, vino, sangre y rendición.
─Mierda, mierda, mierda...─murmuró para sí mismo, exasperado ─¡¿qué has hecho, Elsa?!
El primer impulso fue cerrar su mano entorno la muñeca de la joven con la intención de cortar la hemorragia. El segundo, casi instantáneo, comprobar el pulso en su cuello vencido hacia un lado. Aún había latido. Lento. Suave. Suficiente para intentarlo todo y traerla de regreso.
Sin saber cómo se desgarró la tela de la camiseta que vestía su torso y envolvió la herida de la muñeca izquierda, apretándola todo lo que sus fuerzas le permitieron. Con otro trozo de camiseta repitió la acción en la muñeca diestra. El pulso seguía sucediéndose, pero los segundos que separaban una señal de otra eran eternos. Lewis sumergió sus brazos en la bañera; tanteó el cuerpo de su hermana y, sintiéndose dotado de una fuerza que ni sabía que tenía, la alzó del agua y cargó con ella hasta el centro del loft. Hasta el sofá.
Allí la bajó sobre los cojines y cogió una de las telas protectoras para taparle la desnudez. De inmediato las manos volvieron a cerrarse alrededor de las muñecas y sus desorbitados ojos se clavaron en el rostro blanquecino y sucio de maquillaje que ya no podía devolver mirada alguna.
─¡La ambulancia, Ingrid! ¡la puta ambulancia! ─gritó, desesperado. Ajeno al pavor que invadía a su novia, pálida y temblorosa, repelida al rincón más apartado que su repentino estado de shock pudo encontrar.
─¡Está de camino! ─fue todo lo que Ingrid atinó a exclamar─ Está de camino...
Las lágrimas le abarrotaban los ojos. Sus pulmones habían entrado en un estado de hiperventilación que apenas le permitía articular palabras y una terrible flojera había tomado el control de sus piernas, las cuales fallaron y se doblaron hasta dejarla sentada en el suelo, con las manos tapándose la boca y la mirada atada a esa dantesca estampa.