ADVERTENCIA: Contenido delicado. Puede herir sensibilidades. Recomiendo discreción al leer.
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Domingo por la mañana, domicilio de Balrog
─¿Quieres más zumo de naranja, Oskar?
─No. Pero sí que me pillo otro Koulouri*.
─Deja alguno para tu hermana ─sugirió Ingrid con tono quedo.
─¡Y un mierda! ¡Que se levante pronto, como hacemos todos!
─¡Esa boca! ─exclamó Lune con la rabia restallando en sus ojos. Desde que se había sentado alrededor de la mesa no había alzado la mirada de su taza de café hasta justamente ese momento. El mismo en que la mano de Ingrid cayó sobre su antebrazo, presionándolo para impedir una reprimenda innecesaria─. Habla bien, por favor... ─rectificó─. Ya tenemos bastante con que sea Emma la que siempre esté enfadada con el mundo...
Oskar le miró, y lo hizo de frente, masticando el mordisco que había mutilado el roscón. Ingrid retiró la mano y removió el café con leche que tenía delante por pura inercia. No lo había probado y ni lo iba a hacer. A su lado, Balrog expulsó un golpe de respiración y se limitó a enzarzarse en un estúpido pulso de egos que le hizo achicar la mirada y sostener la de su hijo.
─Nadie está contento con el mundo en esta casa, papá.
─Oskar, va... no sigas...─pidió Ingrid, sin ganas de batalla.
─¿Por qué? ─el jovenzuelo miró a su madre, quien suspiró con hastío, evitando prestarle atención─ Tú estás mal porque la abuela ya no va a salir de esta; Emma está gilipollas porque está gilipollas como todas sus amigas y papá...
─Papá ¿qué? ─inquirió Balrog ante el repentino silencio que había sesgado la explicación de su hijo ─Va, di. ¿Papá qué?
El chico dudó, pero se sirvió de una rápida inspiración para envalentonarse un poco.
─Estás raro, joder...
─Oskar...
─Déjalo, Ingrid ─ordenó Lune, cuyos mechones de cabello blanquecino caían libres enmarcando su enjuta expresión ─Deja que se explique...
El chaval se hundió en la silla y dejó la rosca convertida en C sobre la mesa. Sus ojos se aguaron ante la impotencia de no saber si responder o disculparse. Apartó la mirada hacia cualquier otro lugar que no fuera el duro rostro de su padre, pero lo cierto era que seguía sintiendo el furor de su mirada clavado sobre él.
─Ya te lo dije, papá... ─musitó al fin─. No me gustas desde que dejaste de trabajar de enfermero. No me gustas desde que te vistes con traje. Decís todos de Emma..., pero tú hace semanas que apenas nos hablas más que para regañarnos o prohibirnos cosas; no vienes a mis partidos, ni pasas a buscarme acabados los entrenamientos; no juegas conmigo a la Play; estás siempre cabreado con mamá... Si os vais a divorciar me lo podéis decir ¿vale?
─No, Oskar...No nos vamos a divorciar. ¿De dónde sacas esta idea? ─se apresuró a tranquilizarle Ingrid, que se levantó para rodear la mesa y poder darle un abrazo.
El chico estaba al borde de las lágrimas y su asustada mirada no se desprendía de la imagen que presentaba su padre: ojeroso, delgado, con los nudillos de las manos sembrados de heridas y con una expresión tan glacial como lo era el trato que despachaba hacia todos ellos.
─¿Es verdad, papá? ─preguntó con la voz pequeña, aceptando el abrazo con que su madre le rodeaba cuello y hombros con la intención de mantenerlo cerca de su pecho y protección materna.