20. Tocando fondo
Madrugada de domingo a lunes.
Piso de Kanon y Rhadamanthys.
Wyvern no sabía nada de Kanon.
Cuando tuvo que irse para abrir el pub todavía no había regresado, y supuso que seguiría en casa de Saga revisando toda la documentación que les había entregado Úrsula. Hasta ahí todo bien. Normal si consideraba que al día siguiente ambos debían afrontar un juicio que iba a dejar huella. La preocupación vino cuando el inglés llegó de madrugada y al abrir la puerta del apartamento tuvo que dar dos vueltas de llave. Kanon no tenía la costumbre de cerrar con llave cuando estaban dentro, por lo que ese pequeño detalle le alertó que el piso estaba vacío.
La oscuridad que se esparcía por el salón era casi absoluta, salvo por las pequeñas y titilantes lucecitas verdes del router, ubicado en uno de los ángulos de la estancia. Al prender la luz cenital corroboró que Defteros tampoco estaba durmiendo en el sofá convertido en cama y, además, se fijó en que ni siquiera nadie había hecho el intento de descansar ahí esa noche.
Era obvio que algo estaba pasando y él no se hallaba al tanto de qué, detalle que no le gustaba demasiado.
Cerró la puerta a sus espaldas con cautela, evitando provocar un excesivo ruido que pudiera reverberar por el hueco de escalera y molestar a los demás vecinos, y seguidamente se acercó a la mesa del salón donde dejó descansar el casco y los guantes, reparando de inmediato en la presencia de una nota escrita a mano con caligrafía desconocida.
"Rada, cuando leas ésto Kanon estará conmigo, no te preocupes. Se fue a ver a Thane solo y ahora voy a buscarle. Defteros"
- Mierda, Kanon...- Masculló Rhadamanthys para sí mismo.- ¿Por qué eres tan jodidamente impulsivo?
La mano viajó hacia sus rubios cabellos y los alborotó de un arrebato, siendo fiel al inconsciente gesto que le ganaba siempre que el disgusto comenzaba nacer dentro de él. Saber que Kanon se hallaba acompañado de su tío le tranquilizaba, pero no podía negar que le jodía un poco no haber sido puesto al corriente de nada por el mismo Kanon. Que lo tuviera que haber hecho Defteros rescatando la vieja usanza, puesto que aún no se habían intercambiado los números de móvil.
Con los sentidos todavía demasiado despiertos para conciliar un rápido sueño, Rhadamanthys decidió servirse una copa de su preciado whisky y saborearlo amparado por el frío y la soledad del balcón. Quizás con un poco de suerte llegarían antes de que el sueño se acercara a visitarle, y aunque tuvo la tentación de mandarle algún mensaje reclamándole explicaciones, se abstuvo de ello y le respetó el silencio por mera educación.
Por fortuna quedaban algunos cubitos de hielo en el congelador y tomó dos directamente con los dedos. El caro Balvenie lo guardaba en el armario licorero que se había armado en el comedor y después de servirse una medida bastante generosa salió al balcón. Ahí le esperaba una silla que los últimos días parecía llevar inscrito su nombre. La pequeña mesa de mármol redonda que le hacía compañía recibió el vaso en medio de toda su dejadez y desorden, aguardando a que el Wyvern se subiera la cremallera de la chupa de cuero hacia arriba del todo y extrajera del bolsillo un paquete de tabaco para estrenar junto a un mechero nuevo, convirtiéndose en dos invitados más al caos que ya conformaban el cenicero desbordado, las colillas acumuladas de días y varios manchurrones de cenizas humedecidas y apegotonadas por el azote de la intemperie hibernal.
Él nunca había dejado de fumar del todo; con los años había adquirido ese estatus de fumador ocasional del cual se sentía incluso orgulloso, sabiéndose capaz de decir cuántos, cuándo y dónde. Lo había llevado de maravilla, sí, hasta hacía unos días...Unos complicados días en los que se había hallado hurtándole cigarros a Kanon, ya fuera ante su vista o a escondidas, creyéndose que si no cedía a la tentación de comprarse un cajetín continuaba enarbolando la bandera del "yo tengo el control". Pero ya no podía engañarse más. La necesidad de saciar las corrientes de nervios y ansiedad que experimentaba últimamente le había impulsado a buscar consuelo en la placentera sensación de la nicotina serpenteando por su cuerpo y esa noche de domingo, después de dormir poco y nada, viajar seis horas en coche de forma casi ininterrumpida y entregarse de nuevo a sus obligaciones de pequeño empresario, la rendición llegó a su voluntad de hierro.