Davleia, alrededores del mediodía
Saga estacionó el coche al lado del de Camus.
La llamada del inspector le había encontrado desayunando solo, con la mirada puesta en la sorprendente información con la que todos los noticieros abrían su espacio. Shaka no había desayunado con él; en realidad, Shaka ni había desayunado. Se había ido directamente al IMF acarreando el tremendo mal humor que vestía desde ayer. La marcha de su amigo y colega Mu le había desajustado el carácter por completo y Saga sabía que lo único que podía hacer era darle espacio, silencio y tiempo.
Sobre todo, tiempo.
Un tiempo que, por otro lado, a él le venía de maravilla para otorgarse el derecho de holgazanear, echarse largo en el sofá y leer, mirar películas, escuchar música o, simplemente, dormir.
Dormir, dormir y dormir.
El fiscal bajó del coche y se abrigó con una de las americanas más viejas que había encontrado en su vestidor. Esa mañana había decidido prescindir de la elegancia de sus trajes italianos y se había vestido con jeans azules y camisa blanca, sin corbata. Una sugerente sombra de barba de dos días adornaba su rostro. Saga cerró el coche con la llave a distancia y cuando levantó el rostro hacia el bullicio de gente que veía cerca de la iglesia, el cabello le revoloteó hacia todos los costados, gentileza de la fuerte ráfaga de viento que decidió azotar la llanura de Davleia. Encontrar la dirección correcta para ponerse a barlovento y despejarse la cara no era tarea fácil, y desistió de ello cuando escuchó cómo la rebelde ventisca delataba la aproximación de un coche construido, presumiblemente, durante la primera revolución industrial.
Cuando Dohko pisó tierra trastabilló por un nuevo azote del vendaval que se estaba levantando. Los cabellos le revolotearon tanto que le quedaron como las púas de un erizo en alerta y cuando posó su enrabietada mirada sobre Saga recuperó su costumbre de despacharse el mal humor con el fiscal.
─¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar de vacaciones?
─¿Y usted no tenía su reliquia en venta?
─Saga, no me hables del coche, no me hables... ─Dokho avanzó cabizbajo, tundiendo el viento con una mano mientras refunfuñaba cosas que Saga ya no entendía─. ¡Explícale cómo habría llegado hasta aquí sin el coche! ─exclamó al pararse en seco y girarse hacia Saga, quien casi tropieza con él─. ¡Explícaselo tú, a ver si te hace más caso!
─Podríamos haber venido los dos en mi coche.
─¡No, Saga, no! ¡Así le das la maldita razón! Además... ─Dohko ladeó el cuerpo para obtener visión a través de la presencia de Saga y mirarse su vehículo con cariño─. Aún arranca el viejo...
─Pero el ruido del motor parece un montón de chatarra a punto de desguace.
Dohko inhaló un largo gruñido que contuvo dentro mientras se miraba a Saga y la maraña de cabello que se debatía entre flotar alrededor de su cabeza o atizarle la cara con ganas.
─¿Sabes una cosa? Tú sí que me preocupas, Saga ─Dohko no disimuló al inspeccionarle de arriba abajo y mucho menos dudó en reafirmarse en sus recelos cuando se giró y reanudó la marcha─. Me preocupas mucho, amigo fiscal...
─Me tomaré vacaciones, no sufra tanto. Estoy aquí para oficializar el trámite, pero puedo delegar la instrucción a Shura ─se explicó, siguiendo los rápidos pasos del juez.
─¡Cada vez te pareces más a tu hermano! ¡Esto es lo que me preocupa! ¡Con un Kanon Samaras por los juzgados hay más que suficiente! ¡¿Para qué queremos dos?!