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Como chica normal, cuando conocí lo que era ser otaku, empecé interesándome por series de romance acordes a una niña normal.

Siendo repetitiva, aquello fue un inicio total y completamente normal.

Gracias a mi hermano, también me interesé en animes shounen y cosas así, pero todo seguía siendo muy normal.
Ese comienzo fue alrededor de la secundaria. Por ese tiempo era una niña bastante inocente y sin ningún tipo de maldad o pensamiento indecente. Fue cuando empecé mi segundo año en la preparatoria que descubrí el yaoi. No es como si el yaoi fuese algo anormal, pero estaba claro que no era algo que las personas reconociesen como ordinario o muy puro.

A medida que me interesaba más en el tema, descubrí cuán amplio era el mundo del yaoi y aunque al principio fue algo confuso, descubrí cientos de subgéneros derivados de este. Fue bastante interesante, a decir verdad.
La gente a mi alrededor se la pasaba diciendo que no sabía cómo es que podía gustarme ver a dos hombres teniendo sexo, pero a mí me gustaba y no tenía por qué avergonzarme de ello, al fin y al cabo, no era la única fujoshi en el mundo.

Después de crecer y convertirme en una profesional luego de graduarme de la universidad, aún seguía teniendo al yaoi como mi género favorito, y dentro del yaoi, me gustaban principalmente los omegaverse. Situaciones que jamás ocurrirían en la vida real hacían que me encantara hasta morir.

Quién iba a pensar que realmente moriría.

Aquel día había llovido en la mañana, pero al llegar la tarde el cielo se había despejado y se había convertido en un viernes realmente caluroso y soleado.
Era el día en que se publicaría el capítulo final de una de mis novelas web favoritas: un bl omegaverse entre un omega recesivo y un alfa incapaz de sentir las feromonas.

Estaba ansiosa de ver el último capítulo.

Después de haber atravesado tantas dificultades, el destino de la pareja parecía completamente roto y a lo que apuntaba el final era a la definitiva separación. Era una lástima siendo que en realidad eran parejas destinadas, pero aquella era una novela realmente realista y llena de emociones que daban vueltas y vueltas como una montaña rusa súper gigante.

Había llegado a ser mi novela favorita por cómo los personajes expresaban sus emociones, sus sufrimientos y alegrías y por la manera realista en que se desarrollaban los problemas. La autora tomaba en cuenta los más ínfimos detalles y los desenvolvía de maneras creativas pero no forzadas que le daban un encanto peculiar y para nada ficticio.
Por supuesto que hubiese querido que los personajes terminaran juntos, pero cada autor a su trama.

Ese viernes, luego de salir temprano del trabajo, llegué pronto a casa y sin siquiera comer algo, abrí mi laptop en la página que publicaba la novela y cliqueé en el episodio final.

La conclusión fue la esperada.

La novela terminó con una trágica separación que no dejaba cabos sueltos ni oportunidades para una reconciliación y al final del capítulo el anuncio de que no habría extras no fue una sorpresa, aunque sí una lástima.
Satisfecha, aunque algo triste, procedí a prepararme la comida que necesitaba para mi creciente hambre, pero mi nevera estaba tan vacía que resultaba vergonzoso no haberlo notado ayer. Así que salí.

Justo cerca de mi residencia había una tienda de 24 horas donde era probable encontrar algo simple de preparar y con eso en mente, caminé hasta allí.

Quizás no debí haberlo hecho.
Quizás hubiese sido mejor que me quedase en casa y practicase un día de ayuno por, no sé, el bien mundial y el ahorro de provisiones alimenticias por si un día comenzara un apocalipsis.

Pero no lo hice.

Entré en la discreta tienda con ignorante disposición y cuando estaba a punto de dirigirme a la sección de comestibles, el estruendo de la puerta siendo abierta de manera caótica y el grito de pánico del trabajador a tiempo parcial que había maldecido estar de turno justo esa noche advirtieron la presencia de dos hombres con las claras intenciones de asaltar la jodida tienda.

Todo sucedió muy rápido. El par de pistolas apuntando las cabezas de cada inocente dentro del lugar, el vendedor sacando el dinero de la caja y las exclamaciones violentas de los asaltantes.

Mi error fue creer que nadie notaría como mi mano se deslizaba hacia el bolsillo trasero de mi short, donde guardaba mi teléfono, con la intención de llamar a la policía. No sé si quise creerme algún tipo de heroína o si estaba cegada por la ingenuidad y optimismo de una persona que jamás había pasado por una crisis de aquella magnitud, pero el disparo sin vacilación que se clavó en mi abdomen detuvo mi torpe movimiento y cualquier intención de hacerme la mujer maravilla.

Con la mente nublada y ahogada en el dolor, caí de inmediato al suelo.

—¡Te dije que vigilaras bien, estúpido! —gritó el hombre que me había disparado a su compañero—. ¡Si esa perra hubiese llamado a la policía hubiese sido nuestro fin!

Los gritos eran contundentes, pero a pesar de todo, apenas y podía oírlos. Yo, simplemente, me estaba desangrando tirada en el suelo.

No sé si es que ellos creían que jamás serían atrapados por solo llevar un par de máscaras cubriendo sus rostros o si pensaban que los cargos por asesinato eran cosa de broma, pero ignorando cualquier pensamiento racional, los dos sujetos continuaron con su robo que duró poco más que unos míseros diez minutos y justo después desaparecieron como el humo.
Si hubo algo que demoró fue la ambulancia. La bala se había quedado estancada en mi cuerpo y ni siquiera sabía qué partes dentro de mí había dañado, solo sabía que, para cuando me encontraba en la camilla y empezaba a ser transportada, ya había perdido la consciencia.

El resto fue simple.
No sentí nada más que cómo mi propio cuerpo se enfriaba aun a través de mi inconsciencia y entonces, mis pensamientos definitivamente se detuvieron.

De esa ridícula manera fue como morí.
Realmente frustrante.

Pero luego desperté. Joder, maldita sea, ¡me desperté!

¿Qué rayos estaba pasando?
La posibilidad de haber caído en coma en lugar de haber muerto cruzó de inmediato mi cabeza como la razón más plausible para estar despierta aun después de haber creído que aquel sería mi final, pero ese fugaz pensamiento pronto desapareció de mi cabeza.

¿La causa? Simple: el enorme espejo frente a la malditamente enorme cama en la que había despertado. Aquel espejo que parecía la muestra del egocentrismo de la persona que lo había colocado justo frente a la cama como para ver cuán hermoso era cada maldita mañana y que reflejó el delgado cuerpo de una persona de cabello rubio platino y grandes ojos dorados, de piel blanca y tersa, que reflejó a una persona hermosa... y esa no era yo.

Lo peor, que la imagen aquella pertenecía nada menos que... a un chico.

Parejas DestinadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora