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«POV SELIN»

🔞🔞🔞


Faltan palabras para describir todas las sensaciones que se arremolinaron en mi interior como formando un torbellino incontrolable.
No sentí el desasosiego de eso que Aaron llamó la premisa de mi verdadero ciclo de calor, solo sentí una irritación que rayaba el deseo animal, intoxicante, de saborear cada centímetro del cuerpo del alfa frente a mí. Alfa cuyo aroma se había empezado a intensificar bajo un tinte lleno de deseo sexual.

Con la mente difusa, exenta de vergüenza o autocontrol, solo hice lo que el cuerpo me pedía. Era una persona adulta, por lo menos a nivel de consciencia, así que no me dio corte lanzarme hacia su parte baja y tomar en mis manos su erección para luego disponerme a tragarla, saboreándola como lamiendo un helado que hubiese querido probar por mucho tiempo, pudiendo al fin hacerlo.
Se sentía tan caliente tenerlo en mi boca, tan bien, que sentí mi propia erección presionar mis pantalones con un dolor desquiciante a la vez que mi trasero empezaba a palpitar y humedecerse.

Si mi cabeza hubiese estado clara, todo aquello me hubiese parecido lo más extraño y aterrador de toda mi vida, pero ahora, cuando ni siquiera era capaz de pensar con claridad en palabras que no fueran «deseo a este alfa», la situación era simplemente una maravilla.
Y cuando me arrebató el control de la cadencia de aquella mamada, empezando a imponer un ritmo más salvaje y caótico, solo deseé que se viniera dentro de mi boca.

Nunca antes había tenido un deseo tan fuerte y morboso.

Sin embargo, él solo salió de mi cavidad y maniobró mi cuerpo con tanta ligereza que ni fui consciente de cuando me despojó de toda la inútil ropa que ocultaba mi piel, siendo apenas capaz de caer en la cuenta de que sentía mi boca vacía un momento y al siguiente, empezando a soltar exclamaciones ante los movimientos de su lengua en mi entrada.

Extraño. Aquello fue definitivamente extraño. Y lo fue todavía más cuando su largo dedo se abrió paso dentro de mí con ferocidad, arrancándome un grito placentero.

Sensaciones intensas empezaron a recorrer mi estómago al tiempo que él se movía dentro de mí y alcanzaba sin esfuerzo un punto dulce que desconocía totalmente, obligándome a soltar más y más gritos, jadeos desesperados, ruegos desconsolados pidiendo por más, por algo más grande, más grueso.
Ni siquiera supe en qué momento fui capaz de acostumbrarme a tres de sus largos dedos dentro de mí, ni me di cuenta cuando mi cadera empezó a moverse como si tuviera vida propia.

El placer sólo hizo intensificarse cuando él se inclinó sobre mí y agarró mi erección para mover su mano arriba y abajo, sin detenerse, haciéndome jadear más alto.

Con la respiración agitada como nunca, los ojos húmedos ante un placer insoportable y cada uno de mis dedos retorciéndose y curvándose en un intento de soportar una décima parte de la estimulación que estaba recibiendo, grité con rabia cuando el éxtasis del orgasmo dejó temblando cada centímetro de mi cuerpo.

—No te duermas —lo escuché decir ronco al verme tirarme en la cama como si me hubiese desmayado—. Esto acaba de empezar.

Y si bien me encantó saberlo, sentí la sensación de que no iba a sobrevivir si él me hacía sentirme mejor de lo que acababa de hacerme sentir.

Aran me agarró con sus grandes calientes manos y me volteó cara a cara a él. 

El brillo carmesí de sus ojos me fascinó.

Repentinamente, sentí la boca necesitada, y sin pensarlo, lo agarré por el cuello y lo acerqué con brusquedad buscando sus delgados labios y uniéndonos en un sensual beso. Sin importarnos la necesidad de oxígeno o el hecho de que, por segundo, la intensidad de nuestras feromonas mezcladas iba alcanzando niveles insanos, agitándonos cada vez más, excitándonos cada vez más.

Sin despegarse de mi boca, finalmente sentí como Aran alineaba su miembro en mi agujero y poco a poco, con un autocontrol que no sabía de dónde rayos era capaz de sacarlo, comenzaba a introducirse dentro de mí.

Ardía, mucho, pero al mismo tiempo se sentía como la mejor sensación existente.

Mis ojos se llenaron de lágrimas inconscientes. El sube y baja de mi pecho era descomunal. Sobre todo, las ganas de que me embistiera sin piedad me dominaban. Aran iba demasiado lento como para soportarlo con toda mi sanidad mental intacta, por lo que solo estiré mis brazos y agarrando sus hombros, me embestí con fuerza contra su pene. Un agudo chillido abandonó mi garganta ante la repentina acción que yo mismo había hecho y solo atiné a escuchar a Aran maldecir.

—Mierda... —gruñó.

Sonreí con el sentido nublado.

Haaah~.

Lo quería duro, tanto que llegara a lugares que nunca creería que existieran. Tan agresivo que pareciese que deseaba desgarrarme.
Deseaba más.
No quería una noche de sexo suave y pasivo. Me encendía el sexo duro, fuerte y que me hiciera ponerme de rodillas sin fuerzas. Él complació mi deseo. Y como si se tratara de otra persona, tomó mis piernas y las alzó más para comenzar a penetrarme como si me tuviese odio. Salvaje, sin piedad, con fuerza.

Eufórico.

La agitación se acrecentó y los gemidos incontrolables provocaban que delgados hilos de saliva se deslizaban fuera de mis labios.
Aran me miraba con una sonrisa sádica, con todo el cabello desordenado y la boca semiabierta, jadeante.

Con un vaivén vicioso, imparable, hasta sofocante, fue inhumana la forma tan experta en que alcanzó mi próstata y la estimuló hasta que me sentí al borde de la demencia, con él sin intenciones de disminuir el ritmo.
No fue difícil hacerme venir una vez más. Lanzando, sin misericordia, fuertes estremecimientos y escalofríos a todo lo largo de mi cuerpo, dejándome aturdido. Pero, sin intenciones de dejarme recuperar el aliento, él siguió embistiendo con tenacidad hasta alcanzar el orgasmo, soltando todo de él en mi interior.

Caliente.

No me hubiese quejado si el decidía acabar la sesión ahí mismo, había llegado a sentirme como nunca en mi vida como mujer, sin embargo, él no dudó en arremeter contra mí una vez más.
A partir de ahí todo se volvió más borroso. Entre el éxtasis y los continuos movimientos, ni siquiera recuerdo bien cuántas veces me vine sobre mi pecho o sobre el de Aran. Tampoco recuerdo cuántas veces cambiamos de posición.
Menos recuerdo cómo fui capaz de separar la sensación de él jugando con su boca con mis pezones de cómo me penetraba sin gota de piedad o de cómo agarraba mi cabello desde atrás y me halaba como si fuera su esclavo al tiempo que me masturbaba por delante.

Todo fue tan potente que pensé que moriría.
Ni siquiera me importó el dolor en mi espalda o en mi garganta. Solo quería seguir estando unido a él. Mezclado en su sudor mientras su semen me llenaba.

Sin duda alguna, la experiencia más sucia, ardiente y placentera de toda mi existencia.

Parejas DestinadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora