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Al entrar a mi habitación, lo primero que hice fue tomar un baño intentando deshacerme de la rabia que me daba recordar la sola existencia de Matías. Si quería descansar como era correcto, más me valía aclarar mi mente. Ya me bastaba con la larga jornada de un agotador celo para ahora también añadirle a la ecuación una noche de insomnio.
Al terminar, me lancé a la cama con el cansancio haciendo mierda cada centímetro de mi cuerpo y, más rápido de lo que imaginé, me quedé dormido.
La mañana siguiente desperté tan renovado que casi me sentí como una persona diferente.

Tomé una ducha de 10 minutos para desperezarme y empecé a prepararme para ir a la escuela. Me sentía bien, enérgico, pero con una extraña tensión en mi rostro que me obligó a acercarme al espejo en busca del motivo, sorprendiéndome por el feo moretón alrededor de mi ojo izquierdo que resaltaba de manera escandalosa sobre la pálida piel.
No era necesario partirse la cabeza pensando en por qué rayos tenía tal marca en la cara, nunca pensé que el golpe de Matías dejaría alguna huella, pero supongo que subestimé la delicadeza de la piel de Selín.

Suspiré y me quedé mirando mi imagen por un par de minutos, como si fuera algo más allá de este mundo, hasta que eché otro suspiro y me dispuse a buscar algo que sirviera para cubrir la herida de entre las cosas del dueño de este cuerpo. Para mi suerte, este niño guardaba algunos maquillajes útiles en sus últimas gavetas por lo que, cuidándome de no terminar como un payaso o una geisha, cubrí el golpe y sonreí ante el satisfactorio y limpio resultado final.

Ya completamente listo, me dirigí por fin a la habitación de mi madre.
Era bastante temprano, pero ella al parecer no había sido capaz de dormir demasiado desde que no tenía noticias concretas sobre mí. De más está decir que el sermón que recibí al llegar frente a ella capaz y lo recuerde hasta en el día de mi muerte.
Aria demostró cuán preocupada había estado estos últimos días y me sentí demasiado culpable como para soltarle alguna excusa, por lo que solo la abracé prometiendo nunca volver a hacerla pasar por nada similar.
Luego de eso, al fin me dirigí a la escuela y tras los usuales veinte minutos de caminata, me hice presente entre el mar de estudiantes que caminaban por los amplios pasillos.

—¡Selín! —gritó alguien tras de mí para colgarse en mi espalda al segundo siguiente.

Me sorprendí al sentir la efusividad con la que me recibió Noah.

—Hey, hola —saludé con una sonrisa en mis labios.

El omega se descolgó de mí y comenzó a caminar a mi lado.

—¿Por qué desapareciste del mapa después de dejarme en mi casa el finde? —interrogó con expresión preocupada.

Enrojecí al momento de recordar la razón y solo fui capaz de hacer una línea con mis labios.
Supongo que eso intrigó al omega viendo cómo comenzó a preguntar por detalles con una insistencia problemática, aunque por alguna razón me vi incapaz de contarle los detalles detrás de mis razones y el castaño solo se detuvo cuando llegamos al aula e Ian vino corriendo con una aflicción astronómica tatuada en su rostro.

—Joder, Selín, ¿por qué nunca respondes tus mensajes? —exclamó agarrándome por los hombros, agitándome exageradamente con una mezcla de preocupación y reproche.

—¡I-Ian, me estoy mareando! —chillé.

El alfa mordió su labio inferior y detuvo el movimiento, pero no me soltó.

—¿Tienes idea de lo preocupado que estaba? —recriminó.

—Lo siento, tuve algunos... problemas —resumí, evitando decir la parte importante del cuento.

Ian suspiró.

—Selín, ¿qué pasa contigo últimamente? —su semblante se arrugó, mortificado—. Te siento diferente...

Yo me tensé y bajé la mirada.
Claro que era diferente, al fin y al cabo, no era su querido mejor amigo. Pero... ¿cómo decirle semejante información?

Lo más difícil de venir a este mundo y tomar el cuerpo de otra persona en lugar de tener uno propio era lidiar con las relaciones personales de esa otra persona, era lidiar con la culpabilidad de arrebatarle la identidad a un total desconocido y no tener idea de qué había sucedido con esa persona como consecuencia de tal usurpación.
Aquello me carcomía la cabeza incluso cuando mi mente se llenaba de otros pensamientos, y si lo unía con la tortuosa duda de si todo esto era real o un sueño, eran muy capaz de hacer explotar mi cerebro.

Pasé una mano por mi cabello y nuca en un movimiento nervioso y pensé en qué decir. Solo había algo que podría servir como excusa y, al parecer, había llegado el momento de contárselo a Ian.
Me resultaba algo perturbador cómo, poco a poco, más y más personas se iban haciendo consientes de ese hecho aun cuando yo me sentía desesperado por mantenerlo en secreto. Sin embargo, ahora mismo, era lo único que podía hacer para calmar las dudas del alfa.

Tomé aire y volví a mirarlo.

—Hay... hay algo que debo contarte —dije—. Es algo privado así que ahora es un poco... incómodo de decir —y miré alrededor.

Varios compañeros curiosos parecían estar prestando más atención a mi conversación con Ian que a sus propios asuntos y el alfa lo entendió de inmediato.

—¿Qué tal si pasas por mi casa al salir de clases? —ofreció y yo acepté de buena gana la invitación.

Luego de eso, la tensión de Ian pareció bajar.
El día pasó más rápido de lo normal entre los papelitos que volaba hasta mi mesa desde la de Noah en medio de los turnos de clases y todos con la misma pregunta, esa curiosa necesidad de saber qué había sido de mí durante mi ausencia, y entre los chismes que Alex iba a contarme en las horas libres, gracias a los que acabé descubriendo que Illya había venido a buscarme el lunes a primera hora y que ni siquiera había mirado a Noah en lo que había pasado de la semana y que también, al parecer, Noah se había vuelto popular entre los estudiantes de primer año luego de perderse mientras buscaba a un profesor en su respectivo bloque y acabar siendo el objetivo de una declaración de amor que rechazó sin piedad y al instante.

Incluso, durante la salida, algunos estudiantes menores se acercaron a Noah con intenciones coquetas, aunque acababan siendo espantados por los gruñidos en segundo plano de Ian, lo cual me resultaba divertido y encantador.

—Noah, si quieres puedes acompañarnos —ofrecí.

—¿Está bien para ti que vaya? —preguntó con algo de inseguridad.

—Claro, no es un problema —aseguré.

Caminamos un largo rato entre risas y chistes y sobre todo, insinuaciones entre el alfa y el omega que fingí no notar y en cuanto llegamos a la casa de Ian, subimos directo a su habitación.

—¿Tu madre no está en casa?

—Hoy trabaja hasta tarde, quizás llegue de madrugada —informó y nos abrió la puerta de su cuarto—. ¿Les traigo algo de comer o algo? —ofreció.

—No —respondí, ya adoptando una expresión seria—. Siéntate.

Ian obedeció sin decir una palabra y tras posicionarse frente a mí, finalmente le dije.

—Lo que pasa es que me convertí en un omega, Ian.

Parejas DestinadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora