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Lo primero que hice fue mirar a Aran, quien ahora miraba fijo en una sola dirección con el ceño fruncido. No parecía muy afectado por aquel olor a fresas y caramelo, pero no podía decir lo mismo de mí.
El aroma empezaba a meterse por mi nariz, incomodándome. A este paso iba a empezar a pensar que me afectaban más las feromonas omegas que las de los propios alfas.

Apreté la mandíbula y le ordené a Aran quedarse donde estaba mientras yo me acercaba a la fuente del olor.
Como esperaba, Illya era el responsable de ese aroma, y lo encontré en condiciones para nada sanas: tirado en el piso, sudado y hecho una bolita agitada.

Al parecer, estaba experimentando su ciclo de calor.

Me acerqué más a él y lo agité un poco viendo si era posible que se despertara, pero nada. Illya solo seguía retorciéndose de excitación en el suelo.
No pensé mucho en qué hacer, simplemente tomé una buena bocanada de aire y cargué a Illya en mis brazos. Por suerte el omega no pesaba demasiado, pero aun así me resultó trabajoso enderezar las rodillas con ese tipo encima mío.
Caminé de vuelta a Aran, quien continuaba con el ceño arrugado.

—Debo llevarlo hasta su casa, ¿me acompañas? —pregunté.

Sería bueno tener un alfa junto a mí en el trayecto. Evitaría que otro alfa se me tirara encima buscando follarse a Illya.

Era increíble cómo me ponía en pose para proteger a mi enemigo.
En fin, gajes del oficio, como había dicho antes el pelinegro.

Aran asintió y nos dispusimos a caminar más rápidamente.
Me encontraba cansado después de un rato, cargar a una persona era agotador, y más cuando esa persona no paraba de retorcerse en medio de su celo, celo que comenzaba a metérseme por cada uno de mis poros.

Me iba a pasar lo mismo que con la omega del cine a este paso.

Apresuré el paso. La gran mansión de los Zancag empezó a vislumbrarse desde lo lejos luego de unos minutos.
Me dolían los brazos por cargar a Illya, pero no disminuí la marcha hasta estar frente las grandes verjas de la casa.

Le indiqué a Aran que tocara el timbre junto a la gran pared de piedra que limitaba la zona y una voz seria al otro lado pregunto qué deseábamos. Con decirle que traía a Illya en celo fue suficiente para notar cómo se desataba un caos del otro lado.

No pasaron ni cinco minutos antes de que tres personas llegaran corriendo a la entrada.

—¡Illya, por dios! —gritó una mujer acercándose a mí, agitando sus manos con nerviosismo.

Parecía ser la madre del omega, se parecían mucho.
El hombre vestido de mayordomo, si es que no confundía el trajecito que más bien parecía un caro cosplay, se ofreció a cargar a Illya y por fin pude deshacerme del chico que desde hacía mucho había empezado a pesar lo mismo que un yunque.

—Muchas gracias por traer a Illya —me agradeció otro hombre.

Se veía muy parecido al omega pelinegro pero lucía demasiado joven para ser su padre, quizás su hermano.

—No es nada. Lo encontré así en medio de la calle, por suerte no parecía haberle ocurrido nada malo todavía —le conté.

Pude ver como una expresión de terror se desdibujó en su semblante. Tal parecía que la preocupación que sentían por ese chico era en verdad grande. Sentí un poco de lástima por Selín al pensar en la gran diferencia en las vidas de estos dos personajes.

—Bueno, solo iba a traerlo, ya debo irme. Es bastante tarde.

—Por supuesto —sonrió— Una vez más muchas gracias, joven Blake.

Me tomó de improvisto que me conociera, pero supuse que no debía ser una sorpresa para una gran familia como los Zancag conocer a alguien de otra gran familia como los Blake.
Agité mi mano a modo de despedida y volví a mi camino con un Aran increíblemente tan silencioso como una tumba.
Me pareció gracioso no oírlo emitir un solo sonido durante todo el trayecto.

—¿Tanto te afectaron las feromonas de Illya? —le pregunté con un tonito juguetón.

Él me miró y negó con seriedad.

—No las de ese niño, pero sí las que empezaron a mezclarse con las de él luego de un rato —soltó y se volteó hacia mí, extendiendo su mano con intenciones de tocarme.

Yo reaccioné algo exagerado, retrocediendo tres pasos a una velocidad enfermiza, alejándome de su mano.
Él solo me miró levantando una ceja, como preguntando qué mierda había sido eso.

—Si me tocas entraré en celo —advertí.

Era consciente de que mi aroma había empezado a desplegarse desde Illya y no era aconsejable que el alfa junto a mi hiciera contacto con mi piel buscando la misma reacción que la última vez.
Mi corazón se mantenía latiendo muy rápido y mi respiración medio agitada empezaba a aumentar su ritmo de descontrol.

No, a este paso iba a atravesar una condición que no era aconsejable arrastrar hasta mi casa, por lo que no lo pensé mucho.

—¿Puedes... dejarme quedarme en tu casa hoy... también? —pregunté tomándolo por sorpresa.

Aran enmudeció, pero él bien sabía que yo no estaba buscando sexo ni algo parecido.

Lo sabía, ¿no?

—No puedo llegar a mi casa soltando feromonas —empecé a excusarme—. Mi padre no puede saber que me volví omega.

—¿Por qué no? —preguntó curioso.

—Problemas familiares —dije únicamente— ¿Y bien? ¿Me dejarás? —volví a preguntar buscando cortar cualquier otro intento del alfa por saciar su curiosidad frente a las cuestiones de mi psicópata familia.

Él se mantuvo unos segundos en silencio y yo sentí el viento de la noche que empezaba a caer helar mi cuerpo ante una eterna espera.
Lo vi echar un suspiro.

—Está bien —aceptó.

Sentí un irremediable alivio ante la aceptación, aun cuando después me puse a pensar en que bien podía haberle pedido que me llevara de vuelta a casa de Noah en lugar de pedirle que me dejara actuar como intruso en su estancia.
Y, sin embargo, aún me callé el tardío razonamiento y lo seguí hasta la vacía casa que no hacía ni 72 horas que había pisado por última vez.

Estaba convencido de que no sucedería nada, yo no daría paso a ello.

No lo haría...

¿Cierto?

Parejas DestinadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora