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—¿O-omega? —parpadeó con evidente sorpresa— ¿Omega como... como Noah?

—¿Qué otro tipo de omega sería? —sonreí ante su repentina torpeza.

—¿Desde cuándo? —quiso saber.

—Desde... el día que Noah se transfirió.

Ian volteó su mirada al pequeño omega y luego volvió a mirarme a mí solo para repetir esa secuencia un par de veces, como si intentase digerir la información.

—Espera, no pareces sorprendido —aguzó su mirada al dirigirla a Noah y este solo se encogió de hombros.

—Bueno, ¿qué mejor que un omega para ayudar a otro omega? —dijo y me miró con una amable luz en sus ojos.

En serio que era difícil no adorar a este chico.

Ian pasó su mano por su cara y masajeó el puente de su nariz. No tenía idea de qué clase de cosas estaban pasando por la cabeza de este chico y temí por una mala reacción.
Esperé ansioso hasta que él levantó la mirada y pareció abrir la boca con intenciones de hablar.

—¿Por qué no me habías dicho nada? —preguntó con tono acusador—. Soy tu mejor amigo, joder...

—Yo... no quería que nadie se enterara... —lo miré a los ojos—. No podía dejar que mi familia lo supiera tampoco.

Fue entonces cuando Ian frunció en verdad el ceño, adueñándose de toda la incomprensión humanamente posible.
Era como si su rostro se hubiese convertido en un signo de interrogación gigantesco. Siendo sinceros, en su semblante no cabía ni un centímetro más de confusión.

—Ian, la verdad es que mi relación con mi padre y mis hermanos no es exactamente lo que se describiría como sana —confesé y él solo se notó aún más ofuscado.

Terminé contándole todo.

Desde las cosas que recordaba del Selín original hasta lo que había experimentado siendo yo mismo. Desde lo que estaba poco claro hasta lo que se podía notar por encima de la ropa. Todo. No me guardé nada.
En realidad, no entendía por qué el verdadero Selín nunca se había atrevido a contarle nada de esto a ese que era su mejor amigo y, prácticamente, la obsesión de su vida. Quizás quería parecer perfecto a sus ojos, no lo sé. Pero ahora, lo mejor que podía hacer era ser 100% honesto con Ian.

El alfa no dijo una sola palabra en todo el rato que estuve hablando. A veces, solo me miraba a los ojos con una expresión indescifrable y luego solo bajaba la mirada, ocultando su semblante bajo su castaño y corto cabello.
Noah, por su parte, solo me abrazaba, mirándome con empatía e igual de callado. Quizás creía que no le correspondía decir nada.

—¡Esos hijos de puta! —rugió el alfa tan solo un segundo después de haber terminado de hablar.

Di un pequeño brinco de sorpresa ante el repentino acto.

—Calma, calma —pedí con una tonta sonrisa ladina formándose en mis labios.

—¿¡Cómo quieres que me calme!? —gruñó—. Joder, eres mi mejor amigo y esos malditos... ¡Uff! —intentó echarse aire con su propia mano buscando la manera de calmarse, aunque no parecía capaz de encontrarla.

—Ian —lo llamé y él solo respondió con un sonido gutural—. ¿No te molesta que sea omega?

Ian me miró un segundo y al siguiente soltó una fuerte carcajada.

—¿Por qué me molestaría? ¿Eres tonto o qué? —dijo golpeándome la cabeza con suavidad.

Reprimí una sonrisa de alivio y volví a mirarlo con preocupación.

Parejas DestinadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora