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El lunes llegó más pronto de lo que los continuos pensamientos que inundaban mi cabeza me permitieron asimilar.

La suerte de toda esta situación era que posiblemente no me encontrara con Aran aun si así lo quería, y eso me permitiría alejar mi cabeza de su entera persona, cosa que vagamente había logrado el fin de semana, aunque solo por lo irritante que me resultó la noche del sábado donde Matías hizo una cena en casa con algunos de sus socios y familiares de sus socios y me vi obligado a asistir a ella y, por consiguiente, soportar la presencia de los alfas Blake y esas arrogantes miradas que filtré con una mirada aún más soberbia. Irritación que me había durado todo el jodido domingo que se suponía debía ser uno pacífico y de cálculos para el futuro de esta novela hecha realidad.

Eché un suspiro y salí de mi habitación luego de meter en la mochila los materiales escolares y los supresores.

Pensé que podría tener un momento de paz en esos usuales 20 minutos de caminata en dirección a la escuela, en serio lo pensé, pero solo hice escuchar el fuerte sonido del motor de una motocicleta para que un escalofrío de mala espina me recorriera la espalda.

—Nos volvemos a encontrar, precioso —saludó, deteniendo su aparato a dos ruedas justo a mi lado, el chico de cabello azul claro que se había atrevido a llamarme su destinado la semana pasada.

—Puta mierda —puse los ojos en blanco—. ¿No puedo tener un minuto de paz en mi vida? ¿Es eso? —pregunté para mí mismo, ignorando con toda mi alma al extraño que quería actuar un mal papel de coqueto con la irritable persona equivocada.

Bufando, solo reanudé los pasos que se habían detenido por reflejo ante la llegada del peliazul y continué ese camino de, ahora, 22 minutos, en el que deseaba poder ser capaz de reflexionar sobre, no sé, quizá el origen de los agujeros negros, sin lograrlo.

—Wow, qué manera de ignorarme —comentó con asombro y algo de sorna.

¿Le parecería divertida la situación? Porque en lo personal no le encontraba lo gracioso por ningún lado, por lo que solo continué caminando sin hacerle el más mínimo caso mientras él me seguía a un paso lento montado en su ruidoso trasto.

—Hey, me recuerdas, ¿verdad? —decía—. Dudo que puedas olvidar a alguien con mi color de cabello, siendo realistas —se respondió a sí mismo.

Vaya manera de ser extremadamente consciente de sí mismo.

Bufé. Empezaba a enojarme. No era muy agradable tener a un desconocido que sabía sobre mi segundo género, sabría dios cómo, siguiéndome en plena mañana como un persistente obsesionado.

—¿Podrías dejar de seguirme como una molesta mosca? —espeté, sin siquiera mirarlo.

—Vaya, al fin me hablas —se emocionó—. ¿Pero por qué no me miras? ¿Nervioso por estar frente a tu alfa destinado? —se mofó.

Y en ese punto mi irritación tocó el tope.

Me volteé al fin a mirarlo y queriendo atravesarlo con una mirada incluso más enojada de lo que recordaba haber estado en los propios encuentros con los Blake, hablé.

—Deja de escupir mierdas, maldito imbécil. ¿Quién mierda eres? ¿Destinado tú? ¿Mío? —cuestioné burlón—. Ni hablemos de la nula atracción que me produces pero es que ni siquiera te veo capaz de producir en mi un mínimo de excitación aún si me encontraras en celo en medio de la calle —escupí—. Y para empezar, ¿quién demonios te dijo que era omega?

Esa era la cuestión que más me preocupaba, pero aunque era lo que más quería que me respondiera, él deliberadamente se saltó ese pedazo y continuó hablando cosas que ni siquiera quería escuchar.

—No tienes por qué hacerte tanto el duro —sonrió de medio lado—. Estoy seguro de que cambiarás de opinión después de un momento a solas conmigo —y extendió su mano con intenciones de tocarme, mano que aparté de un apresurado manotazo.

Había algo en este tipo que no me resultaba muy agradable.

—Ni siquiera intentes tocarme, maldito, es desagradable —y lamenté haber usado la misma frase para referirme alguna vez a Aran.

La definición de "desagradable" se amoldaba más que nunca a esta ocasión, nunca realmente a ese otro alfa pelinegro.

—Qué carácter —sonrió el peliazul—. Pero bueno, solo quería saludar, ya tengo que irme, pero nos volveremos a ver, precioso —y con un guiño de ojo, finalmente aceleró su motocicleta y se marchó.

Bufé.
¿Quién mierda era ese tipo? Y ¿qué quería de mí?
¿Por qué venía a acercárseme en un momento donde debía poner todo mi enfoque en mis planes para terminar esta historia con una pareja destinada correctamente establecida y una venganza familiar propiamente ejecutada?

Maldito infierno de malas coincidencias.

Agité la cabeza y volví a mi camino a la escuela. Más que nunca quería llegar a esa prisión redentora de este cuerpo de 17 años.

Por fortuna, el primer rostro que vi nada más llegar hizo que mucho de ese mal humor acumulado se disolviera en la nada. Es decir, ¿quién no se sentiría irremediablemente feliz al ver la animada sonrisa del pequeño omega de cabello castaño?

—Buenos días, Selín —me saludó con gran ánimo.

—Hola, Noah, luces muy feliz —le dije, pasando un brazo por encima de su hombro a modo de saludo—. ¿Te pasó algo bueno el fin de semana? Luces mucho más contento de lo que alguna vez te haya visto —fingí no saber.

El castaño se sonrojó ante mi pregunta.

—No seas malvado, Selín —hizo un puchero—. No te hagas el que no sabe, sé que Ian te contó.

Yo solo sonreí.

—Vaya, fui atrapado. ¿Pero ves que no había nada de que tener miedo?

—Tenías razón, Ian y yo solo necesitábamos comunicarnos —habló bajito—. Pero cambiando de tema, ¿cómo sigue Aran?

Y esta vez fui yo quien fue dominado por un involuntario sonrojo.

—S-Sigue igual —me ganó el tartamudeo.

Me era inevitable no pensar en lo ocurrido la última vez a la mínima mención del policía.

—¿Hm? ¿Eso fue un tartamudeo? —preguntó con sorpresa Noah—. ¿Qué ocurrió entre ustedes antes de que Ian te fuera a buscar? —y me miró con los ojos entrecerrados, como escrutando cada una de mis facciones.

—¡No seas tan curioso! —me avergoncé—. ¿Y acaso ahora tú e Ian se dicen hasta ese tipo de información irrelevante? —exclamé, cambiando de tema, una vez más.

Noah rio.

—No es irrelevante, es interesante —se burló.

—Omega malvado —acusé.

—Mira quién fue a hablar —devolvió.

La relajación de ese pequeño momento logró terminar de cambiar mi humor y el resto del día solo disfruté viendo a la dulce pareja ser más empalagosa de lo que ya era, disfrutando el resultado de mi duro trabajo de los últimos meses.

No creí que nada pudiese cambiar ese perfecto estado de ánimo... hasta que la tarde trajo consigo la hora de salida y la acumulación de personas curiosas en la entrada de la escuela hizo que tuviera el segundo escalofrío de mala espina del día.

Y es que, ahí estaba otra vez, ese maldito peliazul que parecía estar empezando a joderme la existencia más de lo que podía tolerar como persona con poca paciencia.

—Hola otra vez, precioso, vine a recogerte —soltó, frente a toda la multitud de estudiantes que se agolpaban a su alrededor.

Y, sinceramente, sentí unos deseos bien crudos de cometer el primer crimen de mi maldita existencia.

Parejas DestinadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora