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Me quedé inmóvil durante un largo rato, con las miradas de mis amigos y del resto de la escuela encima mío. La suerte había sido que ese tipo de cabello azul había dicho la estupidez que había dicho en voz susurrante.
Porque sí, era una estupidez, una completa y ridícula estupidez.
Pero eso no era lo importante ahora mismo, lo importante era cómo demonios ese tipo que nunca en mi jodida existencia había visto sabía que yo era un omega.

No, no había manera de que lo supiera...

—¿De qué mierda hablas? —espeté con frialdad soltando de un manotazo su atrevido tacto.

Lo mejor sería actuar como si aquello no hubiese sido conmigo.
Él me miró con diversión y me sentí irritado por esa mirada llena de chulería. Sentí las venas de mi cuello irritarse al punto de querer estallar.
Bufé y me di la vuelta para marcharme, pero ese chico volvió a agarrarme de la mano, aunque volví a soltarme con otro furioso manotazo.

—Tranquila, fiera —siseó juguetón—. Mi nombre es Gion, aquí está mi número —y me ofreció un papelito al estilo casanovas.

—No me interesa —gruñí y me giré, yéndome de una jodida vez.

Mientras me alejaba, creí escucharlo diciendo que nos volveríamos a encontrar, pero recé por lo contrario. Ese tal Gion me daba una especie de mala espina y la verdad es que el simple hecho de que supiera que era omega ya suponía una complicación severa.

¿Por qué cada vez había más personas que sabían mi segundo género?

Suspiré con melancolía. Tal vez me había acostumbrado tanto a la monótona paz del pasado mes que ahora cualquier circunstancia medianamente estimulante podía ponerme de los nervios.

—Selín, ¿quién era ese tipo? —preguntó Alex frunciendo el ceño.

—No tengo idea —respondí—. Era la primera vez que lo veía.

—Pues parecía estarte coqueteando —soltó Noah.

—El muy ridículo se atrevió a decir que es mi pareja destinada —conté con perplejidad.

—¡Oye! ¿Quién se atreve a intentar quitarle el puesto a Aran? —exclamó ofendido el omega.

Yo solo lo miré queriendo atravesar su cabeza mientras él redirigía su mirada fingiendo no darse cuenta de nada.

—Mencionan tanto a ese tal Aran que su nombre lo tengo metido entre ceja y ceja, pero ¿quién demonios es? —cuestionó Alex.

—Solo un conocido —me adelanté antes de que Noah soltase su típica categorización del alfa pelinegro.

El omega bufó.

—Sí, claro, conocido —repitió, irónico.

Ian sonrió divertido y Alex mostró una mueca con sus labios dejando en claro que no se creía eso de «sólo un conocido», aunque al segundo siguiente ya se encontraba intentando recuperar el buen humor del grupo recordándonos la visita a la cafetería.

Si demoramos veinte minutos en llegar creo que sería exagerar.
El bonito edificio de dos plantas estaba ubicado a menos de dos cuadras de la estancia de mi mejor amigo. Las amplias paredes de cristal, que permitían una agradable entrada de claridad, dejaban ver el interior de agradables tonos claros y las mesas esparcidas de manera creativa a los lados del mostrador.

Sin muchas dudas, sólo entramos y pedimos nuestras bebidas y demás antes de sentarnos en una mesita justo al lado del ventanal. Algunos minutos después, la mesa estaba llena de esquina a esquina de bebidas, dulces y alguno que otro sándwich.

—Noah, ¿en serio puedes comer tanto dulce? —pregunté entre asombrado y visualmente repugnado.

El omega había pedido dos pasteles que se veían como el epítome de la dulzura, todo repletos de adornos de pura azúcar, chocolate y mucha crema, rosquillas, latte de vainilla y cupcakes para todos, o eso se suponía, porque los estaba devorando todos él solo.

—¿Qué tiene? —preguntó con las mejillas hinchadas como una pequeña ardilla, mirándome como si mi pregunta no tuviese sentido.

—¿Soy el único que tiene dolor de estómago solo de verlo? —pregunté a los otros dos que me miraron cómplices y negaron.

Suspiré aliviado de no ser el único con un gusto por los dulces normal. El de Noah era demasiado extremo.

Hablamos un rato de gustos por la comida y comparamos las bebidas que habíamos comprado cada uno. A mí me gustaban las cosas más amargas, como un café solo sin mucha azúcar, mientras que Ian se inclinaba por las bebidas heladas, Noah por las condenadamente dulces y Alex no toleraba el café, prefiriendo los jugos en su lugar.
Agradecí el pacífico rato y supliqué en mi interior por más como este.

Algo sosegado por la tranquilidad de la tarde, observé el vaivén de personas fuera de la cafetería. Aquella era una calle principal por lo que muchas personas iban y venían.
Nada particular llamó mi atención durante un buen rato... hasta que vi parquear un auto de policía en la calle del frente y vi salir del asiento del copiloto a un pelinegro con cara de pocos amigos. Enseguida lo reconocí y salté del asiento como impulsado por un resorte, asustando a los otros chicos en el proceso.

Mi corazón se agitó de manera incomprensible y sentí unos humillantes deseos de correr hacia donde estaba parado aquel alfa y agarrarlo del cuello quejándome de su repentina desaparición, pero lo pensé dos veces cuando recordé que tenía algo llamado orgullo. Sin embargo, cuando vi que él había salido del auto con movimientos incómodos y que segundos después, el compañero que lo acompañaba lo recargó sobre su hombro para ayudarlo a caminar, en verdad que olvidé todo sentido de frialdad y salí casi corriendo de la cafetería.

Creí escuchar los gritos de mis amigos preguntando qué rayos pasaba conmigo, pero sin intención de responderles, me apresuré a cruzar aquella transitada calle hasta alcanzar al policía que dio un exagerado respingo cuando lo aguanté por el brazo.

—¿Selín? —preguntó.

Había algo de sorpresa en su expresión, pero más allá, parecía no ser capaz de relajar las facciones de su cara, o sus músculos en general.

—¿Lo conoces? —le preguntó el otro policía a Aran.

Él asintió.

—¿Que rayos pasó contigo? —pregunté, dejando asomarse la preocupación que había empezado a sentir segundos atrás.

—Emm... gajes del oficio, ya sabes —dijo únicamente con una sonrisa demasiado tensa.

—Aran —su poca disposición a hablar no iba a ser excusable esta vez.

Lo miré frunciendo el ceño y él echó un suspiro resignado.

—Podrías esperarme un poco, ahora mismo me están esperando —pidió—. Será sólo por un momento.

Lo miré serio, pero asentí. No quería ser una molestia en lo que sea que tuviese que hacer.

—Estoy en la cafetería del frente —dije, amenazándolo con la mirada para que ni se le ocurriera escapar y tras eso, me di la vuelta, regresando por donde había venido.

Había pasado solo un mes desde que no lo veía. Sabía que ser oficial de policía podía llegar a ser un trabajo realmente peligroso, pero... ¿qué demonios le había pasado para que terminara herido al punto de resultarle difícil el simple hecho de caminar por su cuenta?

Mierda.

Parejas DestinadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora