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No sé cuándo fue que caí dormido, pero muy en lo profundo de mi inconsciencia, sentí con una claridad asfixiante un olor a pino mezclado con café.
Eran sus feromonas. Fue fácil darme cuenta.

Sabía muy bien que me estaba retorciendo ante un creciente deseo, pero, aun así, no di señales de salir de mi descanso.
Estaba sintiendo un mar de sensaciones alteradas mientras permanecía con los ojos cerrados y el olfato extra sensible.

Silenciosos gemidos comenzaron a escaparse de mi garganta antes de que pudiera darme cuenta. Por un mísero instante, creí estar teniendo un sueño húmedo o algo parecido, pero cuando mi agitación empezó a crecer, algo me hizo dejar de pensar que aquello solo era un sueño muy real.
Aquel aroma estaba haciendo estragos conmigo aun cuando ni siquiera estaba en todos mis sentidos.

No, no estaba en ninguno de mis sentidos.
Joder, estaba rendido en el sofá incapaz de, siquiera, moverme a voluntad.
Me sentí como atrapado en una jaula. Como atado por gruesos grilletes de hierro.
Aun cuando estaba gritando en mi interior para despertar, no hice caso a esos gritos y permanecí insensible y tumbado en el cómodo mueble.

Como si nada.

Entonces lo sentí. Lo sentí. El tacto de la punta de sus dedos deslizarse por mis mejillas hacia mis labios, dibujando suaves caricias teñidas de anhelo, para luego bajar desde mis labios hasta mi cuello.
Fue un roce demasiado sutil como para llamarlo contacto real, pero sabía que no lo estaba imaginando cuando un largo estremecimiento se adueñó de mi piel y me obligó a hacerme bolita víctima de una repentina oleada de escalofríos de excitación.

Me sentí desesperado por abrir los ojos. Sabía que lo vería frente a mí con una expresión que no lograba alcanzar a imaginar, pero era mucho mejor estar consciente que seguir anestesiado e inmóvil.

Más aún, me fue imposible llegar a despertarme.

Solo continué sintiendo aquel roce que se iba haciendo más y más tenue conforme avanzaba por mi cuerpo, conforme acariciaba mis brazos, mi pecho por encima de la holgada prenda que usaba, hasta que por fin desapareció una vez llegó a mi pelvis.

Pensé que era irónico. Aquella traviesa mano se había detenido en el lugar que más necesitaba de contacto.

Lo siguiente que sentí fue a él alejándose con sonoros pasos y gruñendo con un tinte desesperado. El olor no parecía querer desaparecer de los alrededores, pero se suavizó una vez él cerró la puerta de alguna habitación con rudeza provocando un estruendo que ojalá y me hubiese despertado para ser capaz de averiguar lo que estaba pasando.
Pero no, lo único que pasó fue que sentí como la presencia del alfa desaparecía de la casa y su aroma empezaba a deshacerse como si nunca hubiese estado ahí en primer lugar. Entonces, al rato, mi mente al fin fue capaz de apagarse por completo y acoplarse a mi tendido cuerpo.

Aun cuando muchas interrogantes intentaban mantenerme activo, sin más remedio, fui capaz de descansar como era debido.
Y creo que pasó mucho tiempo antes de que la mañana llegara. Sentí el eterno pasar de las horas irse lento y tedioso, más que nunca, y cuando desperté, antes de poder estirarme con los típicos movimientos letárgico de recién levantado, me encontré con Aran sentado en un mueble frente a mí, mirándome con ojos brillantes.

Porque sí, sus ojos brillaban de un intenso rojo. Nunca había visto nada parecido.

Lo más extraño era que su mirada nunca se despegó de mí y hasta llegué a sentirme algo nervioso al notar la forma en que me veía.
Tragué grueso por alguna razón desconocida, pero sin pensar demasiado las cosas, me enderecé en el sofá y me dispuse a hablarle, porque, aunque lo negara, empezaba a darme miedo el penetrante silencio.

Parejas DestinadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora