V: Espadas en venta.

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Como ya anticipé, convivir con soldados, hombres recios y de acero, con voluntad inquebrantable y un espíritu que inspiraba, hizo que nuestras vidas cambiaran. El cambio más radical en mi vida era la súbita aparición de moretones y heridas diversas. Mi abuelo me decía que era un idiota por querer pelear, y Otto me decía que como guerrero era un buen aprendiz de herrero, pero a mí no me importaba, yo quería aprender a ser un buen guerrero. Solía practicar cada mañana antes de empezar mis tareas en la herrería, y al terminar mis turnos, antes de cenar con mi familia, tenía otra sesión de entrenamiento. Lamentablemente para mi cuerpo, mi compañero de entrenamiento era mi mejor amigo Otto, quien siempre terminaba pateándome el culo hasta que quedara rojo. Literalmente, la mayoría de las veces.

Aquel día no fue la excepción, pero al menos tuve el gusto de vencer previamente a Halgh, un muchacho un año más grande que yo que me sacaba unos buenos diez centímetros y que presumía de ser más fuerte que un toro. Yo crecía rápidamente, pero a esa edad un año hacía muchísima diferencia. No obstante, entrenar, y por consecuencia perder con Otto me trajo beneficios. Podía vencer prácticamente a cualquier chico de mi edad con relativa tranquilidad, aunque el costo de mantener mi nivel era obligarme a que Otto me aniquilara dos veces por día, seis días a la semana, y de diversas y creativas formas. Era un precio que estaba dispuesto a pagar.

En mi trabajo con el viejo Otto me iba mucho mejor que luchando contra su hijo. Ya llevaba años aprendiendo el oficio, y como tenía buena predisposición para el trabajo duro, duré poco contando y organizando tornillos en cajitas de madera. Otto no tardó en enseñarme cosas más específicas, como aprender a utilizar el fuelle de fragua, o aprender a utilizar la piedra de amolar con pedales que utilizábamos para afilar las armas restauradas. Confiaba en que pronto comenzaría a forjar mis primeras hojas de hierro, principalmente cuchillos de mano, ideales para comer o preparar comidas. Quizás también me dejaría practicar con acero, un material más digno de las armas con las que estábamos equipando al ejército de Swaney. Intuía que Otto estaba comenzando a amasar una pequeña fortuna gracias al ejército que teníamos estacionado y viviendo en nuestra aldea. En realidad no lo intuía, ya que había escuchado a mi abuelo refunfuñando acerca de lo bien que le iba a su vecino. Sabía que no lo hacía con malicia, ya que quería con el alma a su mejor amigo; simplemente tenía que quejarse de algo, y el éxito de Otto era la excusa perfecta.

Un domingo, único día en el que no trabajábamos, decidimos ir a dar un paseo por la aldea luego del servicio en la Capilla Celeste local. Mi abuelo, Otto y Winne regresaron a casa para comer y echar una siesta antes de seguir con sus escasas actividades de domingo, mientras mis dos amigos y yo íbamos hacia el norte de la aldea, más precisamente hacia el barrio militar. Otto estaba verdaderamente fascinado con los soldados, así que cada vez que podía, me arrastraba junto a Marilen para que lo acompañáramos a espiar a sus nuevos héroes.

El barrio militar era fácilmente diferenciable del resto de la aldea, no solo porque sus edificios uniformemente rectangulares eran recientes, sino también por lo que se veía en las calles de la zona. En las puertas de las casas del resto de la ciudad solían encontrarse las distintas herramientas que los trabajadores utilizaban para desempeñar sus tareas; podían encontrarse cestas de madera que las mujeres utilizaban para transportar víveres de los pequeños mercados montados cerca de la plaza principal del pueblo; se veían los juguetes de madera, todos ellos hechos por mi abuelo, pertenecientes a los niños que los utilizaban. Ropa, tela, comida, basura.

En el barrio militar no se veía nada de ello. Solo se veían armas, corazas de cuero, cinturones de armas, yelmos, capas. Yo, que trabajaba en una herrería, me quedé sorprendido por la cantidad de armas que reposaban en los exhibidores de madera que adornaban las puertas de los barracones militares. Me sentí tentado de tomar una espada de acero para ver su calidad con ojos de aprendiz de herrero, pero Marilen, como siempre, se me adelantó y me lanzó una de sus típicas miradas que decían ni siquiera lo pienses.

Stormbringers I: Los Colores de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora