XII: En presencia de los enemigos.

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Seguir las huellas a través de los campos desbastados fue bastante simple, pero cuando el rastro me llevó hacia el bosque, la cosa se complicó bastante, no solo porque sabía que podía encontrarme a mis enemigos en cualquier momento, sino porque nunca había estado en el bosque. A decir verdad, nunca había estado a solas fuera de mi aldea, y caer en la cuenta de ese detalle justo en ese momento me agarrotó los músculos. Tomé aire profundamente varias veces antes de entrar en la floresta, maldiciendo a mi suerte una vez más. Cuando sentí que no podría juntar más valentía que aquella, me adentré en el bosque, sintiendo cómo el cielo comenzaba a oscurecerse sobre mí, el sol escondiéndose detrás de las copas de los árboles ancestrales que allí habitaban.

―Aquí vamos― murmuré, arrodillándome para buscar huellas.

Al entrar al bosque los bandidos parecían haber desmontado, ya que sobre la tierra se veían pisadas humanas junto a las dejadas por los caballos. Había varios rastros, lo que me llevó a pensar que los bandidos se habían separado; tras pensar y llegar a la conclusión de que poco importaba cuál seguía, me dirigí hacia el noreste, siguiendo las que consideraba más frescas. De haber sido más astuto hubiera buscado las pisadas más profundas, provocadas por el peso de Urien sobre el caballo en el que lo llevaban. Lamentablemente faltaban años para que me convirtiera en el experimentado explorador que llegué a ser, en aquel momento no era más que un niñito asustado que quería recuperar a su amigo.

La idea de pensar en Urien despertándose en un campamento de bandidos me aterró. Probablemente lo habían raptado para tenerlo como esclavo; de pequeños nuestros padres y abuelos nos habían asustado diciéndonos que si no nos portábamos bien, los bandidos rurales vendrían a buscarnos para raptarnos y hacernos trabajar a la fuerza. Los bandidos eran forajidos, por lo que lo que la ley dijera sobre la esclavitud les importaba poco y nada. Otto el joven me había contado que en épocas de guerra, algunos reinos compraban mano de obra esclava barata para reforzar sus fortalezas o sus filas, así que los esclavistas siempre encontraban lugares para vender a sus presas. Quizás los bandidos estaban cazando gente para llevar al sur, donde la guerra entre Anfelarh y Luxenarh recrudecía día a día. Decidí que no lo harían, no si yo podía evitarlo.

Sabiendo que con mi vista no podría seguir avanzando tras los pasos de mis enemigos, decidí aguardar en silencio durante un largo rato, agudizando el oído e intentando oír algún ruido fuera de lo normal. Solo oía el canto de los pájaros y las hojas de los árboles agitándose por el suave viento estival, no oía voces, ni gritos, ni llanto. En cierto modo eso me tranquilizó, pero me dejó en la oscuridad en mi búsqueda. Antes de seguir adelante, decidí dejar un par de marcas en un grueso árbol que podía llegar a servirme como guía en caso de que me perdiera. Con mi daga dibujé un pequeño símbolo sobre su corteza, y sin guardar mi arma, me puse en marcha, adivinando por dónde se habían mandado los forajidos.

Pasaron al menos un par de horas de búsqueda hasta que algo nuevo pasó. Me quedé paralizado y encogido detrás de un colosal roble cuando oí un par de ramas quebrándose a mis espaldas. Atreviéndome a duras penas, me di media vuelta, tan agazapado que mi cuerpo prácticamente estaba a ras del suelo. Tras unos horripilantes instantes de incertidumbre en los que creí que moriría de la tensión y el miedo, un cervatillo y su madre pasaron corriendo a unos metros de distancia, sin siquiera notar mi presencia. Me relajé y me dejé caer contra el tronco del árbol, concluyendo que estaba metiéndome en la boca del lobo. Podía ser un joven entusiasta y moderadamente entrenado, pero no estaba listo para adentrarme en la guarida de unos bandidos que acababan de raptar a uno de mis mejores amigos. Me maldije, diciéndome que debería haber ido a buscar a Markell y a sus soldados, pero pronto me consolé a mí mismo. Si los bandidos veían que un pelotón de soldados profesionales se acercaba para lidiar con ellos, hubieran huido inmediatamente, llevándose a Urien a rastras para replegarse y esconderse en otra base. Eso en el mejor de los escenarios, quizás se hubieran dignado a cortarle el cuello para no cargar con el peso muerto de un niño inconsciente y de poca valía. Por más difícil que fuera llevar a cabo mi plan, había tomado la decisión correcta. Ojalá eso bastara.

Stormbringers I: Los Colores de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora