XXI: Plumas de grifo.

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Había imaginado que el grifo sería algo parecido a un águila gigante, así que verlo emerger del bosque frente a mis ojos significó una gran sorpresa para mí. No solo era muchísimo más grande de lo que imaginaba, sino que parecía ser una mezcla entre un león gigante y un águila. Era difícil adivinar cuánto medía debido a la distancia que nos separaba; cuando lo vi elevarse y abrir del todo sus alas, calculé que de envergadura debía medio casi diez metros. Era colosal, lisa y llanamente. La bestia emitió un chillido que me erizó la piel, aturdiendo mis oídos y llenándome el cuerpo de miedo. Estaba casi seguro de que no nos había visto, pero aun así era complicado no estar asustado ante semejante criatura.

―Allí vienen― dijo Azul, pegándose a mi costado, ambos agazapados detrás de un montículo lleno de arbustos―. Parece que querían sacarlo del bosque, aquí tendrán más espacio para cazarlo.

Asentí nerviosamente, espiando a través de la maleza, alcanzando a ver a los primeros guerreros mercenarios saliendo del bosque, todos ellos cargando sus largos arcos en sus manos. Comenzaron a formarse de a grupos, extendiéndose para formar un semi círculo delante del grifo que aleteaba y les gritaba amenazante. Alcancé a ver los rostros serios de Jennem, Idilien y de Milos entre los arqueros, los dos últimos con cintas de cuero atándoles el cabello hacia atrás, dejando al descubierto sus afilados rostros. Detrás de los arqueros, y comandados por Gaelan y Nils, había una fila de hombres con inmensos escudos y lanzas de cacería de más de dos metros de largo.

―¿Por qué hay lanceros?― pregunté por lo bajo―. Luchar cuerpo a cuerpo contra el grifo es una locura, deberían acribillarlo a flechazos.

―La piel del grifo es muy dura, no es fácil perforarla― contestó Azul sin quitarle la vista de encima a la criatura que sobrevolaba lista para lanzarse al ataque―. Los lanceros están para protegerlos.

Estaba a punto de preguntar cómo los protegerían cuando el grifo gritó una vez más y finalmente cargó. Con una velocidad casi imposible, los más de veinte arqueros dispararon al mismo tiempo, casi todos ellos consiguiendo impactar en alguna parte del grifo, quien de todos modos siguió cargando. De manera coordinada y precisa, los arqueros corrieron y se ubicaron detrás de la pantalla de escudos solapados que los hombres de Gaelan habían montado. Oí el espantoso estruendo de las garras del grifo chocando contra la madera de los escudos, seguido de una nueva oleada de flechas, esta vez con cuerdas de cáñamo atadas a ellas. El grifo chilló de frustración, su cuerpo y sus alas con flechas por todos lados, las cuerdas colgando de las astas casi hasta el suelo. Antes de que pudiera preguntarme por qué habían lanzado las flechas con cuerdas, vi a un grupo de valientes arqueros separarse del grupo y correr hacia la zona que sobrevolaba el grifo. Se escondieron entre los árboles, aprovechando que los lanceros parecían estar distrayendo al grifo al golpear sus lanzas con sus escudos, y comenzaron a entrelazar las cuerdas para luego atarlas a varios troncos del bosque. Parecía una buena estrategia, pero la bestia era demasiado fuerte y grande como para que unos simples árboles pudieran contenerla del todo. Los arqueros no volvieron al exterior del bosque, optando por adentrarse aún más en sus profundidades en vez de reunirse con sus filas.

El grifo aterrizó sobre sus patas de león, inspeccionándose de manera muy consciente las heridas que tenía en su cuerpo, y arrancándose las flechas que tenía a su alcance. Mientras tanto, los lanceros habían vuelto a formar su muro de escudos, protegiendo a los arqueros a medida que se preparaban para lanzar una nueva oleada de flechas. La bestia arañó la tierra, calibrando sus agudos ojos y buscando un punto débil para atacar, habiendo entendido rápidamente que cargar contra la formación humana no le daría ningún resultado. Sí que era inteligente...

Una nueva volea de flechas voló, el sonido de una veintena de cuerdas de arco chasqueando en el aire como preludio de la muerte. Para mi sorpresa, esta vez eran flechas incendiarias; las alas del grifo captaron las llamas rápidamente, haciéndole soltar un agudo chillido capaz de perforarme los tímpanos. Sentí un verdadero vendaval desatándose a mi alrededor, obligándome a cubrirme el rostro con las manos para que los pedazos de madera, hojas y polvo no me lastimaran los ojos. De manera instintiva me puse delante de Azul, protegiéndola del desesperado ataque del grifo, quien empezaba a sentirse verdaderamente amenazado por sus cazadores. Al abrazarla, el leve roce de la piel de la chica con la mía me estremeció violentamente, haciéndome olvidar momentáneamente que estábamos a merced de una bestia capaz de matarnos de millones de maneras distintas. Busqué su mirada para infundirle valor y tranquilidad, pero ella seguía mirando fieramente al enemigo de los mercenarios, casi sin pestañear. Una parte de mí se sintió absurdamente decepcionada de su valentía.

Stormbringers I: Los Colores de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora