...pero no lo hizo de manera gloriosa, ni regia, ni salvadora. Los estandartes no flameaban con majestuosidad, sino que eran opacos y habían perdido su color. Más señales de esas características se dejaban ver a la distancia. Me costó, pero finalmente entendí que aquello no era una carga, sino una retirada forzada. Mis compañeros seguían gritando de felicidad, ajenos a lo que realmente estaba ocurriendo. Blackwall, nuestro líder, fue quien obviamente tuvo que tomar las riendas.
―Oh, Rey bendito― murmuró con el rostro pálido debajo de su enmarañada barba negra―. Por la Divina Gloria, ¡no!
Al verlo reaccionar, sus hombres comenzaron a vacilar y a preguntarse qué estaba ocurriendo. A lo lejos yo veía perfectamente a los jinetes, muy diezmados en su número, reagrupándose a la vera del bosque, intentando plantarle cara a un enemigo que aún no podía ver. De los quinientos que habían emprendido la carga, solo la mitad había llegado hasta la colina. Casi todos iban a caballo, cubiertos de sangre y sin algunas piezas de sus armaduras, mientras que los menos afortunados iban a pie, corriendo y posicionándose delante de los caballos con lanzas largas para custodiar la fila de jinetes.
―¡Hay que ir a ayudarlos!― gritó Zagan, percatándose de todo lo que estaba ocurriendo―. ¡Antes de que sea demasiado tarde!
Blackwall asintió y nos gritó que corriéramos como salvajes para socorrer al rey, quien seguía firme entre sus hombres, su yelmo coronado perfectamente visible obrando como un faro de esperanza y tranquilidad para sus súbditos. Lamentablemente también funcionaba como un faro para los ynwenos de la colina, quienes comenzaron a acomodarse y a preparar sus arcos. Habían sido pacientes para disparar sus últimas flechas, y estaban encontrando allí la oportunidad perfecta para culminar la faena. Las flechas comenzaron a volar mientras corríamos a la desesperada, pero en vez de amilanarnos, nos empujaron a esforzarnos aún más para proteger a nuestro rey. La oleada de proyectiles fue efectiva, hiriendo a caballos y a jinetes por igual. Cuando levantaron los escasos escudos que tenían, ya era demasiado tarde, decenas de caballeros yacían heridos o sin vida en la orilla del bosque, y nosotros aún estábamos muy lejos como para poder socorrerlos. Para empeorar las cosas, cientos de ynwenos comenzaron a bajar por la colina, abandonando la contienda que discurría allí arriba, dejando únicamente a su vanguardia para frenar el feroz ataque del grueso de nuestro ejército para ir a capturar el gran premio. Nos ganaron de mano en nuestra carrera, y formaron un grueso cordón de arqueros frente a nosotros. Estábamos completamente expuestos y sin posibilidad de batirnos en retirada. Escuché a Blackwall maldecir con resignación cuando vio alineados a los arqueros. Un segundo después, a mi alrededor la gente comenzó a morir. Zagan y sus compañeros de Rosenar fueron de los primeros caídos, todos ellos con varias flechas perforándoles el cuerpo y el rostro. Una flecha me dio en el hombro, agujereando la hombrera de cuero que me protegía aunque sin alcanzar mi carne. Apreté los dientes con resignación, esforzándome por contener las lágrimas de impotencia. Habíamos perdido, simplemente no había manera de frenar esa ola de muerte que se nos acercaba.
―Raeven, levanta el escudo y comienza a retroceder― dijo Blackwall con la respiración entrecortada. Vi sangre cayendo por su rostro desde su frente, donde tenía un severo corte producto de una precisa flecha―. No hay manera de llegar hasta el rey, hay que retroceder.
Eso comenzamos a hacer, gritando a los demás hombres que siguieran nuestros pasos. Los ynwenos bajaron la frecuencia de sus disparos, optando por atacar al grupo de caballeros una vez que nos cortaron el avance. Ya no podíamos ver lo que ocurría detrás de los arqueros porque nuestra visión estaba obstaculizada, pero imaginé que no era nada bueno para nuestro bando. Solo pude atisbar a algunos caballeros cargando contra los arqueros, quienes resistían el embate con firmeza, valiéndose de una buena formación y del cansancio de sus oponentes. A pesar del pésimo momento que estábamos viviendo, la fortuna nos sonrió, y algunos jinetes, a base de esfuerzo bruto y desesperado, consiguieron abrir una brecha entre los arqueros, quienes a pesar de estar en desventaja numérica y de armadura, aguantaron la posición.
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Stormbringers I: Los Colores de la Guerra
FantasíaUn hombre atrapado entre el pasado y el presente, atrapado en un mundo que cambia y avanza mientras espera que llegue lo único que necesita. La aventura de un niño que soñó con ser guerrero, y que tuvo la desgracia de ver su sueño cumplido en el mo...