VI: Huecos.

0 0 0
                                    

Un suave murmullo de voces solapadas fue lo primer que oí al recobrar la consciencia. A pesar de que me dolía prácticamente todo el cuerpo, sentía una abrumadora paz en mi interior, al punto de que pensé que estaba muerto, y que las voces que escuchaba eran las de mis antepasados dándome la bienvenida a los salones del Rey Celeste. Deseché la idea al escuchar la inconfundible voz de Marilen; me sorprendió oírla reír, así que abrí los ojos para ver con qué me encontraría. Estaba en una habitación pequeña, con paredes de madera e incontables cacharros colgando de ganchos. Estaba a pocos metros de un cálido fuego, ardiendo gentilmente en una chimenea tallada en la única pared de piedra del edificio; era distinta a las típicas hogueras centrales de mi gente, pero la sensación de abrigo y confort me eran familiares. Despegué la cabeza del mullido almohadón donde había estado reposando, dejando caer la manta de gruesa tela que me cubría al reincorporarme. No obstante, antes de poder levantarme del todo, una mano se posó sobre mis hombros, obligándome a recostarme nuevamente. Me alteré por la sorpresa, y viré violentamente la cabeza hacia mi izquierda, para encontrarme de frente con un par de ojos tan claros que parecían transparentes. La mujer, probablemente rondando los cincuenta años a juzgar por las arrugas de su rostro y sus mechones blanquecinos asomando debajo de su cofia, me sonrió ampliamente, apretándome el hombro con suavidad mientras me dejaba empujar hacia el colchón de paja donde estaba acostado. La extraña me sacó la mano de encima y la puso de frente a mí, haciéndome un gesto apaciguador. Interpreté que me quería decir que aguardara, así que lo hice, mis jóvenes ojos todavía fijos en ella.

Erian, videhr kekuhn dam― dijo en una lengua susurrada que jamás había oído. Las palabras salieron tan suavemente de sus labios que solo podían ser amables, dulces, cálidas como el fuego que ardía a mi lado.

Vi un par de figuras al fondo de la pequeña habitación. Una de ellas era Marilen, quien me sonreía plácidamente al ver que estaba despierto; la otra era una muchacha un par de años mayor que nosotros, de bonitos y afilados rasgos, y una presta sonrisa en sus labios. También llevaba parte de su cabello tapado, pero no por una cofia, sino por un pañuelo rosa. La chica se dejó caer junto a la mujer, y comenzaron a hablar en ese suave idioma susurrado que prometía tranquilidad y paz. La chica me miró de reojo, le asintió enérgicamente a la mujer, y tomó su lugar, sentándose a mi lado mientras la otra desaparecía detrás de una cortina de cuentas.

―Hola― dijo la chica hablando en mi propia lengua―. Soy Erian, ¿cómo te sientes? ¿Cómo dormiste?

―Bien, creo― contesté confundido. La chica tenía un poco de acento en sus palabras, pronunciándolas un poco diferente a mí, pero estaba dándose a entender perfectamente―. ¿Dónde estamos?

―En nuestra casa, claro. Mi madre fue a prepararte algo para que cenes, debes estar hambriento.

―Llevas horas descansando― añadió Marilen, arrodillándose al lado de Erian, sus manos aferrándose a su vestido casi con apremio―. ¿Te duele algo?

―No, creo que no. Veo mejor que antes― repliqué, tanteándome la cara con los dedos, encontrándome sorpresivamente con que no había hinchazón ni dolor. Palpé mis costillas, y no sentí más que una ligera molestia en ellas. Parecía como si toda mi pelea con Otto hubiera sido un sueño―. Gracias por traerme hasta aquí para cuidarme.

―Era lo mínimo que podíamos hacer― dijo Erian con una mueca de disgusto. Tenía los mismos ojos celestes, casi cristalinos, que su madre, ahora embargados de un fastidio imposible de disimular. Agitó la cabeza con un suspiro, haciendo mecer su cabellera roja como el fuego furioso. Todo en ella era colorido―. Mar me contó todo lo referido a tu amigo y esos mercenarios. No sé qué espera el sabio de la aldea para echarlos a patadas de aquí.

―¿Estamos en la aldea?― pregunté con confusión.

―Claro, ¿dónde creías que estábamos?― bufó Erian.

Stormbringers I: Los Colores de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora