Como tantas veces en mi vida, había cambiado súbitamente de opinión con respecto a mi futuro. Otra vez la herrería se convirtió en algo similar a un pasatiempo pago, mientras que mi verdadera vocación ahora era recuperar los largos meses perdidos con un entrenamiento tan severo que hasta Gaelan se sonrojaría al verlo. Había desarrollado una especie de recorrida habitual que hacía cada mañana antes de que salga el sol; hacía largos tramos de trote ligero, combinando esporádicamente con carreras a toda velocidad de aproximadamente un kilómetro. Al terminar con eso, me ejercitaba con mi nueva espada, Erynfalk, llevando a cabo los movimientos de práctica que había armado previamente. Me sorprendí al ver que los movimientos y los patrones me salían perfectamente fluidos; la espada seguía siendo parte de mi brazo, así que por lo único que tenía que preocuparme si quería volver a ser ese guerrero que se había ganado el derecho de unirse a una compañía legendaria era recuperar la velocidad y la resistencia. Lo bueno del trabajo de herrero era que me había dado pecho, espalda y brazos dignos de una verdadera bestia.
Obviamente al tercer día sufrí un colapso por el agotamiento, y me di la cabeza contra un tronco. Afortunadamente nadie dijo nada sobre mi herida en la frente, así que mi secreto seguía a salvo. Cuando gané más familiaridad con mis hábitos de lucha, me sentí tentado de invitar a Jorin a entrenar conmigo, aunque terminé desechando la posibilidad. Jorin era feliz con Marilen y con su trabajo junto a su padre, quien había prosperado durante el último año al punto de ser el caravanero más solicitado del pueblo. Se limitaba a viajar al norte y al oeste, evitando la capital y las zonas más cercanas al conflicto bélico en el sur, pero de todos modos estaba haciendo una importante riqueza. A pesar de todos los cambios que acontecían en el continente, Leydenar seguía siendo un oasis de prosperidad.
Agotado regresé a mi hogar. Ahora que estábamos más grandes, Otto había ampliado su casa y me había construido una pequeña habitación donde tendría más privacidad. Me venía de maravillas considerando que Jorin prácticamente dormía todas las noches con Marilen en su habitación. Escondí mi espada debajo de la cama, pidiéndole perdón como cada vez que lo hacía, me cambié las ropas llenas de sudor, y evalúe la posibilidad de ir a nadar un rato a uno de los arroyuelos que se desprendían del Denar, pero como el frío era aún cruel, preferí limpiarme con un trapo húmedo en mi propia habitación. Estaba en pleno proceso cuando escuché la voz de Otto alzándose por encima de los ruidos cotidianos de la casa. Me quedé en silencio, con el trapo chorreando sobre mi hombro, intentando escuchar de qué iba todo eso. El intercambio fue intenso pero breve, así que no pude oír demasiado. Comencé a escuchar pasos apresurados que se acercaban a mi habitación, reaccionando justo a tiempo antes de golpearan mi puerta.
―Adelante― dije con voz de circunstancia, fingiéndome desconocedor de la discusión.
―¿Estás decente?― preguntó Otto del otro lado de la puerta.
Sonreí, me sequé apresuradamente, y me eché una camisa limpia encima. Abrí la puerta esperando encontrarme con un Otto de aspecto gruñón y malhumorado, pero lo que encontré me sorprendió. Otto estaba verdaderamente furioso. Ridículamente furioso.
―¿Pasó algo?― pregunté con temor.
Otto no me respondió de inmediato, limitándose a girar sobre los talones para regresar a la sala principal de la casa. Allí estaban Winne y Marilen, ambas mirando el fuego que calentaba la estancia con expresiones vacías. Me temí lo peor de inmediato.
―Aquí está el afortunado― dijo una cuarta persona, sorprendiéndome por completo.
Giré para seguir la voz, encontrándome con la mirada seria de mi abuelo. ¿Qué hacía allí? ¿Acaso había estado discutiendo con Otto?
―¿Afortunado por qué?― pregunté cauteloso.
―Me llegó esta carta del rey― dijo mi abuelo, entregándome un sobre cuyo sello de cera ya había sido roto―. Léela por ti mismo.
Tomé el sobre con cuidado, abriendo la carta y encontrándome con el sello del rey y sus principales asesores. La caligrafía era perfecta, elegante y precisa, llena de una fría y distante cortesía. Tenían que ser palabras regias y orgullosas, pero para mí fueron una sucesión de golpes en mi estómago. Para cualquier persona aquella carta sería el punto más alto de su vida. No para mí, no en aquel momento
El rey Swaney me estaba convocando a la capital para unirme a su servicio.
Como aprendiz de herrero.
Levanté la mirada para buscar las de mis seres queridos. Marilen miraba el fuego con ojos vacíos, con su madre rodeándola con el brazo y acariciándole la mejilla con cariño. Otto lanzaba chispas con los ojos, con la mandíbula trabada por la rabia. Lo sabía, sabía que había vuelto a entrenar, y sabía mejor aun lo que este cambio en mi vida significaba. Mi abuelo en cambio parecía orgulloso de que me hubieran convocado para sumarme al servicio real. Busqué rastros de malicia en él, intentando adivinar si él conocía los deseos de mi corazón. No habíamos vuelto a mencionar el incidente con Nils en el que casi pierde la vida, y tampoco habíamos hablado acerca de mi futuro. Simplemente me había dedicado a la herrería, y él lo había aceptado como algo natural. Estaba casi seguro de que no sabía que había vuelto a entrenar y que planeaba unirme a alguna compañía, incluso al ejército, cuando tuviera posibilidad. Aquella convocatoria era casual, no planeada por él. Eso me alivió un poco, pero de todos modos la convocatoria estaba cambiando brutalmente mi vida.
―¿Qué... qué debo hacer?― balbuceé todavía perplejo―. ¿Cuándo debo irme de casa?
Irme de casa. Cuánto dolor que había en esa pregunta. Marilen rompió a llorar en silencio, por lo que Winne intervino y se la llevó a la cocina. Otto siguió todo con una mirada furiosa, mientras que mi abuelo parecía visiblemente confundido.
―¿Está bien la pequeña, Otto?― preguntó con lo que parecía ser sinceridad.
―Estará bien, ya superará todo esto― gruñó Otto completamente fastidiado.
―¿Superar? ¿Acaso no está feliz por su hermano adoptivo?― quiso saber Kalev con las cejas enarcadas.
―Le costará estar feliz cuando Raeven no esté aquí cada noche con ella, Kalev. Son niños y pasaron toda la vida juntos, el cambio es duro para ellos.
―¡Pero es un cambio para mejor!― exclamó mi abuelo. Otto se tensó visiblemente, pero él no pareció percatarse de ello―. Otto, no te lo tomes como un insulto porque no lo es, pero, ¿crees que es lo mismo trabajar en el castillo de Swaney que aquí en una forja en un pueblo intrascendente como Leydenar?
―Lo que quiero es que Raeven sea feliz, Kalev, nada más― contestó perentorio Otto, dando a entender que no quería seguir discutiendo del tema―. Lo ideal sería que la semana que viene ya estés en Alacadia, Rae. Tendrás tiempo para preparar todo, y yo te acompañaré a buscarte un lugar en el que quedarte.
―¿No me quedaré en el castillo de Swaney?― pregunté sin saber qué esperar.
―En el castillo se quedan los jefes de cada área del servicio de Swaney, no los aprendices― explicó Otto―. De todos modos no te preocupes, es mejor así. La vida de castillo es una mierda a menos que seas un cortesano poderoso o miembro de la familia real. Vamos, Rae, te ayudaré a prepararte.
Me levanté torpemente de mi asiento, con el corazón encogido como un puño. Aún no sé qué me dolió más: las lágrimas de Marilen, la furia de Otto, o el desconcierto absoluto de mi último familiar vivo, probablemente la persona que menos me conocía en el mundo.
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Stormbringers I: Los Colores de la Guerra
FantasyUn hombre atrapado entre el pasado y el presente, atrapado en un mundo que cambia y avanza mientras espera que llegue lo único que necesita. La aventura de un niño que soñó con ser guerrero, y que tuvo la desgracia de ver su sueño cumplido en el mo...