I: Gris.

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Me encantaría decir que me repuse rápidamente al tremendo golpe que había significado perder mi oportunidad de irme junto a los Cuervos aquel día, pero estaría quebrantando mi juramento de no mentirles. Jorin y Marilen hacían esfuerzos descomunales por ayudarme a mantenerme a flote, pero no había caso. Durante meses y meses trabajé casi mecánicamente en la forja con Otto, dividiendo el resto de mi tiempo entre mis mejores amigos y mi hermana y los cuidados que le dispensaba a mi abuelo. Mi vida era básicamente igual que antes de conocer a los Cuervos de la Bruma, solo que había perdido la voluntad de convertirme en un guerrero. Martillar y forjar cuchillos era emocionante si sabías que algún día blandirías uno en un combate, y como única actividad dejaba bastante que desear. Estaba tan alicaído en esos días que lo único que me motivaba a levantarme cada mañana era el hecho de que mi abuelo se había salvado de su problema de salud. Pagó un precio caro, no obstante.

Cuando Kalev se sintió lo suficientemente fuerte como para levantarse, descubrimos con horror que sus piernas no respondían. Simplemente no podían mantenerlo en pie, así que terminaba desplomándose cada vez que lo intentaba. Con Otto y Winne lo ayudamos cientos de veces a intentar caminar, sin lograr ningún resultado positivo. Finalmente mi abuelo nos obligó a aceptar que jamás volvería a caminar. Fue un proceso duro, en especial para mí; pensaba, sabía que era el principal culpable de aquella enfermedad devastadora que había acabado con su capacidad de caminar, y aunque nadie lo decía en voz alta, en mi cabeza podía oír las voces críticas que me juzgaban y me repudiaban por haberle arruinado la vida a una persona tan querida en el pueblo. Nadie lo diría jamás, pero ver los rostros fruncidos de las personas que hasta aquel día me habían sonreído con orgullo familiar me bastaba y me sobraba para sentirme como un pedazo de mierda.

Sorprendentemente, quien me detestaba más evidentemente era quien menos motivos tenía para hacerlo. Cuando supo que no podría volver a trabajar como antes, mi abuelo decidió tomar un aprendiz para que lo ayudara a manejar su taller. Recibió a decenas de jóvenes locales deseosos de aprender con un verdadero maestro, pero finalmente terminó decidiendo contratar a un muchacho formado en Alacadia. Ya se había unido al gremio de carpinteros de la capital, por lo que no tenía mucha lógica su decisión de ir a trabajar a Leydenar. Él le atribuía su decisión al estatus de leyenda artesana de mi abuelo, le había llenado los oídos de miel diciéndole que era reconocido entre los grandes de la capital, y que siempre había sido su sueño trabajar con alguien como él. Todavía me cuesta creer que mi abuelo se haya tragado esas patrañas. Quizás simplemente lo había tomado porque era el más experto en su trabajo y no un simple aprendiz torpe con ganas de aprender. Nestal fue el principal motivo por el que me mudé definitivamente a la casa de los Meru, ya que no quería ni verle la cara.

Como última creación, un verdadero obsequio al mundo, mi abuelo desarrolló una especie de silla con ruedas que le permitía moverse fácilmente a pesar de no poder caminar por su cuenta. Con la ayuda de Nestal y Otto, adaptaron el taller y la casa de mi abuelo para permitirle desplazamientos más cómodos, eliminando escaleras y construyendo anexos para las habitaciones que Nestal y él utilizarían como estancias. Yo apenas pisaba el taller de mi abuelo para esos entonces, así que no me molestó saberme excluido.

Cuando llegó el decimoquinto día del primer mes de verano, el día de mi cumpleaños número catorce, tuve la suerte de reunir a todos mis amigos bajo un mismo techo. Aremis había pedido el día libre en los muelles, aprovechando la llegada de Zagan, Urien y Eileonna, quien para mi sorpresa estaba esperando un hijo de mi amigo. Como Urien prosperaba trabajando con su suegro, ambos estaban ansiosos y felices por la llegada de su primogénito; serían padres muy jóvenes, pero se amaban y estaban tan felices juntos que no tendrían inconvenientes en formar una hermosa familia. Zagan parecía haber crecido un buen palmo en esos meses de ausencia, habiendo adquirido un porte mucho más regio durante su estadía en Rosenar. Al reencontrarnos me contó que participaba de escaramuzas con bandidos rurales prácticamente cada semana, por lo que había tenido oportunidad de poner a prueba todo lo que había aprendido conmigo. Aunque sabíamos que era una mentira piadosa, prometimos que practicaríamos juntos por los viejos tiempos cuando tuviéramos la oportunidad.

Stormbringers I: Los Colores de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora