XI: Un verdadero desastre.

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Marilen se echó hacia adelante, riéndose tan fuerte que sus carcajadas podrían oírse desde el sur de Alacadia. Me la quedé mirando con estupefacción, sin saber qué decir o hacer, sintiendo que lentamente las ganas de echarme a reír con ella me invadían. Marilen se percató de mis emociones, y me echó los brazos al cuello, pegándose a mí y abrazándome como cuando éramos niños y compartíamos la cama en las noches de invierno.

―Pequeña arpía― dije a modo de reto, pellizcándole la mejilla cuando entendí qué ocurría―. Por un momento me olvidé de que eras toda una dewrienn.

―Aprendo de la mejor, ¿verdad?― contestó Marilen con dificultad, todavía entre risas. De verdad que aprendía con la mejor, la maldita casi me había engañado―. Lo siento, pero fue una buena broma.

―Lo fue, lo fue. Si no te hubieras echado a reír, todavía seguiría pensando que estás enamorada de mí.

―Eres feo y apestas, jamás estaría enamorada de ti.

―Me alegro, porque tú eres espantosa y tonta― devolví el insulto, apretándola un poco más contra mi cuerpo―. Te quiero, hermanita, no sé qué haría sin ti.

―Seguirías siendo feo y apestoso, pero tu vida sería un poco menos maravillosa― rió ella, arrebujándose contra mí en un gesto que se sentía tan natural que no hacía falta decir nada más.

―Me muero por ver cómo reaccionará Jorin cuando le cuentes esto. ¿Crees que te seguirá queriendo después de ver lo artera que eres?

―Oh, no creo que se dé cuenta de que soy una manipuladora. Aún no lo nota, así que...

―Creo que deberías ir al festival con él― dije intentando darle ánimo―. Hacen una hermosa pareja.

Marilen se lo pensó un rato, y luego contestó con un leve hilo de voz. Estaba cansada, se estaba por quedar dormida.

―Quizás el año próximo, este año quiero quedarme con mis amigos en vez de ir a convertirme en adulta por mandato cultural.

Yo estaba convencido de que Marilen ya era una adulta a pesar de no haber ido al festival de fin de verano. Aquella costumbre que venía llevándose a cabo desde tiempos inmemoriales simbolizaba la muerte de la niñez y el nacimiento de la adultez, y por eso los muchachos y muchachas de quince años solían ir con sus enamorados a hacer votos frente a la inmensa hoguera que se armaba en las afueras de la ciudad. La tradición indicaba que luego de esos votos los enamorados volvían a sus hogares para hacer el amor tiernamente durante el trascurso de la noche, sellando así el fin de la niñez. Como los adultos también se apegaban al ritual que realizaban los jóvenes, gracias a esa tradición tan antigua la inmensa mayoría de los nacimientos se producían cerca del final de la primavera. Como quería que mi hermana y mis amigos siguieran siendo niños como yo, me alegré muchísimo de que Marilen decidiera aguardar para ir junto a Jorin a la hoguera del festival. El único que iría al festival sería Urien, a quien nadie despegaría de los brazos de su querida Eileonna, por lo que obviamente era quien más ansioso estaba porque llegara su gran día. Considerando la absurda cantidad de tiempo que pasaban a solas, me sorprendía saber que aguantarían hasta llegado el festival.

Tres días antes del comienzo de las celebraciones, la gente comenzó a dejar de trabajar en sus oficios y en los campos para dedicarse de lleno a los preparativos. Los trabajadores volvieron a la aldea con carros repletos de madera para las hogueras, y los cazadores trabajaron día y noche para aumentar las reservas de carne de nuestros almacenes. Varios caravaneros fueron a la gran ciudad para comprar jarras de buen vino y cerveza, y las mujeres comenzaron a preparar las delicias que se servirían junto a las hogueras. Los músicos se dejaban ver por las calles, en su mayoría provenientes de la capital, donde las celebraciones no eran tan especiales como en las aldeas periféricas. Las baladas de amor sonaban en todas partes y a toda hora, el ambiente que se respiraba era completamente romántico. Los muchachos que participarían de las festividades se mostraban ansiosos, mientras que las muchachas actuaban de manera más libre, encantando al mundo con su alegre belleza. A pesar de que yo no iría, me encantaba ver a la gente de aquel modo, sentía que la alegría de mis coterráneos me pertenecía. Quizás por estar en ese estado de ensueño fue que casi ni protesté cuando Urien vino a verme para pedirme que lo acompañe a Rosenar a buscar a su novia, quien se quedaría en la aldea hasta la celebración. Tras despedirme brevemente de mi familia, fui hasta la casa de mi amigo, donde él me estaba esperando con dos caballos ensillados.

Stormbringers I: Los Colores de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora